El presente ensayo pretende reflexionar sobre
temas relevantes para los cristianos y que responde a preguntas que me hacen
los miembros de la iglesia. Son preguntas, en ese sentido, que surgen en medio
de la experiencia cotidiana de aquellos que profesan su fe en Jesucristo. Esta
fe, sin embargo, se da en medio de las situaciones cotidianas. Y una de éstas
es la presencia de una pandemia que lo ha trastocado todo o casi todo. ¿Es una
señal de los “últimos tiempos”? ¿cómo se vincula con la historia? ¿y dónde está
el Reino de Dios en todo esto? Como todo ensayo -falible, limitado,
perfectible- me animo a responder estas preguntas con el propósito de responder
desde la Biblia (y no desde los escritos de algún teólogo famoso e idolatrado
por los academicistas). El ensayo viene en cuatro entregas. Paciencia,
misericordia y paz.
DIOS ACTÚA EN LA
HISTORIA
Una de las certezas que tenemos los cristianos,
desde la revelación bíblica, es que el Dios vivo y verdadero actúa en la
(única) historia llevándola a su “consumación” (télos, en griego), la cual
atraviesa las múltiples historias de los pueblos y de las personas. La Biblia,
además, nos da un criterio elemental para discernir el actuar de Dios el cual
muchas veces puede parecer incomprensible, misterioso, o incluso opuesto a
ciertas presuposiciones que tan sólo se basan en ideas de carácter
evolucionista o de “progreso”.
Efectivamente, hay un tipo de pensamiento muy
difundido que dice más o menos así: “si Dios existiese no habría guerras”, “si
Dios de verdad dirigiera la historia nunca hubiera existido Hitler”, “si Dios
existiera mi hermano no habría muerto de cáncer y yo no tendría diabetes”, “si
hubiera un Dios no habría COVID19”, etc. Pero estas ideas se basan en ciertas
precomprensiones acerca de Dios tales como: “Dios es amor”, “Dios no castiga a
nadie”, “Dios es pura misericordia” y otras similares.
Estas ideas y precomprensiones, que literalmente
están muy lejos de la revelación bíblica, han encasillado a Dios en un modo muy
particular y equivocado de ver la historia. El problema con esto es que, a
partir de dicho pensamiento, algunos explican la Biblia y muestran en sus
escritos teológicos -más filosóficos en realidad- a un “dios” que en nada se
parece al Dios de la Biblia.
De hecho, hay cierta teología contemporánea que
se esfuerza por mostrarse como cautiva de un tipo de pensamiento que deforma lo
que dice la Biblia. En ese planteamiento Dios parece más un monigote que Dios
soberano, la historia es redimible sólo en tanto se convierte en un paraíso de
corte socialista, y Jesús aparece tan plural, tan inclusivo y amoroso que
aprueba todas las formas de comportamiento personal, convivencia social y
religiosidades no importando sus contenidos o efectos (y por tanto no hay nada
que corregir o perdonar, pues a su vez no hay nada de qué arrepentirse).
Así, Dios es “amor” y todo lo que no encaja en
ese curioso concepto debe descartarse pues expresa, en el fondo, sólo la furia
de las personas carentes de amor por el prójimo. Es evidente que en este tipo
de teología no existe el pecado individual o social, y sí lo hay está solamente
en los enemigos del “Reino de Dios” (expresión que se utiliza casi para
sostener cualquier cosa).
Lo curioso es que con esas ideas “teológicas” no
se puede entender cómo los israelitas fueron esclavos por 430 años en Egipto,
cómo es que hubo reyes malos e idólatras en Judá e Israel, cómo es que
sucedieron exilios muy dolorosos o cómo es posible que el justo Job haya
sufrido tanto. Y tampoco se podría entender los otros relatos
veterotestamentarios de José, Daniel y Mardoqueo, quienes llegaron a ocupar
puestos altos de responsabilidad en regímenes políticos tan corruptos como
tiránicos, y que a pesar de ello Dios los usó para salvar la vida de su pueblo.
Por extensión, tampoco se podría comprender cómo es que hay naciones que fueron
conquistadas y saqueadas e, incluso, cómo es que fueron martirizados tantos
cristianos a lo largo de los últimos veinte siglos.
La historia que se dirige a su consumación
(télos), por lo anteriormente dicho, está llena de aparentes “contradicciones”
para ciertos intérpretes de la historia que no ven a Dios en los
acontecimientos difíciles de aceptar. No hay que olvidar -y esto lo reconocen
todos- que el género literario “histórico” que está en la Biblia realmente es
“historia teologizada”. Y es que para la Biblia la historia no es tan sólo la
suma de los acontecimientos, sino también su “interpretación teológica”. Importa,
en la Biblia y en la comprensión creyente, cómo juzga Dios los acontecimientos
históricos. Por eso la expresión-juicio en los libros del Antiguo Testamento
respecto a cómo actúan los reyes: “él hizo lo recto ante los ojos de Jehová” (2
Rey 14:3), “e hizo lo malo ante los ojos de Jehová y no se apartó de los
pecados…” (2 Rey 14:24).
Por lo mismo, no hay historia sin su
interpretación. Pero junto con esto viene un criterio: entender los
acontecimientos desde la perspectiva bíblica para luego discernir -sobre esa
base y no otra- lo que Dios está haciendo y diciendo hoy. Enfatizo esto porque
es común ver como muchos -de casi cualquier tienda teológica- se enfrascan en
discusiones en las redes descalificando la interpretación de la historia que
sostiene su interlocutor. ¡Pero esas discusiones
son altamente ideológicas! No conozco de disputas que no acaben acusándose unos
a otros de “fachos” (fascistas), “fundas” (fundamentalistas), “progres”
(izquierdistas sólo de nombre y bien acomodados al sistema), etc. ¿Y dónde quedó la Biblia en la lectura de la historia?
La otra certeza fundamental es que Dios se ha
manifestado en la historia por medio de su Hijo Jesucristo. “Jesús quebró en
dos partes a la escatología judía. Habla del Reino de Dios como de una realidad
presente y como de una realidad futura. El Reino está acá y sin embargo no está
todavía. (…) El mesianismo no deja de crecer en la historia, en tensión hacia
la plenitud escatológica.” (Benoit Dumas. Los
milagros de Jesús. Bilbao: Desclée de Brouwer, 1984, pp. 137-138).
Además, Jesucristo es el centro de la historia
cuyo contenido es la salvación de la creación y de los que habitan en ella. Más
aún, Jesucristo -en los escritos de Pablo y en el Apocalipsis de Juan- aparece
como el centro de toda la creación (el universo). Por eso, no se puede
interpretar la historia pasando por alto a Jesucristo quien tiene un Reino, el
cual no se asemeja a ningún sistema político por más perfecto que éste fuese.
Todo sistema humano, en el mejor de los casos, siempre será “lo penúltimo”.
(Continuará. Es el primero de cuatro
reflexiones.)