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¿REINO DE DIOS O REINO DE ISRAEL?

Pastor Martín Ocaña
Entre el Evangelio de Lucas y Hechos de los apóstoles sabemos que existe una unidad tanto literaria como teológica (una lectura estructuralista demostraría eso con facilidad). El autor de ambos libros históricamente ha sido atribuido a Lucas, el médico que acompañó a Pablo en algunos viajes misioneros (por tierras no judías) y a quien Pablo se refiere en Colosenses 4:14. 

Una lectura de ambos libros sitúa al Reino de Dios como tema central en la enseñanza de Jesús y de la iglesia naciente (tanto en Jerusalén como las ubicadas en tierras gentiles). Así, en el Evangelio de Lucas hay aproximadamente 35 referencias al Reino de Dios (4:43; 6:20; 7:28 etc.) y en Hechos siete. Lo interesante es que Hechos comienza con la enseñanza del Reino de Dios (1:3) y termina de igual forma (28:31).

Más interesante aún es que el Reino de Dios está en labios de Jesús-Mesías el galileo (1:3), de Felipe el servidor en Jerusalén (8:12) y de Pablo el misionero en tierras gentiles (14:22; 19:8; 20:25; 28:23, 31). La misión de las iglesias gentiles no se contradice con la de Jesús el galileo y sus seguidores. En la perspectiva de Lucas hay una continuidad entre la prédica y forma de vida de las primeras comunidades cristianas con la del movimiento de Jesús.

Sorprende, sí, dos asuntos. Lo primero es la continua confusión entre sus discípulos (de origen judío) respecto al Reino de Dios. Jesús pasó tres años instruyéndoles sobre el tema, incluso antes de su ascensión (Hch 1:3) y lo primero que le preguntan es cuándo sería restaurado el reino a Israel (Hch 1:6). Jesús les responde que, en vez de andar con esa preocupación tan miope y equivocada, sean sus testigos “hasta lo último de la tierra” (Hch 1:8).

Lo segundo es que la confusión, desafortunadamente, no ha acabado. En pleno siglo XXI la miopía teológica continúa. Como que ciertos cristianos (de origen no judíos) tienen la misma equivocada preocupación que aparece en Hch 1:6. Peor aún, confunden a “Israel” con el Estado que actualmente lleva ese nombre. Y por lo que se ve no les interesa en absoluto entender a Israel desde el Nuevo Testamento (digamos, Romanos capítulos 9 al 11).

Se ha dado un salto, además, de lo teológico a lo político. Y aunque ambos a lo largo de la historia se han vinculado, hoy es muy notorio cierta apología de aquello que no se debe defender bajo ninguna circunstancia (como es el genocidio actual frente al cual muchos callan por conveniencia). El sionismo, al igual que el nazismo (y algunos otros “ismos” más) no tiene nada que ver con la esperanza en el Reino de Dios. 

¡VIVA EL ARMAGEDÓN!

    Soy parte de esa generación de evangélicos que crecí con la idea -repetida no pocas veces en las prédicas dominicales y en programas políticos-religiosos como Club 700 y Club PTL- de que se venía el Armagedón (Apoc 16:16). Claro, el Armagedón pero en la versión de Hal Lindsey (y posteriormente en la de Tim LaHaye). No me culpen, era adolescente y me tragaba todo el discurso teológico-político made in America (republicano o demócrata, da lo mismo en este caso). 

Ese violento discursito lamentablemente no tiene fin. Y esto es posible porque el fundamentalismo ama el Armagedón. Lo proclama, lo desea, lo anuncia, pues nunca se hicieron problemas con los Armagedones que los EE.UU. llevaron a sus enemigos (Hiroshima y Nagasaki, 6 y 9 de agosto de 1945). Dos bombas nucleares causaron más de un cuarto de millón de muertos, aparte de otras consecuencias, pero nunca importó, eran “amarillos”, enemigos del estilo de vida americano.  

Por eso, todos los Armagedones son bienvenidos en tanto sean detonados fuera de casa, nunca en el país de la “libertad”. Que yo sepa, los fundamentalistas nunca cuestionaron las más de mil pruebas atómicas desde 1945. Las bombas nucleares siempre serán bienvenidas si están “del lado correcto” (esta expresión se la escuché a un misionero gringo). Por eso es que aman a Oppenheimer así como amaron a Von Braun, el científico de Hitler al cual le dieron chamba en la NASA. 

Es evidente que esa escatología ficción (política, en realidad) está más interesada en la muerte y en la guerra, no en la vida ni la paz. Pero, al decir de Juan Stam basado en una exégesis seria, Apoc 16:16 no tiene que ver con la guerra sino con la justicia y el juicio de Dios. (Pág. 455 del tomo III de su comentario al Apocalipsis). ¿Nos libraremos algún día de esas escatologías que proclaman con morbo el Armagedón? 

(Las fotos corresponden a las explosiones en Hiroshima y Nagasaki).

¿TODO EL CONSEJO DE DIOS?

Martín Ocaña
El cristiano evangélico promedio acepta aquello de “Sola Escritura” para explicar y defender su fe, su credo, e incluso su praxis eclesial. Ese pilar teológico que la Reforma Protestante remarcó, lo sabemos, en realidad está más en el papel que en la práctica. Sí, pues, el tradicionalismo con frecuencia tiene más autoridad (junto con los sueños y “revelaciones” personales) que la Escritura, como se suele afirmar. Pero si los sueños, las revelaciones y la tradición le dan contenido a lo que se hace y defiende, entonces mejor no decir que somos “Sola Escritura”.

Sin duda hay reduccionismos o eclipses teológicos: los de la Nueva Reforma Apostólica, por ejemplo, no pueden vivir sin Hechos de los Apóstoles porque encuentran en ese libro la clave, el argumento central para sus propuestas teológico-políticas. (Curioso, los nuevos apóstoles casi no apelan al Evangelio de Lucas). Sucede que han hecho un canon (uno o dos libros de la Biblia) dentro del canon mayor (el de los 66 libros) que los evangélicos aceptan como normativos. Eso de “todo el consejo de Dios” (Hch 20:27) que dijo Pablo, no va con ellos.

Ahora, estrictamente eso no es novedoso, ya los de la teología de la liberación 1 (es decir aquella articulación previa a las crisis de los paradigmas de los noventa) hicieron del libro del Éxodo su todo. Todo era el Éxodo. Curioso, cuando se lee ese libro bíblico, la salida ocupa menos de la mitad de los 40 capítulos. Hay que leer los libros completos ¿no? Luego le harían la “relectura” a toda la Biblia encontrando “textos liberadores” aun hasta donde no los hay. “1 de Timoteo, qué problema”, sí, claro. Es una tendencia frecuente -y débil a la vez- el hacer planteamientos con unos pocos versículos de la Biblia. 
  
Veo hoy nuevas versiones del viejo liberalismo: todo está “centrado” en Cristo (al igual que en el conservadurismo teológico antiguo), pero sacrificando el resto del Nuevo Testamento. Quieren dar la impresión que son “cristocéntricos”. De hecho, hay quienes leen los Evangelios -y nada más que los Evangelios- dándole a Jesús una curiosa interpretación: Jesús es sólo amor al prójimo, se opone a los religiosos y sus instituciones, Jesús no fundó la iglesia, Jesús está en contra de los dogmas, etc. De esta manera Jesús llega a ser un pretexto -demasiado notorio- para justificar ciertas praxis personales e institucionales.

Hay otros tipos de reduccionismos. Hay iglesias donde no se puede predicar sobre ciertos libros de la Biblia porque colisionan con su modelo eclesial (aparte que cuestionaría sus discursos políticos y lecturas de lo social). Un pastor -de una denominación que ha hecho opción por la clase media- explica el don de repartir (Rom 12:8) como la capacidad sacrificada de dar diezmos a la iglesia para la obra misionera. (Puedo citar el libro y la página). Como que cuando un versículo incomoda, se le “espiritualiza” o se le hace decir algo distinto. En este caso se acepta en teoría el canon total, pero a regañadientes, no se acepta en la práctica. 

En la iglesia donde soy pastor se está predicando el Sermón del Monte (Mateo caps. 5 al 7). ¿El contenido? La justicia del Reino de Dios. Allí encontramos temas que hoy incomodan porque pertenecen al ámbito “privado” de las personas. Por supuesto, no todo son bienaventuranzas para los que sufren las embestidas de los poderosos, o críticas a la hipocresía religiosa y sus “piedades públicas”. No. Jesús también cuestiona el enojo que lleva a hacer locuras, la inmoralidad sexual, el abuso contra la mujer que lleva al divorcio, los juramentos, etc. ¿Qué clase de Reinado de Dios sería ese que opera en lo social pero no en lo personal o familiar?

Comentando Hch 20:27, dice Jürgen Roloff: “Pablo ha predicado la voluntad de Dios por entero, sin cercenarla ni desfigurarla, no ha omitido absolutamente nada que fuera necesario para la salvación de sus oyentes (v. 20).” (Hechos de los apóstoles. Madrid: Cristiandad, 1984, pág. 408). Es obvio que si hay que anunciar “todo” el mensaje, “todo el evangelio”, tendremos necesariamente que revisar y reorientar los contenidos y temas de las prédicas y los cursos de discipulado, aparte de evaluar cuán efectivo y evidente es en nuestras vidas y de la iglesia. “Todo” el Evangelio es, en realidad, una tarea para toda la vida. 

ESPERA EN DIOS, SALVACIÓN MÍA

Salmos 42 – 43

Los Salmos fueron recopilados -como cinco libros- y tienen varios autores, entre los cuales están los hijos de Coré (Sal 42-49). De estos Salmos el único que en el hebreo no tiene título es el Salmo 43. La razón es que “Los Salmos 42 y 43 originalmente formaban un solo Salmo de petición. (…) Ahora dividido en dos, estos Salmos forman una unidad litúrgica al ser vistos en su contenido temático, sus frases comunes (42:5,11; 43:5; 42:9; 43:2), su estilo común, su forma de lamento (42:1 – 43:5); y la ausencia de superinscripción al Sal 43 es característica única de esta colección de los hijos de Coré (Sal 42 al 49).” (La Biblia de las Américas, CA: Foundation Publications, 2000, p. 754). 

Ahora bien, leyendo los Salmos 42 y 43 juntos, encontramos un poema, un himno que “expresa la nostalgia y el deseo de volver al templo” (La Biblia del Peregrino. Bilbao: Mensajero, 2002, p. 1284), bajo el siguiente esquema: Primera estrofa (42:1-4) / Estribillo (42:5); Segunda estrofa (42:6-10) / Estribillo (42:11); Tercera estrofa (43:1-4) / Estribillo (43:5). Como se comprueba al leer el texto, cada estrofa tiene un contenido particular que se complementan, mientras que el estribillo es el mismo en los tres versículos citados. 

Ahora, hay que cuidarse de leer el Salmo imponiendo una dicotomía en el ser humano que el Antiguo Testamento desconoce. El término “alma” (nephesh) no es “la parte inmaterial”, “lo interno” o “lo espiritual” del ser humano. No. Es el ser vivo en sí (Gen 2:7), “completo”. Sí hay que decir que, en este Salmo, el término “alma” implica “toda la afectividad de la persona que aspira a un encuentro con Dios.” (La Biblia Latinoamérica – Formadores. Navarra: Verbo Divino, 2004, p. 1441).

La primera estrofa (42:1-4) menciona la gran necesidad del salmista de estar en la presencia de Dios (42:2b). La figura de la cierva sedienta (en el hebreo la voz es femenina) en busca de agua lo dice todo. Esa presencia se halla en la casa de Dios, el templo (42:4; 43:4). ¿Por qué esa necesidad? Porque, como todos, el salmista también pasa momentos de angustia, en este caso a causa de burladores blasfemos, enemigos (42:3, 9, 10; 43:1). La segunda estrofa (42:6-10) indica el abatimiento espiritual del salmista. A pesar de ello, el cántico y la oración estarán en sus labios (42:8). Resulta importante destacar que el sufrimiento personal lo lleva a buscar a Dios. Gran lección para los cristianos de todos los tiempos.

La tercera estrofa (43:1-4) es un clamor, una petición, para que Dios lo defienda de sus enemigos (43:1). El salmista se sabe seguro en Dios (43:2a). Con todo aparece un lenguaje de reclamo (“¿Por qué me has desechado?”, 43:2; “¿Por qué te has olvidado de mí?”, 42:9). Lenguaje que grafica bien el interior del salmista en su dolor y que aparece también en el estribillo: “¿Por qué te abates, oh, alma mía, y por qué te turbas dentro de mí?” (42:5, 11: 43:5). Son preguntas de introspección que a veces no tienen una respuesta rápida y fácil. Lo que sí hay es una certeza: se debe seguir confiando en Dios, el cual es para los creyentes “salvación mía y Dios mío”.

Pastor, Martín Ocaña

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