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JESÚS RESUCITADO NOS COMISIONA

“Y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, Y RESUCITASE DE LOS MUERTOS al tercer día; Y QUE SE PREDICASE en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén” (Luc 24-46-47).

PLANTEAMIENTO DEL TEMA

La resurrección de Jesús -es decir el hecho concreto y tangible que Jesús volvió a la vida al tercer día después de haber sido muerto en la cruz- en es algo indiscutible para el testimonio bíblico. La resurrección de Jesús es la demostración que la vida de Dios se impone sobre la muerte, derrotándola de una vez para siempre. Por eso el apóstol Pablo exclama: “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” (1 Cor 15:55). La resurrección de Jesús es el testimonio del Dios victorioso que nos comisiona a que participemos de su Reino de Vida o “Reino de Dios”. A esto se debe que los cuatro Evangelios concluyan con relatos de comisión a los discípulos. De hecho, Jesús resucitado nos comisiona también hoy.

EXPLORANDO EL TEXTO BÍBLICO

Bien se puede decir que Marcos 16 relata cómo María Magdalena, María la madre de Jacobo y Salomé hallaron la tumba vacía, y cómo “un joven” les dijo que Jesús había resucitado. Mateo 28, después de relatar acerca de la tumba vacía, registra dos apariciones de Jesús resucitado, la primera a María Magdalena y “la otra María”, y la segunda a los once discípulos en Galilea. Lucas 24 relata la forma en que las mujeres, luego de encontrar la tumba vacía, llevaron la noticia a los once, quienes no les creyeron. Luego registra tres apariciones: a Cleofás y otro en el camino a Emaús, a Pedro (24:34), y a los once y otros en Jerusalén antes que Jesús los llevara fuera hasta Betania. Y Juan 20-21 relata cómo María Magdalena encontró la tumba vacía, y cómo Pedro y el discípulo amado la visitaron para verificar las noticias que ella les había dado. Luego registra cuatro apariciones: a la Magdalena en el jardín, a diez discípulos el mismo día detrás de puertas cerradas en Jerusalén, a los mismos diez más Tomás en el mismo lugar una semana después, y a los once discípulos junto al lago de Galilea.

Este testimonio del Jesús vivo que acompañaba a su pueblo por medio del Espíritu, fue transmitido en la misma medida en que la iglesia se iba expandiendo por todo lugar. Es en ese contexto que Pablo, el misionero a los gentiles, va a tener un encuentro personal con el Jesús resucitado. Su testimonio es contundente: “Después... me apareció a mí” (1 Cor 15:7-8). Pero la buena noticia no se queda en un hecho histórico del pasado (la muerte y la resurrección de Jesús). La buena noticia es que el Resucitado está en medio nuestro, y nos vincula con nuestra realidad; pero no para que digamos “un día Dios me sacará de esta situación cuando me lleve a su Reino”, sino más bien todo lo contrario. Dios que resucitó a Jesús, el Cristo vivo y el Espíritu vivificante (Rom 8:11) están con su pueblo ahora mismo, para animarlos en la extensión de su Reino. Consideremos los siguientes tres puntos: (1) Creo en Jesucristo crucificado; (2) Vivo en Jesucristo resucitado; y (3) Sigo a Jesucristo el Señor de la nueva creación.

“CREO EN JESUCRISTO CRUCIFICADO”

“Y por todos murió, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Cor 5:15)

Para el apóstol Pablo el término “cruz” encierra toda la vida-muerte-resurrección de Jesús (1 Cor 1:23). No es que ignora sus enseñanzas y milagros. No. Todo lo somete a la cruz (1 Cor 2:2). La vida de Jesús es lo que antecedió a su muerte, así como su muerte a la resurrección. Jesús no murió ni en un accidente ni de “causa natural”, como se dice. Según el testimonio bíblico a Jesús lo mataron y de la peor forma que se conocía en su tiempo: crucificado (Luc 23:26-49). ¿Y por qué alguien –o algunos- habrán querido darle muerte? (Jn 11:47-53). La razón fundamental es que Jesús vino a traer el Reino de Dios (Mc 1:14-15; Rom 14:17). Y este Reino al estar caracterizado por la justicia y la vida plena para todos (Mat 6:33), colisionaba de manera frontal con los poderosos de este mundo.


“VIVO EN JESUCRISTO RESUCITADO”

“Más ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho” (1 Cor 15:20).

Para los cristianos la resurrección de Jesús es la piedra angular en que se apoya nuestra fe. Pero algunos quieren debatir si la resurrección corporal de Jesús fue posible o no. Se trata de una distracción innecesaria y estéril. Dios levantó a Jesús de los muertos. Así de simple y sencilla fue y es la convicción de los cristianos a lo largo de los siglos (Mat 28:6). El Jesús resucitado no es una idea de sus discípulos que transformaron “la derrota” (muerte física) en victoria (resurrección como mito de movilización social). La resurrección fue un acto de Dios por el cual detuvo el proceso de desintegración, libró a Jesús de las consecuencias de la muerte y transformó su cuerpo. En suma, lo “glorificó”. Ese es el dato bíblico.

Pero la resurrección Jesús no obvia la experiencia de la cruz, sino por el contrario, es una proclamación de que Dios estaba con el Crucificado incluso en aquel atroz momento. La resurrección ilumina la cruz -señal de muerte y escándalo- de tal manera que la vuelve en señal de vida. Nos abre los ojos para ver de forma distinta la actuación de Dios en la historia. En la resurrección Dios proclama su NO definitivo a la muerte y un SÍ absoluto a la manifestación de la vida. Por ello es que la cruz y la resurrección representan el eje central en torno al cual se mueve y fundamenta nuestra fe. Es mucho más que una simple “afirmación de fe” –como una confesión doctrinal-, se trata de la confirmación de la nueva vida en Cristo Jesús (2 Cor 5:17).

Tal vez lo más extraordinario de la resurrección de Jesús es que hace de cada uno de nosotros personas vivificadas (Rom 13:13-14). Por ello es que la resurrección de Jesús no puede ni agotarse en la aceptación de un hecho del pasado, ni tampoco puede conducir a tan sólo esperar con cierta resignación la “segunda venida de Cristo”. Eso no sería esperanza cristiana sino evasión escatológica. Los cristianos debemos reconocer que la resurrección de Jesús tiene un alcance tanto histórico como cósmico (Rom 8:19-23).


“SIGO A JESUCRISTO EL SEÑOR DE LA NUEVA CREACIÓN”

“Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” (1 Cor 15:22)

Los cristianos creemos en Jesús crucificado, vivimos en Jesús resucitado, pero también seguimos a Jesucristo quien es el Señor de toda la creación. Y le seguimos porque esperamos la nueva creación prometida (Apo 21-22) que no es una ruptura con esta historia ya transformada por la resurrección de Jesús. Nosotros sabemos bien que las personas no pueden vivir sin esperanza pues ésta es el motor de la vida humana. Y los cristianos afirmamos que nuestra esperanza brota de la certeza de que Jesús está vivo conduciendo la historia hacia su plenitud. 

Pero los cristianos, animados por la esperanza, debemos poner en tela de juicio “lo presente”, a la vez que servimos a “lo venidero” en la perspectiva de la salvación en la historia. Por eso, vivir la resurrección hoy implica articular nuestra esperanza en mediaciones históricas concretas, de lo contrario, la esperanza corre el riesgo de convertirse en un escapismo de la realidad. Seguir a Jesucristo significa vivir esperanzados en la nueva creación, de la cual los cristianos participan con su accionar solidario cuyo modelo es y será Jesucristo resucitado.

UN PROFETA HEBREO NOS ABRAZA Y CONSUELA

LA AGONÍA DE JESÚS Y LA DEL MUNDO ENTERO

Una fecha significativa en el calendario cristiano es lo que se conoce como “Semana Santa”, donde se recuerda la pasión, muerte y resurrección de Jesús, el Hijo de Dios, el Mesías que vino a traer su Reino. Jesús, según los Evangelios, no se quedó en la tumba sino que venció a la muerte de cruz, a la cual había llegado como resultado de su obediencia al Padre, pues tenía una misión encomendada: la salvación o redención de las personas.

Los Evangelios se esfuerzan en mostrar que la vida de Jesús fue una larga agonía, y no solo la parte final de su ministerio, para concluir con los relatos en torno a su muerte y su resurrección. La palabra “agonía” no debe asustarnos, ya que originalmente significa la “lucha” de alguien que denodadamente se esfuerza por salvar su vida arrebatándosela a la muerte (que ya está casi a la puerta). No hay que olvidar que Jesús recién nacido en Belén tuvo que luchar, agonizar junto a sus padres, para sobrevivir tanto a las condiciones que le rodearon como a la espada de Herodes.

Pero la agonía, la lucha de Jesús por la vida, nos vincula a esa otra agonía que estamos atravesando naciones enteras. Vivimos en la actualidad una época donde somos testigos de algo no pensado ni calculado por las mayorías, pero que puede acabar con gran parte de la humanidad además de dejar secuelas de larga duración, y de las que nos recuperaremos sólo con gran dolor y esfuerzo. Hay una diferencia grande, sin embargo, entre ambas agonías. La de Jesús era para redimir a la humanidad de su pecado y acercarla al Reino de Dios, la nuestra aún no sabemos para qué sirve.

¿LO RACIONAL ES VOLVERSE LOCO TAMBIÉN?

La situación actual al parecer no ha ayudado lo suficiente como para tomar una mayor conciencia de su significado. Basta ver a los necios que no obedecen ninguna medida del gobierno, a los egoístas que sólo les importa sus diversiones, y a las narcisistas que se exhiben en el Facebook como si fueran mercadería a precio de ocasión. ¡Hay demasiada indolencia y locura social imposible de entender! Esto tal vez se deba a que existe el pensamiento de “La vida es una, hay que disfrutarla. De algo uno se tiene que morir”. Como dijo Charles Kindlerberger: “Cuando todos se vuelven locos lo racional es volverse loco también”.

Y aunque esta expresión se dijo en relación a asuntos macroeconómicos la idea tiene vigencia, sobre todo para los que nunca quieren ver lo que realmente sucede. Efectivamente, uno puede cerrar los ojos y escudarse en que estaba deprimido o que era su mecanismo de defensa. Pero hoy nadie puede darse semejante e innecesario lujo. Muchas veces, sobre todo en momentos de aguda crisis, se recuerda la famosa expresión de George Santayana: “Aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo”. Debo decir, con tristeza, que en el Perú desde hace décadas hay un esfuerzo denodado y sistemático desde el Estado por minimizar o desaparecer la historia de casi todas las casas de estudio.

¿Qué datos de la historia peruana se minimizan o ignoran? En 1903 la peste bubónica tuvo efectos por los siguientes 27 años, es decir hasta 1930, matando a más de 10,000 personas. En 1991 con la epidemia del cólera se enfermaron 322,562 personas de las que 2,909 murieron. En el 2009 con la AH1N1 hubo 9,657 casos confirmados, muriendo 228 de ellos. Y si consideramos todas las muertes a causa de la influenza, la neumonía, la tuberculosis, etc., en los últimos veinte años, entonces el panorama se resume en que estamos acostumbrados a convivir con la muerte (muchísimas de ellas evitables). Pero claro “no eran de los nuestros”, y por eso no importaban ni importarán. Son sólo cifras, datos.

Pero veamos otro tipo de tragedias en nuestra historia reciente. Entre 1980 y el 2000 el llamado “conflicto armado interno” nos dejó la cifra de casi 70,000 muertos (aunque la Cruz Roja Internacional calcula que son como 100,000) y más de 18,000 “desaparecidos” (eufemismo para referirse a los ajusticiados cuyos cuerpos no han sido encontrados). ¿Y qué decir de las casi 1,300 mujeres asesinadas -los llamados feminicidios- entre el 2009 y el 2019? ¿Y qué del año pasado en que hubo 18,582 violaciones sexuales y 2,803 asesinatos? ¿No será que estamos acostumbrados en el Perú al dolor, el sufrimiento y la muerte en tanto sean de otros y no de nuestras familias?

HABACUC: EL PROFETA DE LAS PREGUNTAS INCÓMODAS

Existe una idea difundida y que poco ayuda a entender a los profetas del Antiguo Testamento. Es aquella que sólo quiere verlos como vaticinadores de un futuro que ellos conocían “porque Dios así se los había revelado”. Pero hay que recordar que, en términos generales, los profetas eran lo más parecido a místicos con profundas preocupaciones sociales. Los profetas nunca vivieron a espaldas de su realidad (Israel en este caso), como tampoco al margen de un profundo temor a Dios y su Ley. Ciertamente Dios les hablaba y ellos tenían oídos para oír esa voz. Habacuc es muestra de ello.

Este profeta vivió a fines del siglo VII en medio de una aguda crisis social-política-moral-espiritual de su nación y del cual él era muy consciente. Habacuc significa “el que abraza” o “abrazar” (La Biblia de las Américas, edición de estudio, p. 1252), y debe haber sido muy conocido como profeta, dada su presentación en 1:1. Pero al profeta Dios le hizo conocer algo terrible: la invasión de su país por los fieros babilonios (o “caldeos”). A la muerte espiritual de su nación ahora le sobrevendría la destrucción física-material. Ante tal situación Habacuc levanta preguntas, algunas de ellas muy incómodas. ¿Por qué?

Martin Lloyd-Jones dice que en el libro del profeta Habacuc se “afronta el problema de la Historia de una manera sumamente interesante; no como una teoría académica o un enfoque filosófico de la Historia, sino como la perplejidad personal de un hombre, que en este caso es el propio profeta. Escribió este libro para relatar su propia experiencia. Aquí tenemos a un hombre que estaba muy perturbado por lo que estaba ocurriendo. Estaba ansioso por poder reconciliar lo que estaba viendo con lo que él creía.” (Del temor a la fe, p. 10). 

PREGUNTAS HECHAS DESDE EL SUFRIMIENTO (1:1-4; 12-17; 2:1)

Habacuc estaba más que asombrado por lo que Dios le estaba haciendo ver en su país. ¿Y qué veía? Destrucción, violencia, iniquidad, injusticias (1:1-4). Lo que observaba era algo que no se podía aceptar, de ahí sus preguntas “¿Hasta cuándo?”, “¿Por qué?”, “¿No eres tú desde el principio, oh Jehová, Dios mío, Santo mío?”. Ante una historia llena de violencias, injusticia y pecado -con sus consecuentes muertes- Habacuc levanta preguntas hechas desde el dolor y el sufrimiento. Nunca está mal hacernos preguntas o hacerlas al mismo Dios, siempre y cuando tengamos la disposición a escuchar lo que Él quiere decirnos. Y con frecuencia Dios responde muy fuerte. ¿Cuáles son sus palabras?

RESPUESTAS QUE NO SE QUIEREN ESCUCHAR (1:5-11; 2:2-20)

Dios entonces responde las preguntas de Habacuc. Luego de decir que hará algo difícil de creer (1:5) le invita a mirar en dos direcciones: hacia afuera, es decir a los caldeos quienes serán el instrumento del juicio de Dios (1:6-11), y hacia adentro, donde anidaban las injusticias de la nación (2:3), la corrupción (2:6-8, 17), la codicia y el crimen (2:9-12), la inmoralidad (2:15-16) y la idolatría (2:18-19), lo cual contrasta con su santidad ante la cual todos deben guardar silencio (2:20). ¡Al juicio de Dios siempre le antecede la maldad humana, el pecado que lo corrompe todo!

Una mirada a nuestra historia nos indica la putrefacción social y moral en niveles nunca antes visto. En palabras de Isaías “Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga” (1:6). ¡Hasta pareciera que el profeta describe a nuestros países! Pero cuando el juicio de Dios llega pocos reconocen lo mal que hemos andado como nación por años (y tal vez hasta por décadas y siglos). En el Perú ¿la gente estará dispuesta a aceptar lo mal que estuvimos andando? ¿Seremos capaces de reconocer que nuestros pecados nos llevaron al lugar en que estamos? O como sucede con frecuencia ¿Volveremos a nuestras corrupciones y pleitos políticos apenas pase la pandemia? (No hay que olvidar que ni el conflicto armado interno con sus miles de muertos logró que nos articulemos en un proyecto de nación).

CERTEZAS QUE AYUDAN A VIVIR ESPERANZADOS (3:1-19)

Todas las personas en el sufrimiento necesitamos el consuelo. No necesitamos ni el engaño ni las indiferencias de nadie. Pero el consuelo verdadero siempre se funda en certezas, no en ilusiones. Y en tiempos como los que vivió Habacuc, sin duda, había que afirmar la esperanza con una fe inquebrantable en el Dios que lo tiene todo bajo control. Lo mismo se puede decir para los días actuales.

El capítulo 3 es una oración (v. 1) puesta en forma de poema, el cual debía ser entonado en el culto bajo la dirección del jefe de los cantores (v. 19). En esta oración-poema Habacuc, como observa Charles Feinberg, “abraza a su pueblo y le toma en sus brazos, es decir, le consuela y levanta, como lo haría cualquiera con un niño que llora, para calmarle con la seguridad de que, si Dios quiere, pronto estará mejor.” (William MacDonald. Comentario al Antiguo Testamento, p. 1094). Habacuc, haciendo honor al significado de su nombre, consuela al pueblo que necesita -al igual que él- de la palabra de Jehová (v. 2), de su misericordia (v. 2) y de su poder sobre todo y todos (vv. 3-17). Esa certeza en un Dios poderoso es lo que le hace exclamar que, a pesar de la dureza de los tiempos, seguirá alegrándose en Jehová quien es su fortaleza (vv. 18-19).

UNA IGLESIA PROFÉTICA Y CONSOLADORA

La iglesia no siempre ha sido bien entendida cuando ha realizado su función profética, la cual es parte del Evangelio del Reino de Dios. La Palabra de Dios siempre incomoda y a veces en grande. Pero, aunque Dios levanta profetas con el lenguaje crudo de Amós, Ezequiel e Isaías, también llama a profetas como Habacuc el cual llevó consuelo a su pueblo. Y en los tiempos que vivimos hoy ¡Cuánta falta hacen aquellos que desde la Palabra de Dios nos abrazan, consuelan y hasta enjugan nuestras lágrimas!

En el naciente cristianismo las iglesias entendieron que los profetas, con la Palabra de Dios, hablaban “para edificación, exhortación y CONSOLACIÓN” (1 Cor 14:3). De hecho, los cristianos llegan a comprender una necesaria función pastoral, la cual se explica en estos términos: “para que podamos también nosotros CONSOLAR a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos CONSOLADOS POR DIOS” (2 Cor 1:3-4). ¡Los profetas anuncian a un Dios poderoso que consuela aún en los momentos más difíciles!

Ahora bien, esto no significa que los cristianos ignoran lo que viene ocurriendo en nuestros países o que deben callar ante los abusos e injusticias. Significa que en medio del sufrimiento generalizado podemos y debemos llevar el consuelo de Dios a este mundo necesitado de esperanza, fortaleza y vida. En esta Semana Santa -donde recordaremos en nuestros hogares al Cristo sufriente que va a la cruz- sin duda también podremos anunciar a Jesucristo resucitado, que vence la muerte con el poder de Dios trayendo salvación a todos los que confían en Él y le siguen. 

EL APOCALIPSIS, LA HISTORIA Y NOSOTROS

El libro del Apocalipsis, erróneamente llamado “de Juan”, es más bien “de Jesucristo”. Me explico, “apocalipsis” es una palabra griega que significa “revelación”. Esta es una palabra usada por el apóstol Pablo, aunque no sólo por él, en el sentido de “dar a conocer algo”. En el último libro de la Biblia se utiliza en el sentido de como cuando en una habitación oscura se abre la cortina y entra la luz y lo ilumina todo. De pronto ahora todo lo que hay allí se ve mejor. Igualmente el apocalipsis es la luz de Jesucristo que nos ayuda a entender mejor lo que está sucediendo en la historia. Por eso el apocalipsis o revelación es “de Jesucristo” y no “de Juan” (como titulan algunas versiones de la Biblia).

Sin embargo, Juan tiene mucho que decirnos pues él tuvo el privilegio de ver algo que nadie más vio y que posteriormente escribió en un libro que en nuestra Biblias consta de 22 capítulos. Juan fue testigo de la revelación o luz de Jesucristo. Pero él no debía quedarse con esa revelación sino debía transmitirla a las iglesias, cosa que se cuenta en los capítulos 2 y 3 del libro en mención. De las siete iglesias mencionadas ahí -y que simbolizan a la iglesia universal- hay que decir, con tristeza y realismo, que sólo dos (Esmirna y Filadelfia) fueron halladas aprobadas ante los ojos de Dios. Las otras tenían faltas y fueron desafiadas a cambiar de actitud.

La revelación de Jesucristo, desde un inicio, es un llamado a LEER, OÍR y OBEDECER todo lo que dice ese maravilloso libro. La razón es que “el tiempo está cerca” (Apoc 1:3). Pregunta: Si el libro ha sido escrito para ayudarnos a entender lo que pasa en la historia ¿cuántos cristianos son los que han leído este libro y de forma completa? Más aún ¿cuántos lo han leído entendiéndolo? (pues leer no siempre significa “comprender”). Todavía más: ¿cuántos cristianos están obedeciendo lo que dice Jesucristo en este libro? (22:7). Tengo la impresión que muchos cristianos saben las enseñanzas de Jesús pero circunscribiéndolo a los evangelios. Sin embargo, la palabra de Cristo está también en el Apocalipsis, creándonos con ello una gran responsabilidad en tanto seguidores suyos.

La revelación de Jesucristo, entonces, no es tan sólo para especular -como lo hacen los alarmistas en las épocas de crisis-, sino ante todo para iluminar nuestra historia pues ésta se dirige hacia una meta, hacia una plenitud de vida que la Biblia llama “Reino de Dios” donde no hay más -ni habrá- sufrimiento, dolor o muerte (21:4). Si Dios dirige la historia hacia esa meta ¿qué lugar tiene todo aquello que causa dolor como son las enfermedades, las plagas, las pestes, las guerras, etc.? Posiblemente esta es la pregunta que muchos se hacen cuando sienten miedo y hasta pánico por un futuro que no se sabe si habrá.

Curioso, muchas personas cuando tienen cosas que “aseguran sus existencias” (trabajo, ahorros, propiedades, salud) no se les ocurre pensar en “el otro”, ni siquiera en el vecino, mucho menos en lo que pasa en los países lejanos. Viven ensimismados con un egoísmo tan desproporcionado que insulta a la misma naturaleza humana. A estas personas ¿les interesaba el vecino enfermo? ¿les preocupaba la gente que trabaja la tierra y posibilita lo que comemos? ¿les interesaba guardar protocolos de seguridad y sanidad? Específicamente ¿les alarmaba las muertes, las pestes y las guerras que ocurren en el África y Asia que todavía está allí? La verdad es una sola: se toma conciencia de las cosas sólo cuando duele o cuando se siente una gran amenaza, nunca antes. Y la pandemia actual ¡vaya que sí ha obligado a tomar conciencia de muchas cosas que antes se desvaloraba o despreciaba!

El libro del Apocalipsis ciertamente habla de plagas que afectan a la humanidad (bajo las figuras de sellos abiertos, trompetas anunciadoras y copas que vierten su contenido). Pero también habla del castigo a los responsables de algunas de ellas (cap. 18). Interesante que este capítulo señala con nitidez que gran parte de los males de este mundo se debe a la angurria monetaria de “los grandes comerciantes” de su tiempo (hoy diríamos de las compañías transnacionales y sus representantes en cada país que tienen más poder que los gobiernos de turno). Pero Dios pone un fin a todo esto.

En un contexto como el que vivimos surge la pregunta “¿Hasta cuándo Señor santo y verdadero?” (6:10). Y aunque esta pregunta la hacen los cristianos, lo cierto es que todas las personas sufren, más allá de la fe que se profesa. ¿Y Dios tiene respuesta? Sí. Y por lo mismo no hay que buscar las respuestas en los charlatanes de siempre ni en aquellos que utilizando la Biblia crean mayores temores y angustias de las que ya hay. La crisis actual ha echado por tierra todo discurso de “prosperidad”, de “confiésalo y tenlo”, de “yo cumplo mis sueños”, de “estás llamado a ser grande”, de “declaro sanidad” y aberraciones semejantes.

Es tiempo de repensar -y corregir- las formas tan materialistas de cómo se ha vivido, de rehacer muchas relaciones familiares, de cómo se maneja la tecnología que poseemos, de pensar seriamente en lo que viene luego (porque crisis mayores habrán, sobre todo económicas y sociales), y particularmente es tiempo de volver a Dios, pero no de forma mental -dado que Dios no es una idea- sino de una forma personal. Dios a lo largo de todo el Apocalipsis se presenta como “todopoderoso” (1:8; 4:8; 11:17; 15:3; 16:7, 14; 19:6, 15; 21:22). La razón es solo una: mientras él tiene el control de todo, somos nosotros los que no controlamos nada. Y aunque hace buen rato nos dimos cuenta de ello no es suficiente. Tenemos que volver a Dios en la persona de Jesucristo quien dijo “Ciertamente vengo en breve” (22:20).

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