El libro del Apocalipsis, erróneamente llamado “de Juan”, es más bien “de Jesucristo”. Me explico, “apocalipsis” es una palabra griega que significa “revelación”. Esta es una palabra usada por el apóstol Pablo, aunque no sólo por él, en el sentido de “dar a conocer algo”. En el último libro de la Biblia se utiliza en el sentido de como cuando en una habitación oscura se abre la cortina y entra la luz y lo ilumina todo. De pronto ahora todo lo que hay allí se ve mejor. Igualmente el apocalipsis es la luz de Jesucristo que nos ayuda a entender mejor lo que está sucediendo en la historia. Por eso el apocalipsis o revelación es “de Jesucristo” y no “de Juan” (como titulan algunas versiones de la Biblia).
Sin embargo, Juan tiene mucho que decirnos pues él tuvo el privilegio de ver algo que nadie más vio y que posteriormente escribió en un libro que en nuestra Biblias consta de 22 capítulos. Juan fue testigo de la revelación o luz de Jesucristo. Pero él no debía quedarse con esa revelación sino debía transmitirla a las iglesias, cosa que se cuenta en los capítulos 2 y 3 del libro en mención. De las siete iglesias mencionadas ahí -y que simbolizan a la iglesia universal- hay que decir, con tristeza y realismo, que sólo dos (Esmirna y Filadelfia) fueron halladas aprobadas ante los ojos de Dios. Las otras tenían faltas y fueron desafiadas a cambiar de actitud.
La revelación de Jesucristo, desde un inicio, es un llamado a LEER, OÍR y OBEDECER todo lo que dice ese maravilloso libro. La razón es que “el tiempo está cerca” (Apoc 1:3). Pregunta: Si el libro ha sido escrito para ayudarnos a entender lo que pasa en la historia ¿cuántos cristianos son los que han leído este libro y de forma completa? Más aún ¿cuántos lo han leído entendiéndolo? (pues leer no siempre significa “comprender”). Todavía más: ¿cuántos cristianos están obedeciendo lo que dice Jesucristo en este libro? (22:7). Tengo la impresión que muchos cristianos saben las enseñanzas de Jesús pero circunscribiéndolo a los evangelios. Sin embargo, la palabra de Cristo está también en el Apocalipsis, creándonos con ello una gran responsabilidad en tanto seguidores suyos.
La revelación de Jesucristo, entonces, no es tan sólo para especular -como lo hacen los alarmistas en las épocas de crisis-, sino ante todo para iluminar nuestra historia pues ésta se dirige hacia una meta, hacia una plenitud de vida que la Biblia llama “Reino de Dios” donde no hay más -ni habrá- sufrimiento, dolor o muerte (21:4). Si Dios dirige la historia hacia esa meta ¿qué lugar tiene todo aquello que causa dolor como son las enfermedades, las plagas, las pestes, las guerras, etc.? Posiblemente esta es la pregunta que muchos se hacen cuando sienten miedo y hasta pánico por un futuro que no se sabe si habrá.
Curioso, muchas personas cuando tienen cosas que “aseguran sus existencias” (trabajo, ahorros, propiedades, salud) no se les ocurre pensar en “el otro”, ni siquiera en el vecino, mucho menos en lo que pasa en los países lejanos. Viven ensimismados con un egoísmo tan desproporcionado que insulta a la misma naturaleza humana. A estas personas ¿les interesaba el vecino enfermo? ¿les preocupaba la gente que trabaja la tierra y posibilita lo que comemos? ¿les interesaba guardar protocolos de seguridad y sanidad? Específicamente ¿les alarmaba las muertes, las pestes y las guerras que ocurren en el África y Asia que todavía está allí? La verdad es una sola: se toma conciencia de las cosas sólo cuando duele o cuando se siente una gran amenaza, nunca antes. Y la pandemia actual ¡vaya que sí ha obligado a tomar conciencia de muchas cosas que antes se desvaloraba o despreciaba!
El libro del Apocalipsis ciertamente habla de plagas que afectan a la humanidad (bajo las figuras de sellos abiertos, trompetas anunciadoras y copas que vierten su contenido). Pero también habla del castigo a los responsables de algunas de ellas (cap. 18). Interesante que este capítulo señala con nitidez que gran parte de los males de este mundo se debe a la angurria monetaria de “los grandes comerciantes” de su tiempo (hoy diríamos de las compañías transnacionales y sus representantes en cada país que tienen más poder que los gobiernos de turno). Pero Dios pone un fin a todo esto.
En un contexto como el que vivimos surge la pregunta “¿Hasta cuándo Señor santo y verdadero?” (6:10). Y aunque esta pregunta la hacen los cristianos, lo cierto es que todas las personas sufren, más allá de la fe que se profesa. ¿Y Dios tiene respuesta? Sí. Y por lo mismo no hay que buscar las respuestas en los charlatanes de siempre ni en aquellos que utilizando la Biblia crean mayores temores y angustias de las que ya hay. La crisis actual ha echado por tierra todo discurso de “prosperidad”, de “confiésalo y tenlo”, de “yo cumplo mis sueños”, de “estás llamado a ser grande”, de “declaro sanidad” y aberraciones semejantes.
Es tiempo de repensar -y corregir- las formas tan materialistas de cómo se ha vivido, de rehacer muchas relaciones familiares, de cómo se maneja la tecnología que poseemos, de pensar seriamente en lo que viene luego (porque crisis mayores habrán, sobre todo económicas y sociales), y particularmente es tiempo de volver a Dios, pero no de forma mental -dado que Dios no es una idea- sino de una forma personal. Dios a lo largo de todo el Apocalipsis se presenta como “todopoderoso” (1:8; 4:8; 11:17; 15:3; 16:7, 14; 19:6, 15; 21:22). La razón es solo una: mientras él tiene el control de todo, somos nosotros los que no controlamos nada. Y aunque hace buen rato nos dimos cuenta de ello no es suficiente. Tenemos que volver a Dios en la persona de Jesucristo quien dijo “Ciertamente vengo en breve” (22:20).
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