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“LOS BANQUEROS DE DIOS”, ALGUNAS REFLEXIONES

 

¿POR QUÉ INVESTIGAS ESTA ÁREA DEL CONOCIMIENTO? 

La teología se hace, se articula, se construye, en relación al contexto. La teología -y la enseñanza de ella- no es la mera repetición de fórmulas dogmáticas. En América Latina, además, la teología si quiere ser relevante necesariamente tiene que abordar las diversas situaciones -o problemas- con las que nos topamos cada día. Por otro lado, observé a mediados de los noventa que uno de los vacíos en la producción teológica latinoamericana era lo relacionado a la crítica de las nuevas corrientes teológicas (como la guerra espiritual y la teología de la prosperidad). En ese sentido una crítica a la teología de la prosperidad urgía. 

Cuando se investiga un tema siempre se considera el “estado de la cuestión”. Respecto a mi tema en ese momento no había mucho, excepto unos pocos artículos en las revistas “Iglesia y Misión” y el “Boletín Teológico” de la FTL. ¡Me habría gustado que Osías Segura ya hubiera publicado “Riquezas, templos, apóstoles y superapóstoles”! Estaban, sí, los libros de Hank Hanegraaff y Wolfgang Bühne, pero venían de otros contextos (Estados Unidos y Alemania). Incluso Ricardo Gondim (de Brasil) escribió sobre el tema, pero sin abordarlo contextualmente. Debo indicar que en la investigación me dieron importantes pistas de interpretación mis profesores Victorio Araya, Jean-Pierre Bastian y Mortimer Arias, además de Heinrich Schäfer (asesor de tesis). Los diálogos con ellos fueron sumamente importantes. En materia de investigación siempre somos deudores de otros.

¿QUÉ TE MOTIVÓ A ESCRIBIR ESTE LIBRO? 

Cada artículo o libro es como una foto, una instantánea de un determinado momento en el cual le dimos atención a un tema que clamaba por una aclaración o conceptualización a la luz de la Biblia. Pero una aclaración presupone una crítica e implica una propuesta. 

A mediados de los noventa mi interés estaba centrado en la relación entre teología y economía, desde los escritos de Franz Hinkelammert, un pionero en este tema desde los años setenta (eso ya se ve en la parte final de su libro “Las armas ideológicas de la muerte”). En esa línea estaban tanto Hugo Assmann como el DEI (Costa Rica). Luego vendrían los aportes de Jung Mo Sung. Por otro lado estaba el tema eclesial, pues muchas congregaciones corrían tras el mensaje de prosperidad material. Realmente era escandaloso el ver cómo se dividían las iglesias por este tema. Por esos años le pregunté a René Padilla por qué no había escrito un libro sobre la teología de la prosperidad, a lo que me respondió: “eso es para ustedes los jóvenes”. Sin pretenderlo me animó a trabajar el tema.

Entonces el interés teológico se unió a la preocupación pastoral y eclesial. La oportunidad para investigar el tema fue la maestría en la UBL (Costa Rica), en la que escribí una tesis estudiando una experiencia concreta en Lima de una congregación de la prosperidad. Esa tesis -sustentada en 1998- fue la motivación del libro “Los banqueros de Dios”. Tomé de ella sólo una parte, pues el libro (publicado en el 2002) incorporó otros ensayos. Para la segunda edición (fines del 2014) se incorporaron nuevos capítulos y se actualizó la bibliografía. En esta edición se aborda esa nueva teología política conocida como la “Nueva Reforma Apostólica”, la cual originalmente fue una monografía para el profesor Alberto Roldán, en el doctorado, y que posteriormente diserté en una conferencia global para el Movimiento de Lausana (Sao Paulo, 2014). Ha sido publicado en inglés.

Debo decir que las motivaciones para escribir siempre han sido pastorales, y hasta donde me ha sido posible he leído las fuentes primarias (de los predicadores de la prosperidad, en este caso). Le debo mucho, en lo que criterios metodológicos respecta, a Juan Stam. Bien dice él que nunca se debe hacer una caricatura del adversario teológico, más aún, se deben entender bien sus planteamientos y argumentos para luego articular una crítica, antes no. En el caso de mi tesis y posterior libro hubo trabajo de campo: visitas a cultos y entrevistas a feligreses de la prosperidad, lo que incluyó a su pastor principal (Juan Capurro, de la Comunidad Cristiana Agua Viva). Aún conservo las grabaciones, fotos, periódicos, manuales de estudio que sólo se obtienen siendo parte de sus células, etc.

Una experiencia de docente: Enseñaba en un centro teológico en Lima el curso de teología contemporánea. Por esos días llegó un famoso predicador guatemalteco de la prosperidad dando una serie de conferencias, y yo envíe a mis estudiantes que vayan, lo escuchen y hagan una evaluación teológica. A la semana siguiente retornaron todos menos dos estudiantes (que a su vez eran líderes en sus iglesias). Habían sido convencidos por ese predicador, abandonaron los estudios y sus iglesias. Uno de ellos me visitó al final del ciclo de estudios trayéndome una docena de libros de esa agrupación, diciéndome: “Profesor, he descubierto la verdad, lea estos libros, se los regalo.” No he vuelto a saber de ellos.

¿CUÁLES SON LOS TEMAS QUE ABORDAS EN ESTE LIBRO? 

Hay básicamente dos temas de fondo, pero para llegar a ellos es necesario un camino (cf. el bosquejo del libro). El primero es “la prosperidad” y el segundo - expuesto de forma breve- “el bienestar humano”. A este tema le dediqué un pequeño libro publicado en el 2003 (“Bienestar humano y reinado de Dios”) aunque soy consciente que hay que ampliarlo. Es una deuda personal que no he olvidado. Pero es inaceptable la sola idea de que el mensaje de la Biblia es la prosperidad material de las personas (y peor aún, la prosperidad en los términos del libre mercado). Creo que la Biblia tiene un mensaje completamente distinto y hasta opuesto. De hecho, es mucho más integral. 

El contenido del libro (la segunda edición) es como sigue:

Capítulo 1: Acercamientos a la teología de la prosperidad
1.1. ¿Una auténtica teología bíblica?
1.2. ¿Un nuevo fundamentalismo?
1.3. ¿Una religiosidad popular evangélica?
1.4. ¿Teología pentecostal?
1.5. ¿Una teología para tiempos postmodernos?
1.6. ¿Lucro y sobrevivencia personal?

Capítulo 2: La teología de la prosperidad en el Perú
2.1. Nuevas prácticas religiosas y discursos teológicos
2.2. Presencia y desarrollo del neopentecostalismo
2.3. Acentos de la teología de la prosperidad

Capítulo 3: Las líneas básicas de la teología de la prosperidad
3.1. La hermenéutica bíblica neopentecostal
3.2. Temas presentes en el discurso de prosperidad
3.3. Temas de menor importancia en la teología de la prosperidad

Capítulo 4: Desafíos a la fe y práctica de las iglesias evangélicas hoy
4.1. Liturgias neopentecostales ¿imitarlas o aprender de ellas?
4.2. Neopentecostalismo y misión de la iglesia
4.3. La gracia de dios y el bienestar humano
4.4. Nueva reforma apostólica, nueva teología política

Capítulo 5: Una propuesta bíblica–teológica a la iglesia evangélica
5.1. Avivamiento espiritual y dones del espíritu
5.2. Vivir según el espíritu... ¿del mercado?
5.3. Apuntes para una teología bíblica del bienestar humano

Apéndice: Teología de la prosperidad y misiología en América Latina

1. Viviendo el discipulado radical (Juan Stam)
2. Mirando críticamente al neopentecostalismo (Juan Sepúlveda)
3. Las iglesias como comunidades sanadoras (Israel Batista)
4. Teología evangélica a la luz de las Escrituras (Sergio Arce)
5. La iglesia como comunidad alternativa al sistema (Darío López)

El título del libro lo recorté a último momento antes de entregarlo a la editorial Puma (de Lima). Originalmente iba a ser “Banqueros y guerreros de Dios”, tal como fue el título de una ponencia en el núcleo de la FTL en San José de Costa Rica en 1997, y que hace eco a un predicador de la prosperidad de ese país quien está convencido que ellos son “los banqueros de Dios”, que ellos administran el dinero de Dios (en realidad de los fieles a quienes obligan a hacer donaciones) para disfrutarlo. 

Uno de los argumentos de mi libro es que a la teología de la prosperidad no se la puede desvincular de cierta visión de guerra espiritual. En ese sentido todo banquero de Dios en el fondo es un guerrero espiritual, un guerrero de Dios. Es decir, en esa teología se une lo material y lo espiritual. ¿No es atractiva la idea de saberse espiritual, en perfecta comunión con Dios, a la vez de ser prosperado materialmente por él?

¿CUÁL ES EL APORTE DE ESTE LIBRO A LA SOCIEDAD? 

El libro está dirigido básicamente a los miembros de la iglesia y su liderazgo. Pero éstos no viven en el aire, están situados en la sociedad. El libro aborda un tema teológico (la teología de la prosperidad), pero también el mismo hecho de la prosperidad y la forma cómo la Biblia lo toca. Si la prosperidad aparece en la Biblia eso está fuera de discusión, el punto es qué dice la Biblia sobre ello. Y al estudiar la Biblia sobre dicho tema uno encuentra varias explicaciones de cómo se llega a la prosperidad (o a la pobreza), a la vez que le pone un contenido a esa prosperidad, que en mi opinión es el bienestar integral que se condensa en la voz hebrea shalom. La salvación es el shalom que viene de Dios.

Esto me lleva al siguiente punto: la Biblia tiene un contenido específico sobre el tema de la prosperidad, el cual no concuerda necesariamente con lo que dicen los medios de comunicación o la ideología del libre mercado. Y al no concordar, la Biblia se torna en una crítica de un modelo económico que no hace prosperar sino a una minoría social, a un pequeñísimo segmento de la sociedad, no a toda la población. Visto positivamente, la Biblia nos recuerda la necesidad de mirar la economía, es decir la actividad productiva y de distribución, con los ojos de Dios. Ella debe estar al servicio de la vida de todos, particularmente de los que menos tienen. La Biblia tiene una profunda crítica, desde los profetas del Antiguo Testamento, a los opresores que causan la miseria y que, además, lo corrompen todo.

El lector no especializado en temas “religiosos” o “teológicos” si lee la Biblia, encontrará que ella no habla sólo del “cielo” o de rezos, sino de la importancia de la corporeidad del ser humano, de la necesidad de satisfacer sus necesidades materiales, y de la salvación plena que trae el Reino de Dios en Jesucristo. Ciertamente la Biblia no habla solamente de la satisfacción del pan material, pero sin éste no hay posibilidad de vida ni de Reino de Dios alguno. Ahora, si ese mismo lector encuentra en “Los banqueros de Dios” una crítica argumentada a un discurso teológico que apuesta por un tipo de prosperidad acorde al libre mercado, el cual es contrario a la enseñanza de la Biblia, yo me sentiré satisfecho.

¿QUÉ DESAFÍOS NOS DEJA ESTE LIBRO? 

Conozco personalmente a no pocas personas que literalmente han sido asaltadas en algunas comunidades llamadas “cristianas”. A veces da la tentación de llamar a esas comunidades “empresas de sanidad divina y prosperidad financiera”, al decir de algunos sociólogos, porque eso es lo que son en realidad. Hay mucho esquilmador suelto que lleva una Biblia en la mano aún. Desafortunadamente hay muchos cash lunas y guillermos maldonados en todos los países de América Latina. Uno que pensaba, con bastante ingenuidad, que algunos de éstos iban a cambiar con la pandemia pero nada de nada. 

El otro problema es que hay multitudes que siguen buscando la prosperidad material en ese tipo de agrupaciones y les interesa muy poco Jesucristo y el Reino de Dios. Tienen una idea de ambos, pero dudo que se ajusten a la Biblia. Menciono esto porque creo que de este breve análisis se derivan algunos temas a trabajar. De hecho, animo a los profesores de teología y los investigadores que le presten atención a los siguientes temas y prácticas:

(1) El Reino de Dios y la historia. Este es un tema que teológicamente lo integra todo. Si Jesús vino proclamando el Reinado de Dios y dio su vida por ello, ha de tener algún significado relevante. Además, dicho Reino tiene implicancias prácticas transformadoras en el hoy. Una buena dosis de teología bíblica del Reino nos ayuda parcialmente a contrarrestar esos “evangelios” pretendidamente espiritualistas que todavía algunos proclaman. 

(2) La religiosidad popular evangélica. América Latina es un continente religioso en extremo (aunque no solamente nosotros). Y los evangélicos no hemos escapado a ello. Mucho de la teología de la prosperidad se aprovecha de una condición que parece inherente a nuestra naturaleza “religiosa”. De ahí el éxito, en buena medida, por ejemplo, de la llamada “confesión positiva”. Y creo que hay que ir más allá de lo que ha escrito Rigoberto Gálvez (“Autocrítica a la religiosidad popular evangélica”). 

(3) Una praxis pastoral basada en el modelo de Jesús. Esta es una tarea para los pastores y las comunidades de fe. Jesús de Nazaret, el galileo, es el modelo por excelencia de lo que se entiende por “pastoral”. De ahí la preocupación por la persona concreta, sin dualismos ni escapismos. Jesús sana, salva, integra a las personas a su Reino que está abierto para todos. En Jesús jamás se encontrará algo similar a lo que hacen los nuevos apóstoles y predicadores de la prosperidad.

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LA AMISTAD

En el uso actual de la lengua, la amistad designa la realidad de la relación interpersonal experimentada en la comunicación espiritual, que procede de una decisión libre, por tanto entendida como afecto recíproco y desinteresado. Al desear y buscar el bien del otro, encontramos nuestro propio bien, por eso el amigo no es sólo socio, compañero, accionista, etc., sino que se sitúa en otro ámbito, acogiendo a la persona amiga por encima de toda búsqueda personal interesada. La amistad es un valor que enriquece al ser humano, a la vez, que promociona a la persona, que se encuentra con la responsabilidad libremente asumida de comunicar e intercambiar, con palabras y gestos, los sentimientos y las convicciones; de sentir la armonía del afecto y del encuentro entre los amigos y comprometerse en sus necesidades.

Las reflexiones más importantes sobre el amor y la amistad, como fenómeno afectivo, arrancan con Platón y Aristóteles. Platón (427 - 347 a.C.) introduce el concepto de benevolencia desinteresada, aunque no parece conceder una auténtica trascendencia a la persona amiga como alguien a la que hay que amar por sí misma, ya que en último término, para este autor, la amistad tiene por objeto participar en el amor a la belleza absoluta. Para Aristóteles (384 - 322 a.C.) la amistad es una virtud y considera que es lo más necesario para la vida. La prosperidad no sirve de nada si se está privado de la posibilidad de hacer el bien, la cual se ejercita, sobre todo, respecto a los amigos. Los amigos son el único refugio ante los infortunios. Para este autor la esencia de la amistad reside en el compartir, en el conversar y en el compenetrarse. Por eso el amigo es otro yo. De ahí, que la relación de amistad no se puede extender a todos los seres humanos, por la sencilla razón de que la amistad no es simplemente benevolencia, sino benevolencia recíproca y conocida por ambas partes. Si bien en la amistad uno puede llegar a dar la vida por el amigo, Aristóteles se sitúa en una comunidad de naturaleza, mientras que en el imperativo cristiano de “amar al prójimo como a ti mismo”, estamos hablando de una comunidad espiritual.

Para Epicuro (341 - 270 a. C.) la amistad procura al ser humano una ayuda frente al aislamiento, ya que se rige por el principio de lo útil y placentero, ya que sin amigos no es posible la felicidad. Y como la amistad postula por su naturaleza un principio de igualdad y ésta no era reconocida en entre el hombre y la mujer en el mundo greco-romano, la amistad no será posible entre ambos.

Cicerón (106 - 43 a.C.) en su libro DE AMICITIA sostiene que el utilitarismo es enemigo irreconciliable con la amistad buscada por sí misma. Sigue a Aristóteles cuando afirma que la verdadera amistad sólo se da entre personas buenas, incapaces de simulación. Son especiales aquellas personas que se muestran, tanto en la prosperidad como en la desgracia, constantes y firmes en la amistad. El condimento de la amistad es la dulzura en los discursos y en el carácter. Se ha de dar preferencia a las viejas amistades sobre las más recientes. Es esencial para la amistad que la persona superior se ponga al nivel de la inferior, y, al mismo tiempo que la persona inferior soporte ser sobrepasada en talento, fortuna o dignidad. Es una desgracia inevitable poner fin a ciertas amistades denominadas vulgares, pero ha de procurarse que se extingan poco a poco, no dando la impresión de que se ha abandonado la amistad para caer en la enemistad. Merecen ser amigos aquellos que en sí mismos tienen la causa de que se les ame. El verdadero amigo es querido por sí, como cada uno se quiere a sí mismo sin buscar en ello recompensa alguna. Por eso, si queremos alcanzar estabilidad en la amistad, hemos de buscar nuestros amigos entre gentes de bien, que controlen sus pasiones y respeten la moral, el derecho y, sobre todo, se guarden respeto a sí mismos, pues si éste se pierde, se le priva a la amistad de su principal elemento.

En la tradición bíblica no se nos da una explicación teórica del sentimiento de la amistad y de su desarrollo, pero se conoce bien como afecto recíproco y desinteresado. La amistad bíblica es un reflejo de la amistad que Dios tiene con el ser humano, que considera, por ejemplo, a Abraham y a Moisés como “sus amigos”. En la historia de amistad entre David y Jonatán, se describe la amistad como amor de persona a persona. El término ahaba (amor) empleado para describir esta relación de amistad, comprende tanto el afecto puro y desinteresado, como el pacto que perdura más allá de la muerte. En el Nuevo Testamento, por la encarnación del Hijo de Dios, se asume el valor humano de la amistad, pero quitándole la dimensión exclusivista de la misma, donde se amaba al amigo y se odiaba al enemigo. Jesús se presenta como el amigo de pecadores y publicanos, tiene amigos en Betania (Lázaro, Marta y María) y, sobre todo “da la vida por sus amigos”. 

El Evangelio de la caridad sorprende a los increyentes pues lleva consigo la hermandad de espíritu de acuerdo con la filiación divina. Pero la caridad no puede dejar de lado a la amistad humana, ante todo, porque Jesucristo nos hizo sus amigos. Ahora bien, si se prescinde de la amistad y reducimos el amor cristiano a la fraternidad, ésta puede perder operatividad y resultar insulsa, cayendo en la filantropía, es decir, en una abstracción. La caridad cristiana apunta al destino eterno del ser humano y no sólo a la felicidad en esta vida, por eso perfecciona a la amistad humana, consolidando sus dimensiones fundamentales: fidelidad, lealtad, sinceridad, generosidad y afecto. La veracidad también es una dimensión de la amistad, vinculada a la libertad.

Al amigo, que es otro yo, no se le deja sólo si incurre en errores. El valor pedagógico de la amistad muestra que la prudencia y la justicia, en la corrección amistosa, son valores que acompañan a la amistad. En el pensamiento personalista dialógico, partiendo de la noción de ser humano como persona, se afirma la vocación comunitaria de la misma como superación del individuo abstracto y sitúa la personalización en el movimiento de autorrealización y conquista sobre lo impersonal. Del individuo cerrado, a la persona abierta y autotrascendente, la persona se nos presenta como una presencia dirigida hacia las otras personas, que no la limitan, sino que la hacen ser; la primera persona, yo, es la experiencia de la segunda, tú, y de ahí surge el nosotros. 

Se comprende, pues, la amistad como una relación desinteresada y pura, que en la reciprocidad encuentra su alimento y fortaleza. La reciprocidad de las conciencias deja abierta así la posibilidad de un nosotros que, sin ser la suma de dos, no existe fuera de ellos, porque no es fruto ni de la fusión ni de la confusión, sino de la amistad como afecto, que hace que el amigo esté presente en el otro con su originalidad creadora; tampoco quedan saturados en su propia reciprocidad, sino que el ‘nosotros dos’ es ‘nosotros todos’, mutua transparencia y conocimiento que convierte la amistad en una relación eficaz de promoción mutua, porque es auténtica y nos sitúa ante las condiciones precisas de la amistad: la verdad y la sinceridad. Incluso cuando la amistad nos hace sentir el soplo de la muerte, habrá que afirmar que la amistad está por encima del tiempo y de las contradicciones de la vida, porque no teme a la muerte y es capaz de entregarse por aquellos a los que ama, y en esa entrega la persona adquiere una nueva seguridad en la vida y deja espacio a la esperanza.

Para la teología de la amistad, el amor se derrama hacia las personas independientemente de que sea correspondido o no, aportando ternura, benevolencia y compasión. Cuando este amor se encuentra con otra persona con la cual se establece una relación de confianza, estima y simpatía recíproca, se llega a crear también una nueva comunión interpersonal llamada amistad. La forma más completa de amor y amistad, que asume necesariamente características de exclusividad y de permanencia, es la que ofrece el amor conyugal, símbolo del amor entre Dios y la humanidad y del amor de Cristo y la Iglesia. La amistad es la disposición del espíritu que consiste en obrar con facilidad y alegría el bien de la persona amiga. Nace como sentimiento y alcanza después su plena verdad al ser querida y cultivada como forma de amor. 

En el cristianismo, la amistad se considera una virtud en cuanto refleja el amor de Jesús por todas las personas sin ninguna distinción. Jesús de Nazaret, muerto y resucitado, representa la demolición del muro de enemistad que separaba al ser humano de su semejante, al varón de la mujer, sin borrar la alteridad sexual ni oponerla a la amistad como relación inferior, sino subrayando la amistad al margen de diferencias sexuales, culturales, religiosas, sociológicas, etc. De ahí que se fundamente y exija la fidelidad recíproca, aunque por encima de ella sitúa la fidelidad a Dios. (…)

La amistad y también la caridad reclaman reciprocidad. El amor de benevolencia puede existir sin reciprocidad, pues se puede amar sin ser correspondido, pero el amor no se siente satisfecho más que cuando es correspondido con otro amor. En la caridad amamos a Dios por sí mismo, pero no olvidamos que Dios es nuestro amigo y que nos prodiga sin cesar sus dones y beneficios. La amistad establece un parentesco espiritual y una comunión de vidas: Mi amigo es otro yo, compartimos las penas y las alegrías, vivimos el uno para el otro, tenemos un solo corazón y una sola alma. Así, en la amistad con Dios, manteniendo las distancias, viviremos la misma vida de Dios y tendremos el mismo objeto de visión y goce que Él. Dios eleva en éxtasis al justo con su divina beatitud y este se regocija y embriaga en ella. Esta será la amistad celestial: una comunión íntima y eterna.

(Tomado de: José Vásquez. EL EVANGELIO DE LA AMISTAD EN CARLOS DE FOUCAULD. Bilbao: Desclée de Brouwer, 2014, págs. 5-8).

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