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¿TODO EL CONSEJO DE DIOS?

Martín Ocaña
El cristiano evangélico promedio acepta aquello de “Sola Escritura” para explicar y defender su fe, su credo, e incluso su praxis eclesial. Ese pilar teológico que la Reforma Protestante remarcó, lo sabemos, en realidad está más en el papel que en la práctica. Sí, pues, el tradicionalismo con frecuencia tiene más autoridad (junto con los sueños y “revelaciones” personales) que la Escritura, como se suele afirmar. Pero si los sueños, las revelaciones y la tradición le dan contenido a lo que se hace y defiende, entonces mejor no decir que somos “Sola Escritura”.

Sin duda hay reduccionismos o eclipses teológicos: los de la Nueva Reforma Apostólica, por ejemplo, no pueden vivir sin Hechos de los Apóstoles porque encuentran en ese libro la clave, el argumento central para sus propuestas teológico-políticas. (Curioso, los nuevos apóstoles casi no apelan al Evangelio de Lucas). Sucede que han hecho un canon (uno o dos libros de la Biblia) dentro del canon mayor (el de los 66 libros) que los evangélicos aceptan como normativos. Eso de “todo el consejo de Dios” (Hch 20:27) que dijo Pablo, no va con ellos.

Ahora, estrictamente eso no es novedoso, ya los de la teología de la liberación 1 (es decir aquella articulación previa a las crisis de los paradigmas de los noventa) hicieron del libro del Éxodo su todo. Todo era el Éxodo. Curioso, cuando se lee ese libro bíblico, la salida ocupa menos de la mitad de los 40 capítulos. Hay que leer los libros completos ¿no? Luego le harían la “relectura” a toda la Biblia encontrando “textos liberadores” aun hasta donde no los hay. “1 de Timoteo, qué problema”, sí, claro. Es una tendencia frecuente -y débil a la vez- el hacer planteamientos con unos pocos versículos de la Biblia. 
  
Veo hoy nuevas versiones del viejo liberalismo: todo está “centrado” en Cristo (al igual que en el conservadurismo teológico antiguo), pero sacrificando el resto del Nuevo Testamento. Quieren dar la impresión que son “cristocéntricos”. De hecho, hay quienes leen los Evangelios -y nada más que los Evangelios- dándole a Jesús una curiosa interpretación: Jesús es sólo amor al prójimo, se opone a los religiosos y sus instituciones, Jesús no fundó la iglesia, Jesús está en contra de los dogmas, etc. De esta manera Jesús llega a ser un pretexto -demasiado notorio- para justificar ciertas praxis personales e institucionales.

Hay otros tipos de reduccionismos. Hay iglesias donde no se puede predicar sobre ciertos libros de la Biblia porque colisionan con su modelo eclesial (aparte que cuestionaría sus discursos políticos y lecturas de lo social). Un pastor -de una denominación que ha hecho opción por la clase media- explica el don de repartir (Rom 12:8) como la capacidad sacrificada de dar diezmos a la iglesia para la obra misionera. (Puedo citar el libro y la página). Como que cuando un versículo incomoda, se le “espiritualiza” o se le hace decir algo distinto. En este caso se acepta en teoría el canon total, pero a regañadientes, no se acepta en la práctica. 

En la iglesia donde soy pastor se está predicando el Sermón del Monte (Mateo caps. 5 al 7). ¿El contenido? La justicia del Reino de Dios. Allí encontramos temas que hoy incomodan porque pertenecen al ámbito “privado” de las personas. Por supuesto, no todo son bienaventuranzas para los que sufren las embestidas de los poderosos, o críticas a la hipocresía religiosa y sus “piedades públicas”. No. Jesús también cuestiona el enojo que lleva a hacer locuras, la inmoralidad sexual, el abuso contra la mujer que lleva al divorcio, los juramentos, etc. ¿Qué clase de Reinado de Dios sería ese que opera en lo social pero no en lo personal o familiar?

Comentando Hch 20:27, dice Jürgen Roloff: “Pablo ha predicado la voluntad de Dios por entero, sin cercenarla ni desfigurarla, no ha omitido absolutamente nada que fuera necesario para la salvación de sus oyentes (v. 20).” (Hechos de los apóstoles. Madrid: Cristiandad, 1984, pág. 408). Es obvio que si hay que anunciar “todo” el mensaje, “todo el evangelio”, tendremos necesariamente que revisar y reorientar los contenidos y temas de las prédicas y los cursos de discipulado, aparte de evaluar cuán efectivo y evidente es en nuestras vidas y de la iglesia. “Todo” el Evangelio es, en realidad, una tarea para toda la vida. 

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