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sábado, 11 de abril de 2020

JESÚS RESUCITADO NOS COMISIONA

“Y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, Y RESUCITASE DE LOS MUERTOS al tercer día; Y QUE SE PREDICASE en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén” (Luc 24-46-47).

PLANTEAMIENTO DEL TEMA

La resurrección de Jesús -es decir el hecho concreto y tangible que Jesús volvió a la vida al tercer día después de haber sido muerto en la cruz- en es algo indiscutible para el testimonio bíblico. La resurrección de Jesús es la demostración que la vida de Dios se impone sobre la muerte, derrotándola de una vez para siempre. Por eso el apóstol Pablo exclama: “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” (1 Cor 15:55). La resurrección de Jesús es el testimonio del Dios victorioso que nos comisiona a que participemos de su Reino de Vida o “Reino de Dios”. A esto se debe que los cuatro Evangelios concluyan con relatos de comisión a los discípulos. De hecho, Jesús resucitado nos comisiona también hoy.

EXPLORANDO EL TEXTO BÍBLICO

Bien se puede decir que Marcos 16 relata cómo María Magdalena, María la madre de Jacobo y Salomé hallaron la tumba vacía, y cómo “un joven” les dijo que Jesús había resucitado. Mateo 28, después de relatar acerca de la tumba vacía, registra dos apariciones de Jesús resucitado, la primera a María Magdalena y “la otra María”, y la segunda a los once discípulos en Galilea. Lucas 24 relata la forma en que las mujeres, luego de encontrar la tumba vacía, llevaron la noticia a los once, quienes no les creyeron. Luego registra tres apariciones: a Cleofás y otro en el camino a Emaús, a Pedro (24:34), y a los once y otros en Jerusalén antes que Jesús los llevara fuera hasta Betania. Y Juan 20-21 relata cómo María Magdalena encontró la tumba vacía, y cómo Pedro y el discípulo amado la visitaron para verificar las noticias que ella les había dado. Luego registra cuatro apariciones: a la Magdalena en el jardín, a diez discípulos el mismo día detrás de puertas cerradas en Jerusalén, a los mismos diez más Tomás en el mismo lugar una semana después, y a los once discípulos junto al lago de Galilea.

Este testimonio del Jesús vivo que acompañaba a su pueblo por medio del Espíritu, fue transmitido en la misma medida en que la iglesia se iba expandiendo por todo lugar. Es en ese contexto que Pablo, el misionero a los gentiles, va a tener un encuentro personal con el Jesús resucitado. Su testimonio es contundente: “Después... me apareció a mí” (1 Cor 15:7-8). Pero la buena noticia no se queda en un hecho histórico del pasado (la muerte y la resurrección de Jesús). La buena noticia es que el Resucitado está en medio nuestro, y nos vincula con nuestra realidad; pero no para que digamos “un día Dios me sacará de esta situación cuando me lleve a su Reino”, sino más bien todo lo contrario. Dios que resucitó a Jesús, el Cristo vivo y el Espíritu vivificante (Rom 8:11) están con su pueblo ahora mismo, para animarlos en la extensión de su Reino. Consideremos los siguientes tres puntos: (1) Creo en Jesucristo crucificado; (2) Vivo en Jesucristo resucitado; y (3) Sigo a Jesucristo el Señor de la nueva creación.

“CREO EN JESUCRISTO CRUCIFICADO”

“Y por todos murió, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Cor 5:15)

Para el apóstol Pablo el término “cruz” encierra toda la vida-muerte-resurrección de Jesús (1 Cor 1:23). No es que ignora sus enseñanzas y milagros. No. Todo lo somete a la cruz (1 Cor 2:2). La vida de Jesús es lo que antecedió a su muerte, así como su muerte a la resurrección. Jesús no murió ni en un accidente ni de “causa natural”, como se dice. Según el testimonio bíblico a Jesús lo mataron y de la peor forma que se conocía en su tiempo: crucificado (Luc 23:26-49). ¿Y por qué alguien –o algunos- habrán querido darle muerte? (Jn 11:47-53). La razón fundamental es que Jesús vino a traer el Reino de Dios (Mc 1:14-15; Rom 14:17). Y este Reino al estar caracterizado por la justicia y la vida plena para todos (Mat 6:33), colisionaba de manera frontal con los poderosos de este mundo.


“VIVO EN JESUCRISTO RESUCITADO”

“Más ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho” (1 Cor 15:20).

Para los cristianos la resurrección de Jesús es la piedra angular en que se apoya nuestra fe. Pero algunos quieren debatir si la resurrección corporal de Jesús fue posible o no. Se trata de una distracción innecesaria y estéril. Dios levantó a Jesús de los muertos. Así de simple y sencilla fue y es la convicción de los cristianos a lo largo de los siglos (Mat 28:6). El Jesús resucitado no es una idea de sus discípulos que transformaron “la derrota” (muerte física) en victoria (resurrección como mito de movilización social). La resurrección fue un acto de Dios por el cual detuvo el proceso de desintegración, libró a Jesús de las consecuencias de la muerte y transformó su cuerpo. En suma, lo “glorificó”. Ese es el dato bíblico.

Pero la resurrección Jesús no obvia la experiencia de la cruz, sino por el contrario, es una proclamación de que Dios estaba con el Crucificado incluso en aquel atroz momento. La resurrección ilumina la cruz -señal de muerte y escándalo- de tal manera que la vuelve en señal de vida. Nos abre los ojos para ver de forma distinta la actuación de Dios en la historia. En la resurrección Dios proclama su NO definitivo a la muerte y un SÍ absoluto a la manifestación de la vida. Por ello es que la cruz y la resurrección representan el eje central en torno al cual se mueve y fundamenta nuestra fe. Es mucho más que una simple “afirmación de fe” –como una confesión doctrinal-, se trata de la confirmación de la nueva vida en Cristo Jesús (2 Cor 5:17).

Tal vez lo más extraordinario de la resurrección de Jesús es que hace de cada uno de nosotros personas vivificadas (Rom 13:13-14). Por ello es que la resurrección de Jesús no puede ni agotarse en la aceptación de un hecho del pasado, ni tampoco puede conducir a tan sólo esperar con cierta resignación la “segunda venida de Cristo”. Eso no sería esperanza cristiana sino evasión escatológica. Los cristianos debemos reconocer que la resurrección de Jesús tiene un alcance tanto histórico como cósmico (Rom 8:19-23).


“SIGO A JESUCRISTO EL SEÑOR DE LA NUEVA CREACIÓN”

“Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” (1 Cor 15:22)

Los cristianos creemos en Jesús crucificado, vivimos en Jesús resucitado, pero también seguimos a Jesucristo quien es el Señor de toda la creación. Y le seguimos porque esperamos la nueva creación prometida (Apo 21-22) que no es una ruptura con esta historia ya transformada por la resurrección de Jesús. Nosotros sabemos bien que las personas no pueden vivir sin esperanza pues ésta es el motor de la vida humana. Y los cristianos afirmamos que nuestra esperanza brota de la certeza de que Jesús está vivo conduciendo la historia hacia su plenitud. 

Pero los cristianos, animados por la esperanza, debemos poner en tela de juicio “lo presente”, a la vez que servimos a “lo venidero” en la perspectiva de la salvación en la historia. Por eso, vivir la resurrección hoy implica articular nuestra esperanza en mediaciones históricas concretas, de lo contrario, la esperanza corre el riesgo de convertirse en un escapismo de la realidad. Seguir a Jesucristo significa vivir esperanzados en la nueva creación, de la cual los cristianos participan con su accionar solidario cuyo modelo es y será Jesucristo resucitado.

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