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lunes, 6 de abril de 2020

UN PROFETA HEBREO NOS ABRAZA Y CONSUELA

LA AGONÍA DE JESÚS Y LA DEL MUNDO ENTERO

Una fecha significativa en el calendario cristiano es lo que se conoce como “Semana Santa”, donde se recuerda la pasión, muerte y resurrección de Jesús, el Hijo de Dios, el Mesías que vino a traer su Reino. Jesús, según los Evangelios, no se quedó en la tumba sino que venció a la muerte de cruz, a la cual había llegado como resultado de su obediencia al Padre, pues tenía una misión encomendada: la salvación o redención de las personas.

Los Evangelios se esfuerzan en mostrar que la vida de Jesús fue una larga agonía, y no solo la parte final de su ministerio, para concluir con los relatos en torno a su muerte y su resurrección. La palabra “agonía” no debe asustarnos, ya que originalmente significa la “lucha” de alguien que denodadamente se esfuerza por salvar su vida arrebatándosela a la muerte (que ya está casi a la puerta). No hay que olvidar que Jesús recién nacido en Belén tuvo que luchar, agonizar junto a sus padres, para sobrevivir tanto a las condiciones que le rodearon como a la espada de Herodes.

Pero la agonía, la lucha de Jesús por la vida, nos vincula a esa otra agonía que estamos atravesando naciones enteras. Vivimos en la actualidad una época donde somos testigos de algo no pensado ni calculado por las mayorías, pero que puede acabar con gran parte de la humanidad además de dejar secuelas de larga duración, y de las que nos recuperaremos sólo con gran dolor y esfuerzo. Hay una diferencia grande, sin embargo, entre ambas agonías. La de Jesús era para redimir a la humanidad de su pecado y acercarla al Reino de Dios, la nuestra aún no sabemos para qué sirve.

¿LO RACIONAL ES VOLVERSE LOCO TAMBIÉN?

La situación actual al parecer no ha ayudado lo suficiente como para tomar una mayor conciencia de su significado. Basta ver a los necios que no obedecen ninguna medida del gobierno, a los egoístas que sólo les importa sus diversiones, y a las narcisistas que se exhiben en el Facebook como si fueran mercadería a precio de ocasión. ¡Hay demasiada indolencia y locura social imposible de entender! Esto tal vez se deba a que existe el pensamiento de “La vida es una, hay que disfrutarla. De algo uno se tiene que morir”. Como dijo Charles Kindlerberger: “Cuando todos se vuelven locos lo racional es volverse loco también”.

Y aunque esta expresión se dijo en relación a asuntos macroeconómicos la idea tiene vigencia, sobre todo para los que nunca quieren ver lo que realmente sucede. Efectivamente, uno puede cerrar los ojos y escudarse en que estaba deprimido o que era su mecanismo de defensa. Pero hoy nadie puede darse semejante e innecesario lujo. Muchas veces, sobre todo en momentos de aguda crisis, se recuerda la famosa expresión de George Santayana: “Aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo”. Debo decir, con tristeza, que en el Perú desde hace décadas hay un esfuerzo denodado y sistemático desde el Estado por minimizar o desaparecer la historia de casi todas las casas de estudio.

¿Qué datos de la historia peruana se minimizan o ignoran? En 1903 la peste bubónica tuvo efectos por los siguientes 27 años, es decir hasta 1930, matando a más de 10,000 personas. En 1991 con la epidemia del cólera se enfermaron 322,562 personas de las que 2,909 murieron. En el 2009 con la AH1N1 hubo 9,657 casos confirmados, muriendo 228 de ellos. Y si consideramos todas las muertes a causa de la influenza, la neumonía, la tuberculosis, etc., en los últimos veinte años, entonces el panorama se resume en que estamos acostumbrados a convivir con la muerte (muchísimas de ellas evitables). Pero claro “no eran de los nuestros”, y por eso no importaban ni importarán. Son sólo cifras, datos.

Pero veamos otro tipo de tragedias en nuestra historia reciente. Entre 1980 y el 2000 el llamado “conflicto armado interno” nos dejó la cifra de casi 70,000 muertos (aunque la Cruz Roja Internacional calcula que son como 100,000) y más de 18,000 “desaparecidos” (eufemismo para referirse a los ajusticiados cuyos cuerpos no han sido encontrados). ¿Y qué decir de las casi 1,300 mujeres asesinadas -los llamados feminicidios- entre el 2009 y el 2019? ¿Y qué del año pasado en que hubo 18,582 violaciones sexuales y 2,803 asesinatos? ¿No será que estamos acostumbrados en el Perú al dolor, el sufrimiento y la muerte en tanto sean de otros y no de nuestras familias?

HABACUC: EL PROFETA DE LAS PREGUNTAS INCÓMODAS

Existe una idea difundida y que poco ayuda a entender a los profetas del Antiguo Testamento. Es aquella que sólo quiere verlos como vaticinadores de un futuro que ellos conocían “porque Dios así se los había revelado”. Pero hay que recordar que, en términos generales, los profetas eran lo más parecido a místicos con profundas preocupaciones sociales. Los profetas nunca vivieron a espaldas de su realidad (Israel en este caso), como tampoco al margen de un profundo temor a Dios y su Ley. Ciertamente Dios les hablaba y ellos tenían oídos para oír esa voz. Habacuc es muestra de ello.

Este profeta vivió a fines del siglo VII en medio de una aguda crisis social-política-moral-espiritual de su nación y del cual él era muy consciente. Habacuc significa “el que abraza” o “abrazar” (La Biblia de las Américas, edición de estudio, p. 1252), y debe haber sido muy conocido como profeta, dada su presentación en 1:1. Pero al profeta Dios le hizo conocer algo terrible: la invasión de su país por los fieros babilonios (o “caldeos”). A la muerte espiritual de su nación ahora le sobrevendría la destrucción física-material. Ante tal situación Habacuc levanta preguntas, algunas de ellas muy incómodas. ¿Por qué?

Martin Lloyd-Jones dice que en el libro del profeta Habacuc se “afronta el problema de la Historia de una manera sumamente interesante; no como una teoría académica o un enfoque filosófico de la Historia, sino como la perplejidad personal de un hombre, que en este caso es el propio profeta. Escribió este libro para relatar su propia experiencia. Aquí tenemos a un hombre que estaba muy perturbado por lo que estaba ocurriendo. Estaba ansioso por poder reconciliar lo que estaba viendo con lo que él creía.” (Del temor a la fe, p. 10). 

PREGUNTAS HECHAS DESDE EL SUFRIMIENTO (1:1-4; 12-17; 2:1)

Habacuc estaba más que asombrado por lo que Dios le estaba haciendo ver en su país. ¿Y qué veía? Destrucción, violencia, iniquidad, injusticias (1:1-4). Lo que observaba era algo que no se podía aceptar, de ahí sus preguntas “¿Hasta cuándo?”, “¿Por qué?”, “¿No eres tú desde el principio, oh Jehová, Dios mío, Santo mío?”. Ante una historia llena de violencias, injusticia y pecado -con sus consecuentes muertes- Habacuc levanta preguntas hechas desde el dolor y el sufrimiento. Nunca está mal hacernos preguntas o hacerlas al mismo Dios, siempre y cuando tengamos la disposición a escuchar lo que Él quiere decirnos. Y con frecuencia Dios responde muy fuerte. ¿Cuáles son sus palabras?

RESPUESTAS QUE NO SE QUIEREN ESCUCHAR (1:5-11; 2:2-20)

Dios entonces responde las preguntas de Habacuc. Luego de decir que hará algo difícil de creer (1:5) le invita a mirar en dos direcciones: hacia afuera, es decir a los caldeos quienes serán el instrumento del juicio de Dios (1:6-11), y hacia adentro, donde anidaban las injusticias de la nación (2:3), la corrupción (2:6-8, 17), la codicia y el crimen (2:9-12), la inmoralidad (2:15-16) y la idolatría (2:18-19), lo cual contrasta con su santidad ante la cual todos deben guardar silencio (2:20). ¡Al juicio de Dios siempre le antecede la maldad humana, el pecado que lo corrompe todo!

Una mirada a nuestra historia nos indica la putrefacción social y moral en niveles nunca antes visto. En palabras de Isaías “Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga” (1:6). ¡Hasta pareciera que el profeta describe a nuestros países! Pero cuando el juicio de Dios llega pocos reconocen lo mal que hemos andado como nación por años (y tal vez hasta por décadas y siglos). En el Perú ¿la gente estará dispuesta a aceptar lo mal que estuvimos andando? ¿Seremos capaces de reconocer que nuestros pecados nos llevaron al lugar en que estamos? O como sucede con frecuencia ¿Volveremos a nuestras corrupciones y pleitos políticos apenas pase la pandemia? (No hay que olvidar que ni el conflicto armado interno con sus miles de muertos logró que nos articulemos en un proyecto de nación).

CERTEZAS QUE AYUDAN A VIVIR ESPERANZADOS (3:1-19)

Todas las personas en el sufrimiento necesitamos el consuelo. No necesitamos ni el engaño ni las indiferencias de nadie. Pero el consuelo verdadero siempre se funda en certezas, no en ilusiones. Y en tiempos como los que vivió Habacuc, sin duda, había que afirmar la esperanza con una fe inquebrantable en el Dios que lo tiene todo bajo control. Lo mismo se puede decir para los días actuales.

El capítulo 3 es una oración (v. 1) puesta en forma de poema, el cual debía ser entonado en el culto bajo la dirección del jefe de los cantores (v. 19). En esta oración-poema Habacuc, como observa Charles Feinberg, “abraza a su pueblo y le toma en sus brazos, es decir, le consuela y levanta, como lo haría cualquiera con un niño que llora, para calmarle con la seguridad de que, si Dios quiere, pronto estará mejor.” (William MacDonald. Comentario al Antiguo Testamento, p. 1094). Habacuc, haciendo honor al significado de su nombre, consuela al pueblo que necesita -al igual que él- de la palabra de Jehová (v. 2), de su misericordia (v. 2) y de su poder sobre todo y todos (vv. 3-17). Esa certeza en un Dios poderoso es lo que le hace exclamar que, a pesar de la dureza de los tiempos, seguirá alegrándose en Jehová quien es su fortaleza (vv. 18-19).

UNA IGLESIA PROFÉTICA Y CONSOLADORA

La iglesia no siempre ha sido bien entendida cuando ha realizado su función profética, la cual es parte del Evangelio del Reino de Dios. La Palabra de Dios siempre incomoda y a veces en grande. Pero, aunque Dios levanta profetas con el lenguaje crudo de Amós, Ezequiel e Isaías, también llama a profetas como Habacuc el cual llevó consuelo a su pueblo. Y en los tiempos que vivimos hoy ¡Cuánta falta hacen aquellos que desde la Palabra de Dios nos abrazan, consuelan y hasta enjugan nuestras lágrimas!

En el naciente cristianismo las iglesias entendieron que los profetas, con la Palabra de Dios, hablaban “para edificación, exhortación y CONSOLACIÓN” (1 Cor 14:3). De hecho, los cristianos llegan a comprender una necesaria función pastoral, la cual se explica en estos términos: “para que podamos también nosotros CONSOLAR a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos CONSOLADOS POR DIOS” (2 Cor 1:3-4). ¡Los profetas anuncian a un Dios poderoso que consuela aún en los momentos más difíciles!

Ahora bien, esto no significa que los cristianos ignoran lo que viene ocurriendo en nuestros países o que deben callar ante los abusos e injusticias. Significa que en medio del sufrimiento generalizado podemos y debemos llevar el consuelo de Dios a este mundo necesitado de esperanza, fortaleza y vida. En esta Semana Santa -donde recordaremos en nuestros hogares al Cristo sufriente que va a la cruz- sin duda también podremos anunciar a Jesucristo resucitado, que vence la muerte con el poder de Dios trayendo salvación a todos los que confían en Él y le siguen. 

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