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martes, 24 de marzo de 2020

“SI ALGUNO TIENE OÍDOS PARA OÍR, OIGA”

NUNCA HA SIDO FÁCIL discernir ni la voz ni la presencia de Dios en tiempos de pruebas y adversidades, como son los momentos actuales. La iglesia, al ser parte de este mundo globalizado, está atravesando -junto con esa misma humanidad- situaciones impensadas que no eran parte de ningún cálculo hasta hace poco. Y es que nunca habíamos sido tan amenazados en tal magnitud todos, sin importar el sexo, el color de la piel, la religión, la condición social o la ideología política.

Cuando la salud y la prosperidad nos sonríen siempre parece fácil entender a Dios y sus bendiciones. Cuando la enfermedad, la pobreza y la inseguridad nos llega es difícil entender a Dios (y a los que creemos en él). Y no se trata de un asunto de “fe”. Se trata de algo que está en las entrañas misma de la vida y la lucha por la supervivencia. Por eso creo que los cristianos de todo lugar tenemos el gran desafío de entender desde la fe la situación actual y, más aún, la oportunidad de explicar aquella fe a quienes tienen otras creencias religiosas (o ninguna).

En los ochenta y noventa, es decir en el tiempo de la guerra interna con sus decenas de miles de muertos y desaparecidos, un teólogo peruano planteó la pregunta ¿Cómo hablar de Dios desde Ayacucho? (“Ayacucho” como símbolo de muerte y sufrimiento). Hoy nos preguntamos ¿Cómo hablar de Dios desde el coronavirus? Y si bien el terrorismo podíamos culparlo a los terroristas ¿a quién culpamos del coronavirus que está tocando nuestras puertas? ¿Y encontrando al culpable, qué se obtiene? (Igualmente hay que enfrentarlo con responsabilidad). Por lo mismo, ¿qué le decimos al que se sabe portador del virus y a sus familiares? Pues déjame decirte que no todos van a aceptar que Dios tiene el control de la situación y nada escapa a sus planes.

El asunto así planteado no pretende burlarse de los cristianos ni menoscabar su fe. Para los cristianos es tiempo de discernimiento, pero basados en la Palabra de Dios. Ya Jesús nuestro Señor dijo: “Si alguno tiene oídos para oír, oiga” (Marcos 4:23). Pregunta: ¿A quién estamos escuchando en estos días? Esto implica no sólo a Quién sino Qué debemos escuchar. Si nos pasamos el día viendo las noticias, pues de seguro vamos a terminar en shock o algo parecido. Y si hacemos caso del vecino o familiar alarmista el resultado será el mismo. ¿No será mejor leer-escuchar la Biblia que contiene la sabiduría de Dios y es útil en toda situación? (2 Timoteo 3:16-17).

El pueblo de Dios ha vivido momentos terribles a lo largo de la historia y la Biblia nos cuenta algunos de esos casos. ¿Cómo hablar de Dios desde Egipto o desde Babilonia (en tiempos de cautiverio)? ¿Cómo hablar de Dios desde la experiencia de Job, el justo sufriente? ¿Cómo hablar de Dios desde Jerusalén destruida en el 70 d. C y desde la isla de Patmos, lugar de exilio por causa de la Palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo (Apocalipsis 1:9)? Los cristianos europeos que vivieron los horrores de la segunda guerra mundial, con sus millones de muertos y desplazados, se preguntaron ¿Cómo hablar de Dios desde Auschwitz? (Auschwitz fue un campo de exterminio nazi en Polonia que llegó a simbolizar el genocidio de los judíos y de diversas minorías).

Por otro lado, y sorpresivamente, en las redes sociales hay cierto “optimismo” que algunos manifiestan y del cual debemos cuidarnos. Se sostiene que el COVID-19 debe hacer que las personas “cambien su modo de pensar” y que, además, “se cambien ciertos hábitos” (los malos, se entiende). Pero ¿de dónde sale esa ilusión como si una pandemia tuviera el efecto de ser la conciencia del mundo? Los especuladores están ganando como nunca antes y el egoísmo de ciudadanos acaparadores están dejando sin víveres a los que menos tienen. Parece que olvidamos que en el corazón de las personas anida cualquier cosa menos el amor al prójimo y la solidaridad. ¿Por qué la pandemia actual tendría que hacernos “mejores personas”? Mejores personas seremos cuando Jesucristo gobierne nuestras vidas y seamos inundados de su amor y justicia.

¿Qué nos toca hacer como iglesia, como cristianos, en estos momentos? En medio de tanto alarmismo que nos satura y de cierta despreocupación que indigna, es tiempo de que los cristianos tengamos dos actitudes fundamentales. Primero: Aquella que nos lleva a una mayor comunión con Dios. Perseverar en la fe y la oración, a pesar que no entendamos del todo la situación. Es hora que los cristianos de manera personal y familiar nos volvamos a Dios humillados cada día. Personalmente creo que el COVID-19 es una señal previa a la manifestación plena de Jesús. 

Segundo: Aquella que nos vincula a la sociedad. Debemos ser misericordiosos y pacificadores, como indican las bienaventuranzas de nuestro Señor (Mateo 5:7, 9). Nunca como hoy se nos presenta la oportunidad de ser “luz” en medio de las tinieblas, que no es sino el ser portadores de “buenas obras” (Mateo 5:16). Y, sin duda, al margen de las diversas ideas que tengamos respecto al gobierno de turno, debemos obedecer a las autoridades (Romanos 13:1). Ellas, en medio de sus aciertos e imperfecciones, están tomando las medidas que ayudarán a la nación a superar -eso esperamos- la crisis actual y las que se vienen. Todos, sin excepción tenemos que colaborar con las autoridades pues el problema no es sólo de ellos.

Que el Señor nos halle alertas, vigilantes y en oración (Marcos 13:33). Que Dios nos guíe e ilumine en este difícil momento.


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