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jueves, 12 de marzo de 2020

RUBEM ALVES: EL GUERRERO QUE ADMIRO

Rubem Alves
Esta reflexión apareció en un dossier cuando Rubem Alves cumplió 80 años. Sí, admiro a Alves y nada más que eso. Y aunque él ya no está su obra permanece y muchos seguiremos bebiendo de ella. Lamento que en un Estado en Brasil recientemente se haya prohibido sus obras. Nada podrá detener al genio.

Si hubiese una palabra que sintetice lo que pienso y siento respecto a la obra del maestro Rubem Alves sería, sin duda alguna, la palabra GRACIAS. Realmente me siento agradecido a este maestro de quien no aprendí en las aulas sino a través de su amplia producción bibliográfica en estas últimas casi tres décadas. 

Sucede –y creo no ser el único- que aprendí a leer historia, literatura, sociología, etc., con ojos ajenos, mediatizado primero en el seno del hogar y luego en los espacios institucionales que se llaman “educativos”, sean éstos escuelas o facultades universitarias. Pero ¡cuánto nos condicionan estos espacios! ¡Y cuánto nos distorsionan, a veces sin percatarnos de ello!

En la biblioteca de la institución donde hice el bachillerato no había nada de Alves. Absolutamente nada. Él era uno de esos autores ausentes y/o vedados. Su nombre infundía no poca alarma sino hasta espanto en la facultad. Alves era en definitiva un nombre peligroso. Y junto a él estaban Gustavo Gutiérrez, Hugo Assmann y José Míguez Bonino. Afortunadamente los censores habían escuchado poco o nada de Paul Lehmann, Hans Küng, Karl Rahner y Richard Shaull… 

Tiempo después hice la licenciatura en otra institución. Allí sí habían algunos escritos de Alves en español, portugués e inglés, lo cual me obligó –con deleite- a ampliar mis conocimientos de los dos últimos idiomas para poder leerlos. Pero siempre tuve la impresión que pocos eran los alumnos y los profesores que lo leían. No había censura pero sí una indiferencia hacia sus escritos. No recuerdo ningún sílabo haciendo mención de Alves en bibliografía alguna. Luego entendí el por qué: un destacado profesor comentó en clase, con aire de superioridad, que Alves “no es pertinente para el quehacer teológico latinoamericano”.

¿No pertinente? Esa respuesta no sólo no me satisfizo sino que me indignó porque me parecía bastante injusta. Pero sin proponérselo el profesor resumió una actitud generalizada en ciertas teologías que de “latinoamericanas” sólo tienen el nombre y que más bien son tan dogmáticas y solemnes como aquellas que critican. Haríamos bien en recordar la opinión de José Míguez Bonino, quien ha dicho que “la inspiración de Alves está indisolublemente ligada a la realidad latinoamericana”.

Si la teología brota de la vida humana en sus diversas experiencias y concreciones, y no sólo de la “praxis liberadora” ¿Por qué cerrarse a la polifonía de la vida? ¿Por qué menospreciar el perfume, la belleza, la alegría, la poesía, la eroticidad, el baile, la comida, el arte, la imaginación, en definitiva, el amor y la vida? ¿No es para eso, acaso, que anhelamos la libertad de todos? ¿No es que para eso supuestamente se hacen las revoluciones? La satisfacción de las necesidades y la danza no se oponen ¡Se necesitan! Así, al menos, lo aprendí de Alves.

¿Por qué las censuras? ¿Por qué las indiferencias? ¿Por qué las inquisiciones sin hogueras? Dios quiere que pensemos e imaginemos proféticamente lo que aún no vemos, lo que anhelamos con ansias, no por un defecto de ideología de pequeña-burguesía mal entendida, sino porque ella se encuentra en el origen de toda gestación, de toda creación y de todo renacimiento. ¿No soñaron los profetas hebreos, acaso, con un Reino de Vida donde todas las personas coman y beban con alegría del fruto de su trabajo?

No puedo estar más de acuerdo con Alves cuando dice que “un Dios que me impide pensar es un Dios que no merece mi respeto”. ¡Pero ciertas instituciones y teologías con presunciones de universalidad -un virus muy extendido- han pretendido en nombre de “Dios” silenciar las voces alternas! Dios, el “Gran Misterio” nunca puede ser enjaulado por ningún discurso, ni siquiera por el teológico. Por ello es que la exploración de nuevos lenguajes –tan trabajado por Alves desde su disertación doctoral- es una tarea inconclusa como desafiante.

Con Alves comprendí, además, que habían otras formas de leer a San Agustín, Barth y Moltmann, y que no había irreverencia alguna en citar a Wittgenstein, Marx, Kolakowski o Nietzsche (de hecho en mi tesis de maestría comienzo con una cita de este último). Y aprendí, sobre todo, que quien lee sólo teología no sabe de teología. De ahí la necesidad de bucear en otros mares y de descubrir la belleza de esas profundidades. Antoine de Saint-Exupéry, Ezra Scotland, Thomas Mann, entre otros, desde entonces han estado entre mis preferidos.

Necesitamos hoy lenguajes que comuniquen con claridad y pasión lo concreto de la vida humana. Existe, sin embargo, mucho ruido teológico (y no teológico) en la presente época de incertezas orientadas. Hay excesivos sonidos pero con poca significación. Las palabras y los conceptos están siendo asombrosamente deteriorados. Y con ello los deseos y los sueños más profundos están siendo colonizados por los viejos y los nuevos poderes que no creen en la plenitud de vida para todos.

“Yo mismo soy lo que soy por los escritores que devoré”, ha dicho con acierto Alves. Y a eso puedo añadir que hay más de una generación que somos lo que somos –en América Latina y fuera de ella- porque devoramos a Alves lejos de las aulas, a espaldas de todo escolasticismo, con frecuencia a escondidas y en soledad o con cómplices que compartían nuestros sufrimientos y sueños. Leímos y leemos a Alves algunas veces con nostalgia, pero no pocas veces con ilusión, sonrisas y carcajadas por el fino humor –era todo un maestro en ese arte- con que nos desafía una y otra vez a vivir y amar la vida en toda su plenitud.

De mis lecturas de Alves concluyo que Dios no puso en el huerto del Edén a una pareja de teólogos (o sociólogos o psicólogos) para que reflexiones sobre él. Dios creó a un varón y una mujer para que se complementen, para que disfruten del sexo, para que bailen, para que hagan poesía, para que tengan hijos, para que disfruten del trabajo no alienado, para que sueñen juntos, para que se amen y vivan en libertad. Ese es el Paraíso, el proyecto de Dios. ¿O acaso hay otro? Necesitamos retornar del Desierto al Paraíso…

En la tradición japonesa la vejez es una señal de status y al que corresponde un trato deferente. En Occidente, por el contrario, el ser viejo se relaciona a un estereotipo poco deseado. Se cree que éstos son cansados, fastidiosos, y utilizan su tiempo de manera poco productiva, entre otras cosas. Bueno, Rubem Alves no cabe en este imaginario. Dice Oliver Sacks, el famoso neurólogo inglés quien superó los ochenta años, que él encuentra placer en la vejez y que éste es un tiempo de pleno esparcimiento y libertad. Pienso que debemos creerle.

Alves ha ofrendado con gratitud su vida a la Vida. Ha dado –y sigue dando- mucho más de lo que él imagina a las personas que lo admiran y que lo censuran. Ha sido y es un guerrero a quien admiro. Nos ha hecho soñar con la libertad. Esa libertad que se saborea, que se siente y que nos baña con su fragancia. Por eso mi homenaje y agradecimiento.


¡Gracias maestro Alves!

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