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viernes, 20 de marzo de 2020

INJUSTICIA, RIQUEZA Y POBREZA EN LOS PADRES DE LA IGLESIA

Pobreza y bienestar en el pensamiento cristiano antiguo

La iglesia nunca fue indiferente frente al mal uso de los recursos económicos y a los abusos sistemáticos de los poderosos contra los pobres. Las primeras críticas desde la fe cristiana se registran esporádicamente en el Nuevo Testamento y prosiguen hasta el día de hoy. Por eso, nos hemos propuesto rescatar el pensamiento reflexivo de los Padres de la Iglesia antigua, aun sabiendo que representan tan sólo un punto de vista del tema en mención.[1] Pastores y Obispos no dudaron un instante en levantar su voz en nombre de Dios y a favor de los pobres, denunciando la riqueza mal habida, la lujuria, la insensibilidad, el abuso, el lujo y una serie de pecados sociales más.[2] En lo que sigue ofrecemos la “palabra profética”, es decir, la Palabra de Dios a favor de la vida humana. 
    El fuerte ampare al débil; el débil respete al fuerte. El rico de con liberalidad al pobre; el pobre de gracias a Dios por haberle dado quien remedie su necesidad.
Clemente (aprox. 95), 1ª Cor 38:2

    Todo apóstol que llegue a vosotros ha de ser recibido como el Señor. Pero no se quedará por más de un día o dos, si hace falta; quedándose tres días es un falso profeta. Al partir, el apóstol no aceptará nada sino pan para sustentarse hasta llegar a otro hospedaje. Si pidiese dinero, es un falso profeta.
La Didajé 11:4-6 
    ¡Aprended a conocer a los que enseñan doctrinas extrañas sobre la gracia de Jesucristo, venida a vosotros; cómo son contrarios a la mente de Dios! De la caridad no se cuidan, ni de las viudas, huérfanos y agobiados, ni de presos ni de rescatados, ni del hambriento ni del sediento.
Ignacio de Antioquía (aprox. 111), Carta a los esmirnenses 6
    Raíz de todos los males es la afición a las riquezas. Por lo tanto, sabiendo que nada hemos traído a este mundo, y que nada llevaremos de él, armémonos con las armas de la justicia, y enseñémonos primero a nosotros mismos a proceder en el mandamiento del Señor. (...) Quien no se aleja de la avaricia, se manchará de idolatría, y será juzgado como uno de los gentiles.
Policarpo (aprox. 115), Carta a los filipenses 2,11 
    Desde el principio teníais la costumbre de ayudar a todos los hermanos de muchas maneras y de enviar pensiones a muchas iglesias en todas las ciudades. Por medio de estas donaciones que habéis enviado desde tiempo inmemorial, habéis aliviado la pobreza de los necesitados y ayudado a los hermanos que viven en las minas (como trabajadores forzados del Estado).
Dionisio de Corinto (aprox. 120), Hist. Ecle. Eusebio 4.23.10 
    No codicies los bienes de tu prójimo, ni seas avariento. No se adhiera tu alma a los soberbios, sino que con los humildes y los justos estarás.
Bernabé (aprox. 124), La Carta 19:6 
    “¿Qué clase de maldades son esas de que debemos abstenernos, Señor?”, pregunté. “Oye, dijo: del adulterio y de la fornicación, del vicio de la embriaguez, del lujo malo, del exceso en la comida, de la magnificencia de las riquezas y vanagloria, de la soberbia y altivez, de la mentira, murmuración e hipocresía, del recuerdo de las injurias y de toda blasfemia. Porque todas estas obras son las peores de cuantas hay en la vida de los humanos. De tales obras, pues, debe abstenerse el siervo de Dios; y quien no se abstiene de ellas, tampoco puede vivir para Dios”.
Hermas (aprox. 120-145), El Pastor, Precepto 8º :3-4 
    “¿Cuáles son, Señor, pregunté las obras del mal deseo, que entregan los hombres a la muerte? Comunícamelas, para que pueda evitarlas”. “Escucha, por medio de qué obras el deseo malo acarrea la muerte a los siervos de Dios. En primer lugar, ahí están la codicia de la mujer o del marido ajenos, de la extravagancia de las riquezas, de muchas e inútiles comidas y bebidas, y de otros muchos placeres lujosos y tontos. Porque todo lujo es tonto y vano para los siervos de Dios. Estos tales deseos, pues, son malos y acarrean la muerte a los siervos de Dios. Porque esta mala codicia es hija del diablo. Debéis, pues, abstenernos de las malas codicias, para que absteniéndonos viváis para Dios. Más todos cuantos sean dominados por ellas y no les resistan, morirán para siempre: porque mortíferas son estas codicias.
Hermas, El Pastor, Precepto 12º: I3-II2-3 
    (Antes de nuestra conversión) amábamos y buscábamos sobre todo el dinero y las posesiones; hoy ponemos en común lo que tenemos y lo compartimos con los pobres.
Justino (aprox. 155), Primera Apología 14:2 
    No hay que rechazar los bienes que son capaces de ayudar a nuestro prójimo. La naturaleza de las posesiones es ser poseídas. La de los bienes es derramar el bien, y Dios ha destinado a estos últimos el bienestar de los hombres. Los bienes son en nuestras manos como instrumentos de los que se saca una gran utilidad, si se les sabe manejar. Si te sirves de ellos con maestría, ellos mismos son útiles. Si eres poco experto, se convierten en juguete de tu ignorancia. Lo mismo ocurre con ese instrumento que es la riqueza. ¿Sabes usar justamente de él? Servirá de justicia.
Clemente de Alejandría (aprox. 215), Quis dives salvetur? II:14-15
    Poseemos todo cuando no codiciamos nada. Del mismo modo que es más feliz el que alivia el peso de su viaje con la pobreza y no tiene que jadear bajo el peso de la riqueza. Es verdad que podríamos pedir riquezas a Dios, si las consideraríamos útiles. Aquel, en cuyas manos está todo, podría hacer fácilmente que nos tocara un poco. Pero nosotros preferimos despreciar que acumular los tesoros, nosotros aspiramos más a la inocencia, nos esforzamos más por la paciencia, preferimos ser buenos que ricos.
Minutius Felix (Siglo III) 
    Rico es quien se compadece de muchos e, imitando a Dios, da de lo que tiene. Porque Dios ha dado a todos todo de aquello que ha creado. Comprended, por tanto, vosotros, los ricos, que debéis servir porque habéis recibido más de lo que necesitáis. Aprende que a otros les falta lo que vosotros tenéis de superfluo. Avergonzaos de conservar el bien ajeno. Imitad la equidad de Dios, y nadie será pobre.
Juan Damasceno (Siglo III) 
    Los que acumulan campos y más campos, y desplazan a los pobres colindantes para expandir sin cesar sus inmensas tierras, los que poseen oro y plata en abundancia y apilan enormes sumas en montones o las entierran en cantidades masivas, también ellos tiemblan en medio de sus riquezas, les atormenta la idea de la inseguridad y del miedo ante la posibilidad que les asalte un ladrón, les ataque un asesino o les intranquilice la envidia hostil de otro más rico con sus intrigantes pleitos. (...) Ahí no se regala nada a los clientes, ni se reparte nada a los pobres. Y llaman dinero propio a lo que encierran en su casa como si fuera una propiedad ajena y lo vigilan con medroso cuidado. (...) Lo poseen todo con la única finalidad de que no lo posea ningún otro, y llaman con lenguaje abusivo “bienes” a lo que no les sirve más que para el mal.
Cipriano de Cartago (aprox. 255), Sobre las buenas obras y las limosnas 12 
    Que nadie posea más de lo necesario y todos tendrán lo necesario. El número pequeño de ricos es el que engendra la muchedumbre de pobres.
Tratado Pelagiano (Siglo IV), Sobre las riquezas 2:2 
    Si cada uno se contentase con tomar lo indispensable para atender a sus necesidades y dejase para el pobre los bienes superfluos, no habría pobres ni ricos, ni tampoco indigentes. (...) ¿Por qué nadas tú en riquezas, al paso que aquel otro se halla reducido a extrema pobreza? ¿No habrá Dios obrado así para que recibas el premio correspondiente a un fiel administrador y para que el pobre se vea premiado por su heroica paciencia? Más tú, acaparándolo todo con una avaricia insaciable y privando a tantos de lo indispensable para la vida, ¿crees que no cometes ninguna injusticia contra nadie? (...) El pan que retienes es pan del hambriento; el vestido que guardas en tu casa es del desnudo; el calzado que se te está pudriendo en tu casa es del descalzo, el dinero que tienes escondido bajo tierra es del necesitado.
Basilio de Cesarea (329-379), Homilía 6ª: 7 
    ¿Qué responderás al Juez, tú que revistes las paredes y dejas al desnudo al hombre; tú que adornas a los caballos y no miras a tu hermano en harapos, tú que dejas que se te pudra el trigo y no alimentas a los hambrientos; tú que entierras el oro y desprecias al oprimido? Y si tienes en casa mujer que ame también las riquezas, la enfermedad es doble. (...) El rico se lleva las yuntas de bueyes, ara siembra y recoge lo que no le pertenece. Si protestas, palos; si te quejas, proceso por injurias, se te condena a servidumbre, vas a parar a la cárcel.
Basilio de Cesarea, Homilía (M.G. 31:287, 294) 
    ¿Por qué mientras todos los días los pobres padecen opresión, hambre, frío, injurias, eres tú amigo del oro, guardas la plata, tienes por sacrosantos como si fueran ídolos, los vestidos preciosos y los ornamentos lujosos, superfluos? (...) no entiendes con tantas riquezas, cómo se puede ayudar al pobre que muere de miseria. ¡Oh, cuántas almas asesinadas cuelgan de los collares de las matronas enjoyadas! Si vendieras una sola de tus joyas, distribuido su precio entre los pobres, conocerías por las necesidades remediadas cuántos sufrimientos vale tu ornato.
Zenón de Verona, Sobre la Justicia (M.L. 11:287) 
    El dinero impera en las naciones, manda en los reinos, origina las guerras, compra a los guerreros, derrama sangre, ocasiona muertos, traiciona a las patrias, destruye las urbes, somete a los pueblos, asalta las fortalezas, maltrata a los ciudadanos, domina las puertas, corrompe el derecho, confunde lo lícito e ilícito, y luchando hasta la muerte, tienta la fe, viola la verdad, consume la fama, disipa la honestidad, disuelve el afecto, roba la inocencia, sepulta la piedad, separa a los parientes, socava la amistad. ¿Y qué más? Todo esto es el dinero, rey de la iniquidad, que domina inicuamente los cuerpos y las mentes humanas.
Pedro Crisólogo, Sermones (M.L. 52:547)
    No nos matemos atesorando dinero mientras nuestros hermanos mueren de hambre, para no exponernos a las severas recriminaciones de Amós: “Tened cuidado los que decís: ¿Cuándo pasará el mes para que podamos vender y cuándo pasará el sábado para abrir nuestros graneros?”. Y amenaza además con la cólera de Dios a los comerciantes que alteran sus balanzas. (...) Sed dioses para con los pobres imitando la misericordia de Dios. El hombre tiene en común con Dios tan sólo la facultad de hacer el bien.
Gregorio de Nacianzo (329-389), Del amor a los pobres 24-27 
    Os gusta averiguar la raza de vuestros perros, como el árbol genealógico de los ricos. Proclamáis la noble descendencia de vuestros caballos, como si se tratase de la de los cónsules (...) Vestís a las piedras y despojáis a los hombres (...) Un hombre te pide pan y tu caballo tasca sus frenos de oro.
Ambrosio de Milán (339-397), Nabot el pobre 13:54-56 
    La naturaleza ha repartido todo en común entre todos. Dios mandó que se produjera todo a fin de que el alimento fuera común para todos y la tierra fuera una posesión común. La naturaleza produjo el derecho de la comunidad; sólo la usurpación injusta creó el derecho privado (y con él, la propiedad privada).
Ambrosio de Milán, Off. I, 28 Migne PL 16:67 
    Dime: ¿cómo te has hecho rico? –He heredado mis bienes -¿Y de quién los recibió tu padre? –De mi abuelo -¿Y éste de quién? –De su padre. ¿Podrías probar, recorriendo tus ascendientes, que esta tu fortuna es justa en sus orígenes? Seguramente que no, sino que será necesario confesar que esa fortuna proviene originariamente de la injusticia y del fraude. ¿Por qué? Porque Dios en un principio no hizo a unos pobres y a otros ricos, ni en el momento de la creación a unos mostró muchos tesoros y a otros no, sino que a todos dejó la misma tierra para que la cultivasen. ¿Cómo se explica entonces que, siendo la tierra de todos, tu tengas tantas yugadas, mientras que tu prójimo ni siquiera posee un palmo de tierra?
Juan Crisóstomo (aprox. 407), Homilía 12 sobre 1 Tim 
    A la verdad, aquello del Señor: “vende lo que tienes y dalo a los pobres, y ven y sígueme” (Mat 19:21), también será oportuno decirlo a los prelados de la Iglesia respecto a los bienes de la misma Iglesia. Porque no hay manera de seguir como se debe al Señor, sino desprendiéndonos de toda preocupación material y grosera. Ahora, en cambio, los sacerdotes de Dios están pendientes de la vendimia y de la siega, y de los negocios de compra y venta. (...) De ahí el enorme descuido de las Escrituras, la tibieza de nuestras oraciones y la negligencia en todo lo demás. Porque no es posible dividirse para ambas cosas con la conveniente diligencia.
Juan Crisóstomo, Homilía sobre Mat [M.G. 58:762-763]
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[1] Recomiendo los libros de: Eduardo Hoornaert. LA MEMORIA DEL PUEBLO CRISTIANO. Buenos Aires: Paulinas, 1985 y O MOVIMENTO DE JESUS. Petrópolis: Vozes, 1994;
[2] Las citas han sido tomadas de: Paul Christophe. PARA LEER LA HISTORIA DE LA POBREZA. Navarra: Verbo Divino, 1989; Martin Hengel. PROPIEDAD Y RIQUEZA EN EL CRISTIANISMO PRIMITIVO. Bilbao: Desclée de Brouwer, 1983; Sigfrido Huber. LOS PADRES APOSTÓLICOS. Buenos Aires: Desclée de Brouwer, 1949; y Juan Leuridan. JUSTICIA Y EXPLOTACIÓN EN LA TRADICIÓN CRISTIANA ANTIGUA. Lima: Centro de Estudios y Publicaciones, 1980.



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