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jueves, 5 de marzo de 2020

ÉTICA: UNA PERSPECTIVA CRISTIANA

Planteamiento del tema [1]

El tema general que nos convoca en esta ocasión no puedo abordarlo sino a partir de mi experiencia pastoral y docente. Desde esta particularidad, pues, me propongo aportar algunos criterios teológicos que considero importantes cuando nos referimos a la relación iglesia-ética-contexto social. El teólogo español José Castillo en su provocador libro LA ÉTICA DE JESÚS dice que: 
    La ética es uno de los grandes temas del momento. Incluso se puede decir, con todo respeto, que la ética se ha puesto de moda. Con sus matices particulares, por supuesto. Pero el hecho es que hoy la ética interesa cada día a más gente. Más aún, los temas relacionados con la ética están a la orden del día y en boca de todos. Bioética, caridad mediática, acciones humanitarias, salvaguarda del entorno, moralización de los negocios, de la política y de los medios de comunicación, debates sobre el aborto, el acoso sexual, correos rosa y códigos de lenguaje “correcto”, cruzadas contra la droga y lucha antitabaco, etc. Como se ha dicho muy bien “la ética se ha convertido en el espacio privilegiado donde se descifra el nuevo espíritu de la época”.
Sí, pues. Los grandes temas que hoy apasionan a los políticos y al ciudadano de a pie, y que trascienden ampliamente a la opinión pública, son casi siempre temas que rozan los comportamientos éticos o que entran de lleno en el ámbito de la ética. Son los temas que aparecen, de una forma o de otra, en las portadas de los diarios y de los noticieros. ¿Quién no ha participado de una sobremesa, de un diálogo sobre cuestiones como el debate sobre las células madre, el aborto, la eutanasia, los problemas relacionados con la moral del sexo y de la familia, el matrimonio gay, la fecundación in vitro y un largo etcétera que siempre termina conectado con problemas éticos o que entra de lleno en el tema que nos convoca hoy?

En esta conferencia posiblemente diga pocas cosas nuevas. Ese no es el punto. Lo que importa es, tal vez, recordar que todavía siguen vigentes las palabras de Jesús cuando dijo a sus discípulos que son “la sal de la tierra” y “la luz del mundo” (Mateo 5:13-16). Metáforas que nos llevan a pensar en el efecto que le dan al ambiente, sólo si se mantienen distintos a él y, a la vez, plenamente involucrados en él. De allí que los discípulos deben funcionar en la sociedad como una comunidad alternativa. Quien captó bien estas metáforas fue Karl Barth, pastor y teólogo suizo, a quien es difícil ignorar cuando reflexionamos sobre la ética. El dijo: “Debe resultar visible que la Iglesia ha de existir para el mundo, que la luz brilla en la tiniebla. Lo mismo que Cristo no vino para ser servido, tampoco conviene a los cristianos existir en su fe como si lo hicieran para sí mismos”.[2] 

Las iglesias cristianas si quieren realmente cumplir de forma integral con su misión en el mundo, no tienen otra alternativa que presentarse como “sal” y “luz”. Voy a jugar con estos términos. Los cristianos han de ser “salados” y “lucíferos”, es decir portadores de esperanza y vida, portadores de la gracia de Dios. Sin esto no hay ética evangélica posible ya que es la condición que posibilita una inserción diferenciada en el mundo. Por otro lado, debemos recordar que una Iglesia que se totaliza a sí misma pierde su capacidad de vivir para el mundo real. De este dualismo todavía debemos cuidarnos. Es su tentación constante a lo largo de la historia, aunque nos cueste creerlo. 

La iglesia como comunidad de gracia

Un discurso teológico, en las actuales condiciones sociales y políticas, que enfatice la gracia de Dios tiene necesariamente que implicar una práctica eclesial y pastoral de gracia. El Dios que ha actuado a favor del mundo por su gracia no espera menos de su pueblo (la iglesia). Dios nos convoca a restaurar y a liberar, y no a gloriar el sacrificio y el dolor. Pero nos convoca como pueblo de Dios, como comunidad cristiana. Esto quiere significar en palabras de Dietrich Bonhoeffer, un mártir alemán del siglo XX, “comunidad mediante Jesucristo y en él”.[3]  La iglesia vive en comunidad cuando reconoce que la gracia de Dios ha actuado en Cristo otorgando perdón, justificación y reconciliación (Romanos 5:1-11). Pero esta gracia es también el poder de Dios que obra santificación por medio de la acción del Espíritu Santo. Así, la gracia empodera a la iglesia para ser lo que no podemos ser por nosotros mismos. El Espíritu nos llena de poder para que actuemos éticamente. 

Dios a lo largo de la historia ha estado convocando a un pueblo. ¿No es eso la Iglesia? La pregunta es, sin embargo, ¿para qué? Las respuestas han sido muchas. En los últimos cien años han habido magnos congresos –en ámbitos protestantes o evangélicos- para discutir temas tan diversos, que van desde la evangelización hasta los males sociales, y todas ellas han desembocado finalmente en lo que es la iglesia, y lo que debe hacer ella. Soy consciente que aún hay cosas que precisar, pero de hecho estoy convencido que si no colocamos en el centro del debate la práctica eclesial de gracia (2 Corintios 8:7), perderemos mucha riqueza espiritual y tal vez hasta nuestra oportunidad de presentar al Dios verdadero que viene a dar vida en abundancia a todos y todas.

La iglesia –avanzando un poco más en nuestro tema- necesita discernir acerca de la ética que proclama y dice vivir. Adela Cortina sostiene que la palabra “ética” procede etimológicamente del vocablo griego êthos, que significa “carácter”, “de modo que la ética se relaciona con la forja del carácter”.[4]  La ética tiene que ver, pues, con la conducta, los valores de vida, las decisiones que diariamente tenemos que tomar. Procura establecer la distinción entre “lo bueno” y “lo malo”. Y esto quisiera relacionarlo con la ética cristiana. El êthos cristiano es ante todo una manera de vivir el êthos con el que el hombre intenta salir de su pathos. Pero una manera de vivir que intenta hacer presente no cualquier proyecto personal o “utopía”, sino la utopía que Dios tiene para la humanización del hombre y de su mundo, tal como se percibe en la fe y en el seguimiento de Jesús, vivido en la comunidad eclesial. 

La identidad cristiana consiste, entonces, en percibirse llamado a vivir con Jesús en unión con otros seguidores, viviendo como Él, en orden a hacerle de nuevo visible entre los hombres. Y esto porque –como dice Marciano Vidal- se está convencido de que quien sigue a Cristo, hombre perfecto, se perfecciona cada vez más en su propia dignidad de ser humano. Está convencido de que Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación. En este sentido, la ética vivida por los cristianos se mueve dentro del horizonte de la fe. La confesión de Jesús como Mesías, la aceptación de la presencia de Dios en la historia, la vivencia del Espíritu en la comunidad cristiana, la seguridad de la esperanza en el Reino de Dios: son los puntos de referencia y las bases de apoyo para el compromiso moral de los cristianos. 

Planteado así la ética cristiana sólo es posible gracias a la fe en Jesús el Mesías, a su seguimiento, a la vida en el Espíritu y a la esperanza en la plenitud del Reino de Dios. ¿Podría ser acaso de otra manera? El teólogo José Vico ha dicho acertadamente que la ética cristiana, “antes que ser ética formulada, es ética vivida”.[5] Pero ésta necesariamente se da en los tres niveles de la acción humana: (1) El sociológico. Este nivel se relaciona con las “costumbres” que una sociedad tiene o demuestra. (2) El jurídico. Tiene que ver con las acciones humanas. Se relaciona con la fuerza de la ley, que está llamada a ejercer varias funciones: proteger a la gente, regular las acciones humanas, amenazar con penas a quien no cumple con las disposiciones. (3) El ético. Tiene que ver con las decisiones personales que uno debe hacer casi constantemente. Y para ello, uno se maneja según códigos aceptados por los demás o no, y según creencias implícitas o explícitas. El nivel ético es el más profundo de los actos humanos porque va más allá de lo que la sociedad determina y de lo que la ley fija. Lo ético tiene que ver con decisiones personales y libres y con actitudes que humanizan o deshumanizan.

En un diccionario bíblico se plantea la ética enfatizando su teísmo, que es otra forma de decir lo mismo. “La ética bíblica es marcadamente teísta. El punto focal es Dios. Conocer a Dios significa saber cómo poner en práctica la rectitud y la justicia (Jeremías 22:15-16; Proverbios 3:5-7)”.[6] Se trata sin duda de una definición escueta pero suficiente como para orientarnos. No definimos nuestra ética a partir de una determinada situación, sino de Dios. Pero este Dios no es un Dios estático e imperturbable ante el dolor humano. Es un Dios que opta por los que sufren, por los abusados, por los empobrecidos. Dios siempre toma partido en esta historia (la Biblia da innumerables ejemplos de esto).

Dios nos ha revelado en qué consiste hacer su voluntad: relacionarnos entre los seres humanos con rectitud y justicia. Eso es ética. Pero su revelación no es un conjunto de reglas o leyes. La ética de Dios no es estrictamente una ética deontológica, con su énfasis en los deberes universales determinados por encima de toda situación, circunstancia y realidad histórica. La ética que brota de la Biblia no es ética estática o preestablecida, e incapaz de responder a las realidades históricas. Por ello es que la enseñanza evangélica del amor supera a la ley de Moisés. Es lo que le da su verdadero sentido. ¿En qué se resume la ley? En amar a Dios y al prójimo. Como señalaba San Agustín: “Ama y haz lo que quieras”. Pero esto no es libertinaje, es ética de responsabilidad. Y esto porque el amor al prójimo es –según la traducción de Martin Buber- en realidad amor a uno mismo, amor a la creación de Dios: “Ama a tu prójimo, ese eres tú”. Y eso está en la línea del Talmud judío: “Quien salva una vida, salva la humanidad”.

La iglesia como reserva de la ética divina

Los cristianos practicantes (o militantes, si se quiere) no tenemos problemas en decir que tenemos cierta ética, ciertos “principios” que la gente común y corriente (no necesariamente creyente) puede incluso identificar. Pero se trata de una ética en constante diálogo y encuentro con el contexto en el que vivimos. Quiero avanzar con una pregunta: ¿Podríamos pensar en la ética cristiana como una respuesta en libertad a la “ética divina”? Así lo sugería Barth. Para él la ética cristiana no piensa una conducta nueva, sino que sencillamente obedece lo que Dios dice en su Palabra. Lo cito ampliamente: 
    Una ética cristiana responde a la llamada que de parte de Dios le ha llegado, le llega y le llegará al hombre. “Se te ha dicho, hombre, lo que es bueno”. Una ética cristiana es el intento de repetir lo que al hombre se la dicho; de repetir en palabras y conceptos humanos el mandamiento divino. Una ética cristiana descansa en la atención y la permeabilidad del hombre frente al mandamiento divino, frente a la respuesta misma de Dios a la pregunta acerca del bien; y, por consiguiente, frente a la ética divina. (...) La ética cristiana no empieza, pues, con lo que podría llamarse una reflexión, sino que empieza por un escuchar. La ética cristiana repiensa lo que Dios ha pensado antes para el hombre respecto de la conducta humana; la ética cristiana repite lo que antes se le ha dicho al hombre respecto de su conducta. (...) El que quiera entender la ética cristiana no deberá rehusar trasladarse, al menos hipotéticamente al lugar maravilloso desde el que esa ética piensa y habla, en que el hombre siempre ha de empezar por escuchar, por escuchar la palabra de Dios para, sólo después, pensar y hablar.[7]
Y más adelante Barth dice que Dios invita al hombre a participar de su historia: “Dios hace algo y algo especial por lo que el hombre es llamado para hacer algo también por su parte. Esta llamada de Dios al hombre, que se produce en esa historia, es un mandamiento de Dios, es la ética divina que la ética cristiana ha de entender y presentar como una empresa humana”.[8]  Estas palabras nos sugieren la imperiosa tarea de escuchar la voz de Dios –en la Palabra revelada- para entender qué quiere nuestro Dios que hagamos en esta historia, que no es sino una historia de redención integral (alma y cuerpo) del ser humano. En eso consiste la ética cristiana. Pero no una ética que ve la historia reducida a la iglesia y su expansión, ni mucho menos la historia leída en clave “religiosa”, sino la historia como el campo donde Dios actúa para llevar a todos y todas a libertad y vida plena (el “shalom” hebreo). 

El texto citado de Barth puede parecer que está enseñando el ABC de la doctrina cristiana, pero no es así. Barth pretende fundar la ética en el Dios vivo que se revela en su Palabra. Por eso el cristiano ha de tener la actitud de aquel que escucha, que discierne la voz de Dios. ¿Importa la Biblia cuando hablamos de ética? Dejemos que Barth nuevamente explique: 
    ¿Qué significa la Biblia para la ética cristiana? (...) es el documento, y el documento indispensable, con el que podemos evocar siempre la historia de la alianza y de la misericordia de Dios, la historia de Jesucristo. (...) Permítaseme intentar ahora mostrar a grandes rasgos cómo la historia entre Dios y el hombre reclama una continuación en su conducta; cómo la palabra de Dios nos habla en esa historia y pide respuesta, y cómo Jesucristo invita al hombre a su imitación. (...) La ética cristiana repite ese llamamiento a la humanidad. (...) La ética cristiana no es neutral, la ética cristiana no está interesada en nada, por excelso que sea, sino única y exclusivamente en el yo y el tú. Para la ética cristiana el hombre nunca puede ser medio para un fin (…) sino que es él mismo el fin, la meta suprema. Para ella el hombre más miserable, simplemente por ser hombre, es más importante que el objeto más precioso.[9]
El ser humano es la meta suprema de la ética cristiana (y se supone de todos los sistemas éticos también). Pero las palabras de Barth son de gran valor, orientación e inspiración no sólo en el contexto que las dijo (la Guerra Fría) sino que tienen sentido también para nosotros hoy que vivimos en un contexto global de guerras totales bajo el pretexto de “prevención”.

Ética en el cambio de época

Nuestro mundo necesita entender esta verdad: el ser humano (íntegro, corpóreo) es fin en sí mismo, es la meta suprema. Fuera de eso no hay más. Dios así lo quiso desde la creación y así lo quiere aún hoy. ¿El capitalismo total y su “racionalidad” entienden de esto? Parece que no. Como sostiene Franz Hinkelammert, el hombre sigue cortando la rama en la cual está sentado. No importa si cae y muere, lo que importa es la eficiencia y la celeridad. No importa bajar del edificio tirándose por la ventana, igual se llega abajo. “The time is gold”. En ambos casos la vida llega a su fin. Tal vez eso no es lo que importa. Dice Hinkelammert: “Celebramos la racionalidad y la eficiencia, no obstante estamos destruyendo las bases de nuestra vida sin que este hecho nos haga reflexionar sobre los conceptos de racionalidad correspondientes. (...) Esta eficiencia ¿es eficiente? Esta racionalidad económica ¿es racional? (...) Lo que parece progreso, se está transformando en un salto al vacío.” [10]

Este salto al vacío es la pérdida de la razón. La racionalización de lo irracional. Es como el viejo cuento medieval. La bruja del pueblo envenenó la fuente de agua del cual todos bebían. La gente enloqueció y acusó al rey de tal hecho. El rey para salvar su vida bebió de la fuente de agua y enloqueció también. El pueblo al verlo dijo: “ahora ha entrado en razón”. Hoy se habla mucho de la crisis de la ética. “Se han perdido los valores”, se dice con frecuencia. Pero uno se puede hacer varias preguntas a partir de ahí. ¿Quiénes lo perdieron? ¿Cuándo? ¿Por qué razones o factores? ¿Por qué está en crisis la ética hoy?  ¿Se puede recuperar aún? A estas preguntas ha habido variadas respuestas. Así las crisis se deberían a:

1) La sociedad de consumo: A partir de la industrialización, la sociedad ha experimentado cambios sustanciales de comportamientos y estilos de vida. Se privilegia el consumo por el consumo mismo. “Dime como consumes y te diré quien eres” es la relectura del viejo adagio. Dice Erich Fromm “¿Si soy lo que tengo, y lo que tengo se pierde, entonces quién soy? Nadie, sino un testimonio frustrado, contradictorio, patético de una falsa manera de vivir”.

2) La influencia de los medios de comunicación social: Ahí están los “formadores de opinión”, especialmente a través de la televisión, que respondiendo a ideologías que militan en abierta oposición al Evangelio y sus valores, promueven conductas que distan de adecuarse a lo que los cristianos entendemos como “voluntad de Dios”.

3) Las crisis familiares: Se ha ido gestando en los últimos años una crítica despiadada al modelo de matrimonio y familia de raigambre cristiana. Se critica el tipo de modelo propuesto por la iglesia, ya que, se dice ha demostrado su fracaso.

4) El creciente secularismo: este pensamiento actual propone interpretar el mundo, la sociedad y la realidad toda, prescindiendo de las enseñanzas de Dios en la Biblia.

5) Ciertos avances científicos: Los nuevos descubrimientos médicos y genéticos plantean nuevos problemas éticos. Mediante la ingeniería genética, fertilización asistida, bancos de semen y otros medios, hoy por hoy es casi posible tener “bebés a la carta”, es decir según el gusto y las preferencias de una madre y un padre, o de una madre sola.

Las anteriores respuestas creo que se entienden mejor si las colocamos en contexto. En su ensayo sobre ÉTICA EN LA POSMODERNIDAD Raúl Kerbs sostiene que: 
    Ha aparecido una ética que proclama el derecho individual a la autonomía, a la felicidad y a la realización personal. La posmodernidad es una era de pos-deber porque descarta los valores incondicionales, como el servicio a los demás y la renuncia a uno mismo. La posmodernidad no propone un caos sino que reorienta la preocupación ética a través de un compromiso débil, efímero, con valores que no interfieren con la libertad individual: no es hedonista sino neo-hedonista. Esta mezcla de deber y de negación del deber en la ética posmoderna es necesaria porque el individualismo indiscriminado atentaría contra las condiciones necesarias para la búsqueda del placer y la realización individual.
Esta evaluación de la posmodernidad desde el ángulo de la ética en nada es exagerada. ¿El resultado? Una moralidad ambigua. Siempre tan imprecisa como convenida. Como el mismo Kerbs dice: 
    Por un lado tenemos un individualismo sin reglas, manifestado en la exclusión social, el endeudamiento familiar, familias sin padres, padres sin familias, analfabetismo, los desposeídos, ghettos, refugiados, marginales, drogadictos, violencia, delincuencia, explotación, delitos financieros, corrupción política y económica, búsqueda inescrupulosa de poder, ingeniería genética, experimentación con seres humanos, etcétera. Por otro lado, cunde por la sociedad un espíritu de vigilancia hipermoralista listo para denunciar todos los atentados contra la libertad humana y el derecho a la autonomía individual: una preocupación ética por los derechos humanos, disculpas por los errores del pasado, protección del medio ambiente, campañas contra las drogas, el tabaco, la pornografía, el aborto, el acoso sexual, la corrupción y la discriminación; tribunales éticos, marchas de silencio, protección contra el abuso de niños, movimientos en favor de los refugiados, los pobres, el tercer mundo, etcétera.
Cierto que no se le puede culpar de las crisis éticas al contexto social y cultural. Está en el ser humano, en el individuo, la decisión de asumir una ética a favor de la vida o desnaturalizarla o negarla. Uno tiene que aprender a ser responsable y ser capaz de vivir con las consecuencias de sus decisiones. 

Reflexiones finales

Si la ética cristiana es una respuesta a la ética divina, entonces la iglesia tiene que mirar el mundo con los ojos de Dios, de allí la necesidad de volver a su Palabra para buscar orientación y criterios que fundamenten su acción en el mundo. Los tiempos han cambiado sin duda. Más aún, vivimos en un cambio de época. En esta parte no me voy a referir a los cambios económicos, sociales, políticos y culturales. No soy perito en ello. Sólo quiero centrarme en lo eclesial. Me da la impresión que las iglesias –sin importar la confesión específica- están atravesando por una serie de mutaciones que merecen un análisis concienzudo. No lo voy a hacer ahora por cuestiones de tiempo, pero sin duda se trata necesariamente de un trabajo interdisciplinario. 

Da la impresión que asistimos al surgimiento de un tipo de iglesia –y aun modelo histórico respectivo- que carece de esperanza escatológica en el Reino de Dios, que coquetea con la presente cultura predominante y que pierde en consecuencia su criticidad frente a los sistemas políticos y económicos injustos. Es decir el panorama eclesial no es muy favorable para aquellos cristianos que saben –que en comunión eclesial- deben luchar contra cierta “ética de leyes” y buscar una ética a favor de la vida humana, donde la justicia sea su característica predominante.

Uno de los grandes desafíos eclesiales es recuperar el mensaje bíblico en su dimensión integral. Y esto incluye dos aspectos: (a) Un llamado a tomar en serio el dolor humano y las estructuras injustas que lo producen y (b) La integración del mensaje profético, que siempre incomoda a los poderosos. Esto también debe ser parte de nuestra ética evangélica (¿Acaso no la habíamos entendido como la práctica de la rectitud y de la justicia?). Resta mucho por hacer aún. Desde hace muchos años hay intentos de pensar los diversos aspectos de la vida humana para elaborar una antropología y ética cristiana. Se debe continuar ese camino. Mientras tanto Jesús el Mesías nos sigue desafiando a actuar en las actuales condiciones como comunidad de gracia. 
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PIE DE PÁGINA

[1] El presente texto fue una conferencia en la Universidad Alas Peruanas, sede Moquegua (Perú).

[2] ESBOZO DE DOGMÁTICA. Santander: Sal Terrae, 2000, p. 40. 
[3] VIDA EN COMUNIDAD. Buenos Aires: La Aurora, 1966, p. 15.  
[4] ÉTICA DE LA EMPRESA: UNA APUESTA PRUDENTE Y JUSTA. México D.F., 9 de junio del 2005. (Conferencia).
[5]  ÉTICAS TEOLÓGICAS AYER Y HOY. Madrid: San Pablo, 1993, p. 34.
[6] Artículo “Ética”, en: DICCIONARIO BÍBLICO CONCISO HOLMAN. Nashville, TEN: Broadman & Holman Publishers, 1984, p. 240. 

[7] ENSAYOS TEOLÓGICOS. Barcelona: Herder, 1978, pp. 164-165.
[8] Loc. Cit.
[9] Op. Cit., ENSAYOS, pp. 167-168.

[10] EL MAPA DEL EMPERADOR: DETERMINISMO, CAOS, SUJETO. San José: DEI, 1996, p. 13.


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