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LIBRO "PALABRAS DESCONOCIDAS DE JESÚS"

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LA RETRIBUCIÓN DE DIOS Y LENGUAJE APOCALÍPTICO

 ¿TRIBULACIÓN O RETRIBUCIÓN?

Es evidente que Jesús el Mesías en sus enseñanzas no dudó en utilizar lenguaje apocalíptico, tal como aparece en Luc 21:5-38. Este pasaje tiene sus paralelos en Marcos 13:3-37 y Mateo 24;3-51 aunque existen algunas diferencias explicables, dado que los escribieron diferentes autores pensando en comunidades cristianas también distintas. Un dato a resaltar es que mientras Marcos y Mateo se escribieron antes de la guerra del 66-70 d.C. (que terminó con la destrucción de Jerusalén y el templo), el evangelio de Lucas es posterior a esas fechas y conoce lo que sucedió realmente respecto a algunos acontecimientos que mencionan específicamente los otros sinópticos.

Una comparación nos conduce a tres observaciones: (1) Luc 21:22 dice “días de retribución” (hemérai ekdikéseos), a diferencia de Mc 13:19 y 24 que dice “tribulación” (thlíxis, thlíxin) y de Mt 24:21 (“gran tribulación”, thlíxis megále) y v. 29 (thlíxin). La voz griega (thlíxis) tiene el sentido de moler algo hasta convertirlo en polvo. Por ello resulta interesante la Dios habla hoy (1980) que parafrasea “un sufrimiento tan grande”, pues con ello grafica lo que implica thlíxis en lo cotidiano. (2) No son sinónimos ni términos intercambiables las voces ekdikéseos y thlíxis. No hay léxico griego que respalde esa posibilidad. (3) Luc 21:11 es el único de los evangelios sinópticos que dice claramente, en los manuscritos más confiables, que una de las señales previas a la llegada del Reino de Dios (Luc 21:31) serán las “pestilencias” (gr. loimoí).

Ampliando el significado de esta palabra, hay que indicar que loimoí se traduce como “epidemias” (Nueva Versión Internacional), “pestes” (Nuevo Testamento Castillian y la Biblia de Jerusalén), “plagas” (Nuevo Testamento Interlineal de las Sociedades Bíblicas Unidas y La Biblia de las Américas), y “enfermedades” (Palabra de Dios para Todos). Pero sobre esto poco se ha reflexionado en las teologías latinoamericanas dado que el tema es incómodo, además que cualquier interpretación corre el riesgo de ser catalogada de ingenua. El tema de las pestes como señal de la inminencia del Reino de Dios está en la enseñanza de Jesús el Mesías y no es algo que recién se desarrolla en la Edad Media, como lo señalan Jacques Le Goff (El Dios de la Edad Media. Madrid: Trotta, 2004) y ciertos teólogos liberales.

Las pestes/pestilencias/plagas aparecen con en el Antiguo Testamento y no siempre se interpretan como castigos de Dios, sino también como resultado de las malas decisiones y pecados de las personas y los gobernantes. El lector puede sacar sus propias conclusiones al ver el uso de tales términos: “pestes” en Ex 5:3; Eze 12:16; “pestilencias” aparece en Ezequiel 11 veces, mientras que en Jeremías 17 veces; “plagas” aparece 6 veces en Éxodo (y que se intercambia con “señales” 13 veces), y en Levítico 29 veces. El libro que en el Nuevo Testamento privilegia los términos “plaga” y “señales” es el Apocalipsis (12 veces). Pero ¿cómo se relacionan las pestes/pestilencias/plagas con el resto de las señales y particularmente con la Parusía y la consumación del Reino de Dios?

DÍAS DE RETRIBUCIÓN

Al leer el “sermón escatológico”, en el Evangelio de Lucas, no se pueden separar las pestes de las otras señales, dado que aparecen juntas en la enseñanza de Jesús (Luc 21:11). En cierto esquema escatológico la “tribulación” aparece a lo largo de la historia y va in crescendo hasta llegar a su clímax: la “gran tribulación”, la cual es lo previo y que anuncia la inminencia de la Parusía o aparición de Jesús por segunda vez. A esta comprensión hay que sumarle la idea que Dios es el que trae todas las señales a este mundo, es decir que Dios es el responsable directo de cuanta plaga, guerra o destrucción de la naturaleza suceda. Pero esta explicación sólo es posible haciendo una mezcla de textos bíblicos del Antiguo con el Nuevo Testamento, lo cual es inadmisible. Una sana exégesis, más bien, debe leer el texto, en sus diferentes contextos y en los idiomas originales, y no anteponerle el esquema escatológico que uno tiene.

Ahora bien, ¿cómo se relacionan la tribulación (thlíxis según Marcos y Mateo) o la retribución (ekdikéseos según Lucas) con la Parusía? Este último término es una de las voces griegas para referirse a la manifestación gloriosa de Jesucristo por segunda vez. De esta venida (Parusía) habla numerosas veces el Nuevo Testamento utilizando diversos términos (epifanía, apokalypsis, faneroún, hémera), y la predicación evangélica, en sus más variadas expresiones, se refiere a ella sencillamente como “la segunda venida de Cristo”. 

Pero en la teología católica no ha sido así. A la Parusía no le dieron importancia literalmente desde la Edad Media hasta el Concilio Vaticano II (1962-1965). Así lo afirma el estudioso católico Juan Ruiz de la Peña (La otra dimensión. Santander: Sal Terrae, 1975, pp. 168-169). No asombra, por eso, que Gustavo Gutiérrez diga que “poco se reflexiona” sobre la segunda venida del Señor (El Dios de la vida. Lima: Centro de Estudios y Publicaciones – Instituto Bartolomé de las Casas, 1989, p. 173). Pero ¿Cómo es eso de que “poco se reflexiona”? Gutiérrez aquí está hablando a nombre de los teólogos católicos tradicionales y de los teólogos de la liberación. 

De igual manera otros actores teológicos poco o nada han reflexionado sobre la Parusía, como los de la teología de la prosperidad a quienes sólo les interesa el dinero, o los que beben de la vieja teología liberal, dado que la segunda venida de Cristo corresponde al ámbito del mito o a una falsa esperanza de los desheredados de la tierra. A pesar de esto resulta interesante constatar que las teologías sistemáticas evangélicas sí le han dedicado miles de páginas a la Parusía y a la “gran tribulación” (aunque a la “retribución” no le hayan dado el mismo trato). Dos preguntas ¿Incomoda el tema de la retribución porque nos confronta con nuestra responsabilidad personal y social? ¿Será que preferimos culpar a Dios de forma indirecta, con la gran tribulación, por lo que sucede en el mundo? 

La retribución de Dios (Luc 21:22), que en el lenguaje apocalíptico es lo mismo que justicia o venganza (Apo 6:10; 19:2), es la consecuencia de la infidelidad de Israel al pacto (Isa 63:4; Jer 5:29; Ose 9:7; Miq 3:12; Eze 9:1) y que se cumplió -según los evangelios sinópticos- con la destrucción de Jerusalén y el templo. Es decir, la retribución presupone tanto acciones malas de los hombres (injusticia, pecados, inmoralidades, etc.) como un Dios que aparece como juez justo, que no pasa por alto el pecado de nadie y que lleva a cabo su juicio definitivo e inapelable. 

El justo juicio de Dios (Rom 2:5-6) es la demostración de su poder que aparece una y otra vez en la historia hasta llegar a su télos. Aquí es importante recordar que el juicio y la retribución se encuentran tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento y que, además, fueron fuertes convicciones de las primeras comunidades cristianas las cuales permanecen hasta hoy (Brian Daley. Origens da Escatologia Crista. A esperança da Igreja Primitiva. São Paulo: Paulus, 1994, pp. 312-313). 

El Evangelio de Lucas, que ya sabe de la destrucción de Jerusalén en el 70 d.C., prefiere enfatizar que tal hecho es el justo castigo de Dios (ekdikéseos) porque los pecados han sido muchos. El juicio y su retribución correspondiente no son gratuitos. Dios no “castiga” porque “odia” a las personas autodestructivas. Bien mirada la historia los que se han esforzado en castigar y destruir el planeta son los mismos seres humanos. Han hecho todos los esfuerzos para acabar con la creación de Dios movidos por el lucro. De esto nos advirtió Dayton Roberts hace casi medio siglo en un libro, publicado en el contexto de la crisis del petróleo, que pocos recuerdan (El mundo se nos muere. Un compulsivo análisis del estado actual del planeta Tierra. Miami, FL: Caribe, 1976, 147 páginas). 

Con toda honestidad ¿Por qué Dios tendría que pasar por alto, por qué no debía retribuir a las personas, a los pueblos y a sus gobernantes? Muchos viven de manera desordenada y en inacabables inmoralidades. Las empresas transnacionales destruyen la naturaleza con legislaciones que les favorecen trayendo efectos prácticamente irreversibles. ¿Y qué de las bombas nucleares que han estallado las grandes potencias, con Estados Unidos a la cabeza? Entre 1945 y 2019 han realizado 2,010 explosiones nucleares (ha leído bien, dos mil diez). ¿La naturaleza queda igual como si nada hubiera pasado? ¿Y qué de las armas químicas y de los experimentos genéticos? ¿Qué de los desastres ocasionados por los extractores de metales? ¿Seguro que no ocasionan ningún daño a los ríos, los lagos y los mares? Las “tribulaciones” que vivimos ¿las ha enviado Dios desde el cielo o los seres humanos la han procurado esmeradamente? ¿Seguiremos utilizando a Dios como categoría explicativa de todas las desgracias que nos ocurren?

(Tercera de cuatro reflexiones)

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LENGUAJE Y MENSAJE DE LA LITERATURA APOCALÍPTICA

La Biblia apela a diversos lenguajes o géneros literarios -como el de la “historia teologizada”- para explicar el decurso de la historia, y por lo mismo debemos entender esos lenguajes para no hacerle decir a Dios algo que nunca dijo. Otro de esos lenguajes ha sido la “apocalíptica”, es decir el género que apela a la intervención divina en la historia para poner fin a una forma pervertida y pecaminosa de existir y, a la vez, recrear el mundo que llega a ser “nuevo” (kainós, en griego) donde no existe ya más el mal (Apoc 21:4). En la apocalíptica el pecado de la humanidad es castigado y Dios aparece como justo vengador de los sufrientes judíos fieles (en los apocalipsis judíos) y de los cristianos que siguen a Jesús aun a costa de su propia vida (Apocalipsis de Juan, algunos textos neotestamentarios e, incluso, ciertos libros apócrifos).

La literatura apocalíptica, como es sabido, apareció en el siglo II a.C. y se expresó de muchas maneras hasta casi el final del siglo II d. C., es decir, estuvo presente por casi cuatrocientos años y su influencia en los escritores del Nuevo Testamento fue tan grande como innegable, dado que éste se escribió por completo en el siglo I. Y es que la apocalíptica es la madre de la teología cristiana (como indicó bien Ernst Käsemann. Ensayos exegéticos. Salamanca: Sígueme, 1978, pp. 191-246). Hay que precisar que en la apocalíptica casi todos los males de la humanidad aparecen como castigos o juicios de Dios, pero no porque Dios sea cruel o sádico sino porque las personas se lo merecen. Algo de este lenguaje aparece también en los Evangelios, incluyendo la enseñanza del mismo Jesús (Mt 25:46 entre otros).

Entonces ¿estamos viviendo en tiempos apocalípticos o no? La respuesta es un rotundo sí. Pero no en el sentido de apocalíptica “popular” (que se encuentra en el habla de la gente y los medios de comunicación), sino en el sentido de que vivimos tiempos de señales en la historia los cuales hay que discernir. ¿Discernir qué? ¿En base a qué? Discernir la presencia del Reino de Dios, pero desde la enseñanza de la Escritura y no desde una teología que enfatiza desproporcionadamente la “gran tribulación” o la “inminencia del rapto”. Dos preguntas -entre otras- que debemos hacernos son: ¿La actual pandemia puede ser una de las señales de que algo grande y definitivo puede pasar en esta historia? Y ¿guarda relación con lo que la Biblia enseña sobre los “últimos tiempos”, es decir con la manifestación-plenitud del Reino de Dios?

Hay interpretaciones de la historia (y del Apocalipsis de Juan) que no se pueden aceptar, y la razón es porque manipulan abierta y groseramente la Biblia con fines estrictamente políticos e ideológicos. Una de ellas es la de Hal Lindsey, quien en la década del setenta proclamó que el mundo se dirigía a su destrucción, hacia al Armagedón, y por tanto ya estábamos en la cuenta regresiva. La mención a Lindsey es porque bajo esa enseñanza se formó toda una generación de predicadores y pastores, en algunos casos bastante ingenuos. (Cf. Hal Lindsey y C. Carlson. La agonía del gran planeta tierra. Maracaibo, Venezuela: Libertador, 1972).

Esa lectura del Apocalipsis, que algunos llaman “fundamentalista”, tiene una lógica: mientras más destrucción y muerte, tanto mejor. Esa es su visión de la historia. Si hay COVID19 y arrasa con la humanidad, pues bienvenido sea (aunque no lo expresen con estas palabras abiertamente). De esa manera “se cumplen las profecías” y “Cristo viene más pronto”, por segunda vez, no para traer su Reino sino para llevarnos a un Reino celestial y eterno. Alrededor de esta idea se articularon varios sistemas complejos de interpretación de “lo último”, es decir esquemas escatológicos, y se produjeron además una gran cantidad de himnos y coros que fortalecieron dicha visión particular de la historia.

Ahora bien, hay que hacer una aclaración pese a lo dicho en el párrafo anterior: el hecho que exista esta interpretación ideológica de la historia apelando al libro del Apocalipsis no significa, por tanto, que toda lectura apocalíptica por hacerse ya quedó invalidada de antemano. O el que algunos predicadores evangélicos acudan bíblicamente a la inminencia de la Parusía no significa que ésta no se dará. Para la fe evangélica el Apocalipsis y la Parusía son importantes, creíbles y legítimos, digamos, como cualquiera de los Evangelios o acontecimientos bíblicos (sino piense en los brillantes aportes exegéticos de Juan Stam, Ricardo Foulkes, Samuel Pagán, Justo González, Arnoldo Canclini y otros teólogos evangélicos en sus respectivos comentarios al Apocalipsis de Juan).

El tema no es si algunos leen, en tiempos del COVID19, los libros del Antiguo Testamento o si otros prefieren el Apocalipsis de Juan. El asunto es cómo se lee y con qué propósito. Dios dirige la historia a pesar que muchos acontecimientos resulten “incomprensibles” al entendimiento humano. “Ya ahora, está en proceso la total finalización del mundo: el fin ya está presente, entre ambigüedades, pero actuante y real.” (Leonardo Boff. La vida más allá de la muerte. Bogotá: CLAR, 1981, p. 107). Jesucristo crucificado es el centro de la historia y la creación (Apo 5:6) y el Reino de Dios es tanto una realidad como una esperanza segura, a pesar del dolor y sufrimientos presentes. La vida eterna y plena serán porque ese es el télos de la historia en Cristo. Por lo mismo, cualquier teología que ignore la presencia de Dios en los momentos difíciles de la historia, o que amenace al mundo con el Armagedón, no le hacen justicia a la revelación bíblica, por el contrario, llegan a ser instrumentos de la desesperanza y el caos en la humanidad. 

(Continuará. Es la segunda de cuatro reflexiones). 

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