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lunes, 3 de agosto de 2020

LENGUAJE Y MENSAJE DE LA LITERATURA APOCALÍPTICA

La Biblia apela a diversos lenguajes o géneros literarios -como el de la “historia teologizada”- para explicar el decurso de la historia, y por lo mismo debemos entender esos lenguajes para no hacerle decir a Dios algo que nunca dijo. Otro de esos lenguajes ha sido la “apocalíptica”, es decir el género que apela a la intervención divina en la historia para poner fin a una forma pervertida y pecaminosa de existir y, a la vez, recrear el mundo que llega a ser “nuevo” (kainós, en griego) donde no existe ya más el mal (Apoc 21:4). En la apocalíptica el pecado de la humanidad es castigado y Dios aparece como justo vengador de los sufrientes judíos fieles (en los apocalipsis judíos) y de los cristianos que siguen a Jesús aun a costa de su propia vida (Apocalipsis de Juan, algunos textos neotestamentarios e, incluso, ciertos libros apócrifos).

La literatura apocalíptica, como es sabido, apareció en el siglo II a.C. y se expresó de muchas maneras hasta casi el final del siglo II d. C., es decir, estuvo presente por casi cuatrocientos años y su influencia en los escritores del Nuevo Testamento fue tan grande como innegable, dado que éste se escribió por completo en el siglo I. Y es que la apocalíptica es la madre de la teología cristiana (como indicó bien Ernst Käsemann. Ensayos exegéticos. Salamanca: Sígueme, 1978, pp. 191-246). Hay que precisar que en la apocalíptica casi todos los males de la humanidad aparecen como castigos o juicios de Dios, pero no porque Dios sea cruel o sádico sino porque las personas se lo merecen. Algo de este lenguaje aparece también en los Evangelios, incluyendo la enseñanza del mismo Jesús (Mt 25:46 entre otros).

Entonces ¿estamos viviendo en tiempos apocalípticos o no? La respuesta es un rotundo sí. Pero no en el sentido de apocalíptica “popular” (que se encuentra en el habla de la gente y los medios de comunicación), sino en el sentido de que vivimos tiempos de señales en la historia los cuales hay que discernir. ¿Discernir qué? ¿En base a qué? Discernir la presencia del Reino de Dios, pero desde la enseñanza de la Escritura y no desde una teología que enfatiza desproporcionadamente la “gran tribulación” o la “inminencia del rapto”. Dos preguntas -entre otras- que debemos hacernos son: ¿La actual pandemia puede ser una de las señales de que algo grande y definitivo puede pasar en esta historia? Y ¿guarda relación con lo que la Biblia enseña sobre los “últimos tiempos”, es decir con la manifestación-plenitud del Reino de Dios?

Hay interpretaciones de la historia (y del Apocalipsis de Juan) que no se pueden aceptar, y la razón es porque manipulan abierta y groseramente la Biblia con fines estrictamente políticos e ideológicos. Una de ellas es la de Hal Lindsey, quien en la década del setenta proclamó que el mundo se dirigía a su destrucción, hacia al Armagedón, y por tanto ya estábamos en la cuenta regresiva. La mención a Lindsey es porque bajo esa enseñanza se formó toda una generación de predicadores y pastores, en algunos casos bastante ingenuos. (Cf. Hal Lindsey y C. Carlson. La agonía del gran planeta tierra. Maracaibo, Venezuela: Libertador, 1972).

Esa lectura del Apocalipsis, que algunos llaman “fundamentalista”, tiene una lógica: mientras más destrucción y muerte, tanto mejor. Esa es su visión de la historia. Si hay COVID19 y arrasa con la humanidad, pues bienvenido sea (aunque no lo expresen con estas palabras abiertamente). De esa manera “se cumplen las profecías” y “Cristo viene más pronto”, por segunda vez, no para traer su Reino sino para llevarnos a un Reino celestial y eterno. Alrededor de esta idea se articularon varios sistemas complejos de interpretación de “lo último”, es decir esquemas escatológicos, y se produjeron además una gran cantidad de himnos y coros que fortalecieron dicha visión particular de la historia.

Ahora bien, hay que hacer una aclaración pese a lo dicho en el párrafo anterior: el hecho que exista esta interpretación ideológica de la historia apelando al libro del Apocalipsis no significa, por tanto, que toda lectura apocalíptica por hacerse ya quedó invalidada de antemano. O el que algunos predicadores evangélicos acudan bíblicamente a la inminencia de la Parusía no significa que ésta no se dará. Para la fe evangélica el Apocalipsis y la Parusía son importantes, creíbles y legítimos, digamos, como cualquiera de los Evangelios o acontecimientos bíblicos (sino piense en los brillantes aportes exegéticos de Juan Stam, Ricardo Foulkes, Samuel Pagán, Justo González, Arnoldo Canclini y otros teólogos evangélicos en sus respectivos comentarios al Apocalipsis de Juan).

El tema no es si algunos leen, en tiempos del COVID19, los libros del Antiguo Testamento o si otros prefieren el Apocalipsis de Juan. El asunto es cómo se lee y con qué propósito. Dios dirige la historia a pesar que muchos acontecimientos resulten “incomprensibles” al entendimiento humano. “Ya ahora, está en proceso la total finalización del mundo: el fin ya está presente, entre ambigüedades, pero actuante y real.” (Leonardo Boff. La vida más allá de la muerte. Bogotá: CLAR, 1981, p. 107). Jesucristo crucificado es el centro de la historia y la creación (Apo 5:6) y el Reino de Dios es tanto una realidad como una esperanza segura, a pesar del dolor y sufrimientos presentes. La vida eterna y plena serán porque ese es el télos de la historia en Cristo. Por lo mismo, cualquier teología que ignore la presencia de Dios en los momentos difíciles de la historia, o que amenace al mundo con el Armagedón, no le hacen justicia a la revelación bíblica, por el contrario, llegan a ser instrumentos de la desesperanza y el caos en la humanidad. 

(Continuará. Es la segunda de cuatro reflexiones). 

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