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JESÚS SE ENCUENTRA CON DOS ASPIRANTES A DISCÍPULOS

TEXTO BÍBLICO

“Viéndose Jesús rodeado de mucha gente (ójlon), mandó pasar al otro lado. 

Y vino un escriba y le dijo: Maestro (didáskale), te seguiré (akolouthéso) adondequiera que vayas. Jesús le dijo: Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; más el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza. 

Otro (héteros) de sus discípulos (mathetón) le dijo: Señor (Kúrie), permíteme que vaya primero y entierre a mi padre. Jesús le dijo: Sígueme (akoloúthei moi); deja que los muertos entierren a sus muertos”. (Mateo 8:18-22)

CONTEXTOS LITERARIO Y SOCIAL

Aunque el relato no hace precisiones respecto al lugar (geográfico) donde ocurre este encuentro, queda claro que Jesús no quiere que la muchedumbre lo presione. Si leemos el contexto literario anterior, el gentío sabe del poder de Jesús, por tanto es posible que ellos quieran recibir también un milagro de sanidad. Jesús entonces decide cruzar el lago. Él no ha venido sólo a sanar enfermedades físicas. Su Reino es mucho más que eso.

Al evangelista Mateo le interesa mostrar en este relato las demandas de Jesús al seguimiento o discipulado. Cierto es que Jesús ha logrado evadirse de la multitud que lo rodeaba, pero ahora le es imposible esquivar a dos personas sobre quienes giran las voces griegas akolouthéso y mathetón, indicando con ello de qué se trata esta historia.

El escriba y el discípulo que se acercan a Jesús son desemejantes en relación a Jesús. Tanto así que la voz griega que se utiliza para “otro” (v. 21) es héteros, o sea alguien completamente diferente (y no állos, es decir alguien distinto pero del mismo grupo). Dado que ambos se dirigen a Jesús de manera diferente -el primero con una promesa y el segundo con una petición- las respuestas que reciben también serán distintas. 

Veamos de manera más precisa. El comentario que hace Jesús al escriba (v. 20) no significa que literalmente él no tiene una casa donde ir a dormir cuando cae la noche. Le está indicando, de forma figurada, lo duro que puede llegar a ser su discípulo. A veces no habrá ni las comodidades mínimas. De hecho, Jesús sí tenía dónde reposar la cabeza dado que le esperaba una casa para ello (9:28; 13:1, 36; 17:24-25). 

Por otro lado, el comentario de Jesús al discípulo (v. 22) es duro en extremo. Le exige que deje ese vínculo con su familia de origen, dado que el discipulado significa asumir una familia subrogada, es decir de reemplazo (la familia del Reino de Dios). Esta exigencia de Jesús aparecerá nuevamente en este evangelio, aunque en relación a otras personas (10:34-39; 19:29). 

Algunos comentaristas opinan que Jesús vio que los lazos familiares, en algunos casos específicos, estaban resultando un obstáculo insalvable para seguirle en la extensión del Reino de Dios, lo cual explicaría estas exigencias que parecen “radicales” (pero que ayudan a tomar una decisión definitiva).

PALABRAS Y EXPRESIONES A RESALTAR

“Maestro” (v. 19)

Llama la atención que un escriba se dirija a Jesús llamándolo didáskale. Primero, porque el escriba era también un maestro, aunque con una función distinta a la de sus colegas fariseos. Segundo, porque a Jesús se dirigen con ese término generalmente los que lo adulan. Éstos, según el evangelio de Mateo, nunca llaman a Jesús rabí (rabbeí) sino didáskale (12:38; 17:24; 19:16, 22:16). Resulta irónico comprobar que quien sí se dirige a Jesús como rabí sea Judas, el que lo traicionó (26:25, 29).

“te seguiré (akolouthéso) adondequiera que vayas” (v. 19)

¿Qué pretende el escriba al hablarle así a Jesús, en tono de promesa? ¿Creería que el ministerio de Jesús consistía sólo en hacer milagros y ser popular entre la población? ¿Tendría idea que Jesús finalmente iría a la cruz? Tal parece que el escriba o está probando a Jesús a ver qué le responde frente a tan grandes palabras que le acaba de decir, o sus palabras son sinceras sólo que no tiene idea alguna de lo que implica ello. Como fuese, Jesús le hará “pisar tierra” al escriba.

“el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza” (v. 20)

Muchas veces de esta expresión se ha deducido que Jesús en su ministerio carecía con frecuencia de un lugar donde reposar, lo cual es un error como ya indicamos. (Ahora bien, esto no excluye que alguna vez haya tenido que pasar algún tipo de necesidad). Por otro lado, no se puede pasar por alto el hecho que Jesús afirma que él -y no otro- es el Hijo del Hombre, es decir él es el Mesías anunciado por los profetas (8:17). Ese título Jesús lo empleó en relación a sus sufrimientos como Mesías, por lo que no asombra que aquí sea utilizado adrede para enfatizar un tipo de carencia. Después de esta respuesta el escriba desaparece de la escena, no se sabe más de él.

“permíteme que vaya primero y entierre a mi padre” (v. 21)

Estas palabras las dice alguien que es un mathetón, un discípulo que reconoce a Jesús como Kúrie, es decir como “Señor”. Para este discípulo, entonces, está claro que Jesús no es sólo un didáskale. Ha comprendido, a diferencia del escriba, que Jesús es Kúrie y por tanto que es el Hijo del Hombre, el Mesías. La pregunta es ¿por qué le hace este pedido a Jesús? Parece que este discípulo

    Quería estar en conformidad con la ley judía que demandaba la presencia de los hijos en el funeral de los padres. Quería estar en armonía con lo que la comunidad consideraba aceptable y correcto. Quería mantener el prestigio que tenía ante su familia y sus relaciones. [Tenía un] excesivo respeto a la aprobación social.” (Mario Veloso. Mateo. Contando la historia de Jesús Rey. Buenos Aires: ACES, 2006, p. 81).

Aunque hay comentarios bíblicos que sugieren que el padre del discípulo estaba vivo aún y que el pedido era sólo una excusa para apartarse por un tiempo del discipulado, debe indicarse que esto es tan sólo una suposición, es decir de algo que no se puede comprobar.

“Sígueme; deja que los muertos entierren a sus muertos” (v. 22)

Akoloúthei moi (sígueme) son palabras que Jesús, poco más adelante, repetirá para llamar a Mateo (9:9). La diferencia entre Mateo y el de 8:21 es que éste ya era un discípulo. ¿Por qué este mandato de Jesús a seguirle si ya era uno de los suyos? Por la petición que le hizo a Jesús parece que este discípulo era alguien que luchaba entre su obediencia a Jesús y los vínculos con su familia y la red social de la que formaba parte. (B. Malina & R. Rohrbaugh. Los evangelios sinópticos y la cultura mediterránea del siglo I. Navarra: Verbo Divino, 1996, p. 352). 

Es decir, se trata de un discípulo que, aunque confiesa ortodoxamente a Jesús (Kúrios), cuando llega el momento de la prueba tiene una lucha interna la cual exterioriza con su petición. Quiere “quedar bien” con Jesús y a la vez “cumplir” con su familia. Y la respuesta de Jesús no es “Ve, entierra a tu padre, pero vienes lo antes posible”. No. Su respuesta es dura, tajante. Es que Jesús con frecuencia intenta ayudar a sus discípulos a que se definan de una vez por todas. El discípulo del relato posterga el seguimiento y con ello deja de ser un seguidor de Jesús. Y es que Jesús y su Reino siempre demandarán “un compromiso sin reservas”. (Donald Carson. O Comentário de Mateus. São Paulo: Shedd Publicacoes, 2010, p. 252).

 Como bien ha indicado Armando Levoratti: 

    es importante advertir que Cristo establece aquí una jerarquía de valores. Frente al reino de Dios que llega, el discípulo tiene ante sí un trabajo más urgente que ausentarse para satisfacer un rito social, por sagrado que sea. El que sigue a Jesús debe estar dispuesto, si fuera necesario, a cortar con todo lo que constituía su vida pasada, aun con las relaciones de parentesco. El apego a la propia familia no puede estar por encima de la adhesión a Jesús. (“Evangelio según san Mateo”, en: A. Levoratti, edit., Comentario Bíblico Latinoamericano. Nuevo Testamento. Navarra: Verbo Divino, 2007, 2ª edición, p. 325).

Pero ¿quiénes son los muertos que deben enterrar a sus muertos? Jesús o está hablando de forma irónica -dado que es imposible a un muerto realizar acción alguna- o está hablando metafóricamente, es decir los que deben enterrar son los muertos “espirituales”. En este caso, un “muerto espiritual” sería alguien que antepone excusas -familiares o de cualquier otro tipo- para postergar su seguimiento a Jesús. Un “muerto espiritual” es alguien que quiere seguir a Jesús pero a su modo y en el tiempo que considera oportuno. Al final, como es evidente, no llega a ser un verdadero discípulo del Reino de Dios.

IDEA CENTRAL DEL TEXTO

Dado que las palabras principales del relato giran en torno al seguimiento a Jesús y al discipulado, tenemos que decir que para el Señor es importante que los suyos entiendan -desde el inicio, desde el primer contacto con él- que su Reino tiene no sólo grandes promesas y esperanzas, sino también grandes exigencias. Ser discípulo de Jesús es una bendición cuando nuestra entrega a él es total.

LECCIONES QUE APRENDEMOS

Acerca de Jesús:

A veces Jesús se aparta de las personas que la rodean, dado que quiere evitar ser reducido a las ideas que tienen sobre él esas mismas personas. En el relato se sugiere que en Jesús hay un intento de escapar (v. 18), cosa que recién podrá hacer (v. 23) después de ser abordado por el escriba y el discípulo (vv. 19 y 21). ¿Jesús querrá hoy tomar distancia de aquellos que “lo rodean” -o congregan en su nombre- para exigirle que haga algo a lo que él no está necesariamente circunscripto? 

Con frecuencia Jesús nos recuerda lo que significa seguirle a él: escasez de cosas básicas o elementales, riesgos diversos, distanciamientos de quienes queremos, pérdidas de bienes simbólicos (sociales), etc. Todo lo que estimamos podría llegar a ser, en un determinado momento, un obstáculo para ser sus discípulos y ser parte del Reino de Dios.

Acerca del escriba:

Las palabras que decimos muchas veces nos atan a ellas y luego no hay otra alternativa que ser consecuentes. Pronunciar grandes promesas obliga siempre a cumplir con lo dicho. El escriba, a todas luces, no era prudente con sus palabras. Le dijo públicamente a Jesús que le seguiría a todo lugar, pero después de la respuesta que recibió desaparecerá de la escena. ¿No sería mejor ser juiciosos y prudentes cada vez que le hablamos al Señor? 

Acerca del discípulo:

Seguir a Jesús y buscar su Reino es una prioridad (6:33), no es algo accesorio a la vida cristiana. Querer escudarse en una responsabilidad social o familiar para postergar el seguimiento a Jesús, con frecuencia revela que no se ha entendido la importancia y urgencia del Reino de Dios para la vida personal, la sociedad y la historia. El discípulo del relato se autoexcluye voluntariamente de los auténticos discípulos Jesús, quienes ahora deben continuar con la misión (v. 23).

JESÚS SE ENCUENTRA CON UNA MUJER VIUDA Y ENFERMA

TEXTO BÍBLICO

“Vino Jesús a casa de Pedro, y vio a la suegra de éste postrada en cama, con fiebre (purénsusan). Y tocó su mano, y la fiebre (puretós) la dejó; y ella se levantó, y les servía (diekónei).” (Mateo 8:14-15)

CONTEXTOS LITERARIO Y SOCIAL

“la suegra… postrada… con fiebre” (v. 14)

Llama la atención no que Pedro haya sido casado, por lo demás algo común entre los discípulos de Jesús (1 Cor 9:5), sino que su suegra viviese con él. Esta no era la costumbre entre los judíos, a menos que la suegra hubiese enviudado y ya no tendría a nadie quien la cuidara. (B. Malina & R. Rohrbaugh. Los evangelios sinópticos y la cultura mediterránea del siglo I. Navarra: Verbo Divino, 10996, p. 59). Este dato pone a la mujer, además de postrada, en una condición de suma fragilidad social y emocional. (Aquellos que tienen una suegra viuda, o una madre viuda, entienden mejor esta situación).

El texto bíblico describe a la suegra como postrada (bebleménen) y con fiebre (purénsusan). El término bebleménen ya había aparecido antes para describir al hó país (niño-criado) del centurión (bébletai, 8:6), palabra que significa “alguien derribado” o “alguien arrojado al piso”. La fiebre de la suegra de Pedro -gran fiebre, puretó megálo, según Lc 4:38- la había arrojado a la cama y no se podía valer por sí misma. Es posible que al lector moderno -habituado a la medicina occidental y a las farmacias ubicadas cerca de su casa- les parezca un “mini-milagro”, algo de poca valía hecho por Jesús. Pero no es así. En la antigüedad la gente moría por mucho menos que una “fiebre”.

El término “fiebre” (gr. purétos) proviene de la voz pur (fuego, algo que quema), y se refiere a lo mismo que la voz hebrea kaddahath (ardor, inflamación). En la Biblia tiene el sentido de “enfermedad, o género de enfermedades, caracterizada por la disminución de las secreciones, la elevación de la temperatura, de la sed, aumento del ritmo del pulso, y otros síntomas.” (Art. “Fiebre”, en: Vila & Escuain. Nuevo diccionario bíblico ilustrado. Barcelona: CLIE, 1985, p. 387). La fiebre siempre es señal de que algo fuera de lo común está pasando y podría estar vinculada a un virus, una infección o ciertas enfermedades inflamatorias. En algunos casos podría ser el síntoma visible de algo mortal. ¿Y si la suegra de Pedro tenía una complicación mayor de lo que a simple vista era una fiebre? 

PALABRAS Y EXPRESIONES A RESALTAR

“tocó su mano” (v. 15)

Jesús tocó la mano de la mujer y al instante la fiebre la dejó. No dice que Jesús le tocó y le ayudó a levantarse. No. Ella se levantó por sí misma. Esto debe resaltarse dado que, cuando la fiebre se retira, el cuerpo queda débil por algunas horas (y a veces por más de un día). La mujer había quedado sana por el poder del que le tocó la mano. Y es que Jesús no compartía la creencia absurda, de muchos varones de su tiempo, que tocar a una mujer enferma los hacía inmundos. (Craig Keener. Comentario del contexto cultural de la Biblia. Nuevo Testamento. El Paso, TX: Mundo Hispano, 2003, p. 60).

Jesús al tocar la mano de un enfermo no lo hacía como parte de un ritual de sanación “que se pudiera considerar como la clave para utilizar algún poder curativo mágico. (…) Las curaciones de Jesús apuntaban al poder de Dios que moraba dentro de él, no animaba a las personas a buscar rituales de curación mágica, sino que eran parte de su proclamación del Reino”. (Art. “Enfermedades y medicina en el mundo antiguo”, en: Biblia de estudio NVI Arqueológica. Miami, FL: Vida, 2009, p. 1716). Efectivamente, el Reino de Dios se mostraba en las sanidades (8:17) conforme ya lo había anunciado el profeta Isaías (Isa 53:4).

“y les servía” (v. 15)

La mujer, una vez sana, se puso a servirle (a Jesús). La palabra que aquí se usa es diekónei, que más adelante describirá el accionar de la iglesia (Hch 6:2, diakoneín – servir a las mesas, repartir las provisiones), dando así lugar a un nuevo ministerio eclesial (el diaconado, diakónous, 1 Tim 3:8). Hay que observar que el verbo diekónei “se halla en imperfecto y señala una acción continuada. Es decir, es como si a partir de ese momento la suegra de Pedro comienza a «servirle» con un matiz de continuidad y con la carga de un servicio cultual que este verbo también contiene”. (Marta García. Mateo. Navarra: Verbo Divino, 2015, p. 155).

No hay que ver el diekónei de la mujer en un sentido negativo. La mujer sana no está “cumpliendo un rol tradicional que la sociedad machista le ha asignado” (como algunos dicen hoy día). No. Aquí el servirle a Jesús tiene el sentido de “atenderlo”, como bien parafrasea la PDT. Y esto es algo que todos haríamos, mujeres o varones, cuando alguien nos llega de visita: atenderlo, servirle. La paráfrasis BLS aún va más allá, pues dice: “Entonces ella se levantó y dio de comer a Jesús.” Su servicio era un acto de gratitud.

IDEA CENTRAL DEL TEXTO

Jesús tiene poder para sanar. Nadie queda al margen de ese poder, ni siquiera una mujer postrada y con fiebre. Ese poder es acorde a su mesianismo, es decir al Reino de Dios que ha llegado a este mundo y, en particular, a la vida de las personas enfermas.

LECCIONES QUE APRENDEMOS

Acerca de Jesús:

Jesús se acerca a los enfermos -una mujer viuda en este caso- con el propósito de llegar con su poder sanador (y de testificar con ello que el Reino de Dios ha llegado a esa vida).

Acerca de la mujer enferma:

Su respuesta, es decir su servicio, testifica que la sanidad obtenida fue tan real como inmediata. Ella pasó de la postración al servicio. ¿Ha pasado algo similar con nuestras vidas?

Pastor, Martín Ocaña Flores

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JESÚS SE ENCUENTRA CON UN OFICIAL ROMANO QUE TENÍA UNA GRAN FE

TEXTO BÍBLICO

“Entrando Jesús en Capernaum, vino a él un centurión, rogándole, y diciendo: Señor, mi criado está postrado en casa, paralítico, gravemente atormentado. Y Jesús le dijo: Yo iré y le sanaré. Respondió el centurión y dijo: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente di la palabra, y mi criado sanará. Porque también yo soy hombre bajo autoridad, y tengo bajo mis órdenes soldados; y digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace. 

Al oírlo Jesús, se maravilló, y dijo a los que le seguían: De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe. Y os digo que vendrán muchos del Oriente y del Occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos; más los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes. 

Entonces Jesús dijo al centurión: Ve, y como creíste, te sea hecho. Y su criado fue sanado en aquella misma hora.” (Mateo 8:5-13).

CONTEXTOS LITERARIO Y SOCIAL

Este es el segundo de varios milagros de sanidad realizados por Jesús y que se cuenta con ciertos detalles. El primero fue a un hombre “leproso” (8:2-4) y ahora es al criado de un centurión (un oficial romano subalterno). El tercer milagro será a una mujer enferma (la suegra de Pedro, 8:14-15). En los tres relatos encontramos a Jesús relacionándose con personas abiertamente despreciadas (un leproso, un oficial romano) o muy poco valoradas (una mujer enferma, tal vez una anciana) por la sociedad, algo muy característico de su ministerio.

Este relato muestra, una vez más, el poder sanador de Jesús (v. 13). Pero también se resalta la gran fe del oficial romano, que estrictamente era de origen pagano (v. 10), es decir alguien que era parte de los “muchos del Oriente y del Occidente” como indica Jesús (v. 11). Este pagano, empero, tenía una particularidad: era un oficial romano, un centurión (este dato es resaltado al inicio y al final del relato, vv. 5, 13). 

¿Qué hacía un centurión en Capernaum (dado que no estaba ahí precisamente tomando vacaciones)? Un centurión (lit. jefe de cien) era un “oficial romano que, probablemente, tenía a su cargo el cuartel local de las tropas romanas que ocupaban el país.” (La Biblia de estudio Dios habla hoy. Estados Unidos: Sociedades Bíblicas Unidas, 1994, p. 1476). En Capernaum, además, había un centro de aduanas por lo que este oficial tendría un rol importante en dicha población. (José Bover. El evangelio de san Mateo, Vol. I. Barcelona: Balmes, 1946, p. 185). Su rango también le daba ciertos privilegios como tener vivienda, criados, etc. 

Este oficial, en el cumplimiento de su deber, es posible que haya cometido abusos, y sus manos estarían llenas de sangre. Esto podría explicar las palabras “no soy digno de que entres bajo mi techo” (v. 8). El centurión se sentía sin dignidad alguna ante Jesús. Las traducciones DHH y PDT le dan el sentido de “no merezco”. Y la BLA traduce “¿Quién soy yo?”. Efectivamente, este oficial sabía que no era merecedor de recibir favores de ningún israelita. ¿Cómo pedirle un milagro a alguien que pertenece a una nación que él, como oficial de un ejército de ocupación, abusa una y otra vez? 

Observamos que gran parte de los comentarios bíblicos evitan explicar la expresión “no soy digno de que entres bajo mi techo” en sus coordenadas sociales-culturales. Efectivamente, se esfuerzan por reducirlo a un asunto de humildad (“Tú eres el Señor, y yo apenas un humilde pecador”) o de rituales religiosos (“tú Jesús eres puro, yo impuro, no debes entrar a la casa de un gentil”). El siguiente comentario ilustra lo indicado:

    “Después de todo, ¿quién es él en comparación con el Excelso, esta encarnación personal de la majestuosa autoridad, del poder que todo lo abarca, y de amor condescendiente, un amor que cubre todo abismo y salta todo obstáculo de raza, nacionalidad, clase y cultura? ¿Quién es él para hacer que este misericordioso Maestro realice un acto que lo pondría en conflicto con la venerable costumbre de su pueblo, según la cual un judío no entra en casa de un gentil para no ser contaminado (Jn. 18:28; Hch. 10:28; 11:2, 3)? Así que, Jesús no debe entrar en la casa, ni siquiera aproximarse demasiado; que solamente diga la palabra de curación.” (William Hendriksen. El evangelio según san Mateo. Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 2003, p. 415).

Volviendo al relato, el criado (hó país) del centurión estaba en una situación muy difícil: postrado (bébletai), paralítico (paralutikós) y gravemente atormentado (deinós basanizómenos, v. 6), y posiblemente su situación empeoraba cada día. ¿No habría un médico en la guarnición romana que lo pudiera atender? (O tal vez sí lo había, sólo que ya no podía hacer nada por él). Lo cierto es que el criado necesitaba sanidad y con urgencia. Esto motivó a que el centurión busque con ruegos a Jesús (v. 5).

Nota: La palabra griega hó país la RV 1960 traduce “criado”. En esto se parece LBPD, la NVI y otras versiones en español que traducen por “mi siervo” o “mi sirviente”. Con estas traducciones muchos se pueden hacer la idea de un joven -o incluso un adulto- que hacía de sirviente en la casa del centurión. Así lo muestran muchas películas cristianas. Pero la voz griega tiene un significado distinto. Hó país debe traducirse por “niño pequeño”, “niñito”, siempre alguien menor de doce años.

Otras voces griegas para referirse a los niñitos eran paidíon y paidárion. Éstas se referían siempre a niños pequeños que hacían labores de esclavos, algo muy común por entonces. (G. Kittel & G. Friedrich. Compendio del Diccionario Teológico del Nuevo Testamento. Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 2002, p. 739). Esta es la razón por la que la BLA traduce “mi muchacho” y la Jünemann “el niño mío”. Con esta aclaración nuestra perspectiva del centurión cambia un tanto, pues ahora aparece como preocupado por el bienestar de un niño gravemente enfermo. 

PALABRAS Y EXPRESIONES A RESALTAR

“Jesús le dijo: Yo iré y le sanaré” (v. 7)

Al escuchar la petición de sanidad a favor de un niño sumamente enfermo, Jesús manifestó su inmediato deseo de ir a la casa del centurión y sanarlo. Poco le importaba entrar en la casa de alguien no digno para los israelitas y exponerse a las críticas de sus coterráneos. La sanidad de un niño estaba en juego y no había tiempo que perder. Justamente esta actitud de Jesús va hacer que el centurión lo detenga con unas palabras que han hecho historia.

“solamente di la palabra, y mi criado sanará”. (v. 8)

A todos nos queda claro que el centurión se sabía no digno. Pero este hombre mostrará una fe que Jesús elogiará luego (v. 10). ¿Cómo se muestra la fe de una persona que busca a Jesús? En 9:2 la fe se muestra por los actos (de aquellos que llevaron al paralítico ante Jesús). En 8:8 la fe se muestra por las palabras de certeza en el poder sanador de Jesús. Pero el centurión no se detiene, sino que prosigue argumentando de una forma sorprendente (v. 9). El que tenía autoridad (exousían, v. 9) reconoce en Jesús a alguien con mayor autoridad y con poder para sanar.

“En su propia experiencia sabía que cuando el general habla, el ejército se mueve y cuando un centurión habla, sus hombres actúan. Ahora afirma que cree que cuando Jesús habla una palabra soberana y sanadora sale de su boca, Él habla y es obedecido. ¡Las enfermedades huyen al oír la voz del Mesías! Él es Soberano sobre todas las cosas. Todo está supeditado a su soberana voluntad.” (Evis Carballosa. Mateo. La revelación de la realeza de Cristo. Mateo 1-14. Grand Rapids, MI: Portavoz, 2007, p. 291).

“dijo a los que le seguían: De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe” (v. 10)

Después de admirarse ante semejantes palabras del centurión (de origen pagano), Jesús dijo algo que debe haber incomodado mucho a los que le seguían (que sin duda eran israelitas, y por eso justamente lo dice). Para Jesús el centurión había mostrado más fe que aquellos que debían sobresalir en fe respecto a las demás naciones que desconocían al Dios verdadero y las Escrituras.

Las palabras de Jesús, sin duda, “rinden homenaje a la fe del centurión, pero anuncian, al mismo tiempo, que la participación de los paganos en el reino de Dios irá acompañada de la exclusión de algunos judíos. (…) Otros creyentes, llegados de Oriente y de Occidente (es decir, de todos los orígenes, paganos y judíos), vendrán a ocupar el puesto que aquellos, por su falta de fe, habrán dejado vacío. Por lo tanto, lo que cuenta realmente ya no es más la distinción entre judíos y gentiles, sino la distinción entre creyentes y no creyentes.” (Armando Levoratti “Evangelio según san Mateo”, en: A. Levoratti, edit., Comentario bíblico latinoamericano. Nuevo Testamento. Navarra: Verbo Divino, 2007, 2ª edición revisada, pp. 323-324).

Ciertamente en el Reino de los cielos están Abraham, Isaac y Jacob (v. 11). Pero no están en ese Reino por ser “israelitas”. De hecho, esa nación no existía en ese tiempo. Si estaban allí era a causa de su fe. Muchos israelitas del tiempo de Jesús se equivocaban al pensar que por ser de esa nación ya eran “hijos del Reino” (v. 12). Pero al Reino de Dios se entra por la fe en Jesús, y el centurión era una evidencia de ello. El centurión ahora, por su fe, era parte de ese Reino glorioso. 

“Ve, y como creíste (epísteusas), te sea hecho” (v. 13)

Para Jesús, sin duda alguna, son importantes las palabras que transmiten fe. Y el centurión tenía palabras de fe fundadas en el poder de Jesús. Conforme a su fe se le hizo. Más exactamente Jesús lo hizo. Para el centurión bastaba una palabra con autoridad de Jesús para que el niño sanara, y así fue. Por eso finaliza el relato diciendo que “fue sanado en aquella misma hora.”

Resulta interesante observar que en esta historia -como en otras más que aparecen en los evangelios- el que recibe el milagro de sanidad no es alguien que ejerce fe, sino otros que interceden con fe por él ante el Señor. Pero ¿no es así acaso hasta el día de hoy?

IDEA CENTRAL DEL TEXTO

Jesús acepta la petición de un militar romano por la sanidad de su criado, un niño, que le servía en casa. Al mostrar el militar una gran fe, por medio de sus palabras, Jesús lo puso como ejemplo de que el Reino de Dios pertenece a los que muestran fe, no importando la nacionalidad que se tenga. Al final Jesús sanó al niño-criado demostrando su gran poder sin necesidad de verlo o tocarlo. Sólo bastaron palabras de fe.

LECCIONES QUE APRENDEMOS

Acerca de Jesús:

Jesús aparece mostrando su cercanía, su solidaridad con el niño-criado enfermo, no importando a quién servía ni dónde estaba. El que haya intercedido por él su patrón el oficial romano, o el que estuviera alojado en su casa, no eran impedimento para que Jesús se interesara en su enfermedad. Jesús nos enseña que debemos vencer los prejuicios -a veces se tiene- sobre personas y lugares “que no merecen la misericordia de Dios”.

Jesús resalta la fe de un hombre que a todas luces era alguien despreciado por su origen pagano, así como por lo que representaba su labor: un militar miembro de las fuerzas romanas de ocupación. Pero la fe en Jesús nadie la puede monopolizar. Si aún el mayor pecador del mundo puede llegar a la fe y ser parte del Reino de Dios, ¿por qué un oficial romano de origen pagano no? Por lo mismo, tenemos que aprender a mirar a las personas como Jesús lo hacía. Jesús aceptaba la fe de todos -valga la redundancia- los que creían.

Jesús muestra su poder sanador tan sólo pronunciando palabras (“Ve, y como creíste, te sea hecho”). A diferencia de la sanidad del leproso (8:2-4), no tuvo que extender la mano o tocar al niño para que recién sane, sino tan sólo hablar al oficial roman0, confirmar sus palabras y darle la orden que vuelva a su casa. El poder de Jesús sorprende porque el milagro llega de la manera menos esperada. ¿Cómo esperamos a Jesús que actúe en nuestras vidas y en la de otros? ¿Lo habremos encasillado a determinadas formas que pensamos no debiera salirse de ellas? Tal vez Jesús nos quiere sorprender de la manera menos esperada con su poder sanador.

Acerca del centurión: 

Aunque el relato resalta la gran fe del centurión, hay que resaltar también su gran valor para acercarse a Jesús. Tuvo que tragarse su orgullo de oficial romano al rogar públicamente a Jesús, así como vencer su sentimiento de saberse no digno de pedirle un gran favor (en realidad un milagro). ¿Será que a veces no nos acercamos a Jesús para pedirle favor alguno por temor -o vergüenza- que otros nos vean acercarnos a él? ¿Será que queremos aparentar que nada nos afecta y que nunca sufrimos ni siquiera por aquellos que tenemos en casa? A veces hay demasiado orgullo, tanto que lo único que logra es alejarnos de la fe y de Jesús.

En las palabras de este oficial romano hay una gran lección: muestran no sólo respeto a Jesús sino, sobre todo, sumisión a la autoridad de aquél que puede sanar tan sólo pronunciando palabras. ¿Qué clase de fe es esa? Es una gran fe que se funda en la certeza de quién es realmente Jesús. ¿Nosotros hemos descubierto realmente quién es Jesús? Tal vez es en los momentos difíciles de la vida donde podemos llegar a conocer el verdadero poder de Jesús.  

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JESÚS SE ENCUENTRA CON UN HOMBRE ENFERMO, IMPURO Y MARGINADO

TEXTO BÍBLICO

“Cuando descendió Jesús del monte, le seguía mucha gente. 

Y he aquí vino un leproso y se postró ante él, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme. Jesús extendió la mano y le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante su lepra desapareció. Entonces Jesús le dijo: Mira, no lo digas a nadie; sino ve, muéstrate al sacerdote, y presenta la ofrenda que ordenó Moisés, para testimonio a ellos.” (Mateo 8:1-4)

Médicos y medicina en Israel

Influenciados por Ex 15:26 (“Yo soy Jehová tu sanador”) hubo en el Israel del Antiguo Testamento una tendencia a no desarrollar la medicina como ciencia, por eso es que no aparecen médicos como los conocemos hoy. Es cierto que se mencionan remedios (Jer 46:11) y bálsamos (Jer 51:8), pero no hay mucho más que eso. Los médicos siempre se vinculan más al mundo no-israelita. Cuando murió Jacob, el padre de José, éste hizo venir a médicos (de Egipto) que embalsamaran a su padre (Gen 50:1-2).

Sin embargo, hay historias que merecen considerarse. Cuando el rey Ocozíaz cayó desde una ventana y se lastimó severamente, la reacción inmediata fue consultar a Baal-zebub, dios de Ecrón, a ver si sanaría o no (2 Rey 1:2). Por su parte, el rey Ezequías en su enfermedad de muerte clamó con lágrimas a Dios (Isa 38:1-5) y se le concedió quince años más de vida. Finalmente, el rey Asa (2 Cro 16:12-13) en su enfermedad prefirió buscar a los “médicos” (heb. rofim) antes que a Dios y murió. Pero rofim hace referencia a “divinidades subterráneas”, es decir a dioses paganos (Profesores de la Compañía de Jesús. La Sagrada Escritura. Antiguo Testamento II. Madrid: BAC, 1969, p. 892). El rey Asa prefirió acudir a espiritistas antes que a Dios y eso le costó la vida dos años después. (William McDonald. Comentario al Antiguo Testamento. Barcelona: CLIE, 2001, p. 431).

Será después del retorno del exilio a Babilonia, específicamente en “el tiempo del silencio”, donde aparece la literatura deuterocanónica con sus referencias a médicos y medicinas, sin por ello olvidar que Dios está en el origen de la sanidad (“Dios hace que la tierra produzca sustancias medicinales, y el hombre inteligente no debe despreciarlas.” Sirácida 38:4). Más aún, la arqueología ha demostrado que en Israel hubo instrumentos quirúrgicos para operaciones, lo que indica ya el desarrollo de la ciencia médica, aunque esto en un periodo histórico algo posterior. (Cf. Antonio Piñero, edit., En la frontera de lo imposible. Magos, médicos y taumaturgos en el Mediterráneo antiguo en tiempos del Nuevo Testamento. Córdova – Madrid: El Almendro – Universidad Complutense, 2001).

En el Nuevo Testamento hay muy pocas referencias a médicos, entre los que se pueden destacar Mt 9:12 (gr. iatroú); Mc 5:26 (iatrón); Lc 4:23 (iatré) y Col 4:14 (hó iatrós). En todos los casos no se les da una valoración moral sobre el trabajo que realizan, sólo se les menciona como una profesión más.

CONTEXTOS LITERARIO Y SOCIAL

“un leproso” (v. 2)

La aparición de un “leproso” en el relato no debiera asombrar, dado que era algo común en el Oriente antiguo. Pero sobre esto hay que considerar lo siguiente: (1) A las diversas enfermedades de la piel -no necesariamente aquella producida por el bacilo de Hansen- se les llamaba “lepra” (heb. tzara'at, que literalmente se traduce como “azote divino”. (2) Quienes adquirían tzara'at eran considerados pecadores y debían someterse a diversos rituales -Cf. Levítico 13 y 14- para ser reincorporados a la comunidad. (3) Por ninguna razón se debía tocar a alguien con tzara'at, dado que lo tornaría también en un “impuro” espiritual.

Las personas con tzara'at “socialmente eran seres aislados. Por temor al contagio se les declaraba legalmente impuros y se les apartaba de las ciudades, obligándoles a llevar vestidos desgarrados, la cabeza desnuda y a advertir su proximidad gritando: Tamé, tamé, “impuro, impuro.” Religiosamente no eran excomulgados, pero en las ceremonias del culto en las sinagogas debían colocarse aparte. Esto era humillante, pero aún lo era más al ser considerada su enfermedad como castigo de Dios, merecido por grandes pecados (Num 12:9-15; 2 Re 15:5; 2 Cr 26:19-21). De ahí el nombre lepra: tzara'at, “golpe,” “azote divino”. (…) A los leprosos que no eran recluidos, aunque tenían que vivir aislados, se les permitía venir a las ciudades a pedir limosna o ayuda a los suyos, debiendo hablar a las personas a “cuatro codos” de distancia.” (Profesores de Salamanca. Biblia comentada. Versión E-Sword).

¿Podemos imaginar el sufrimiento emocional -además del físico- en este hombre que se sentiría abandonado por todos sus amigos y familiares, incluso por Dios? ¿Habrá sentido culpabilidad al estar sufriendo el “azote divino” y ser señalado, a la vez, por el dedo acusador de aquellos que se sentían “sanos” o “puros”? ¿Habrá sentido dolor por su familia que ahora tenía que preocuparse por él? ¿Y si no tenía familia? La vida de un enfermo de tzara'at, al atravesar lo físico-emocional-social, producía un gran dolor en estas dimensiones.

“ordenó Moisés” (v. 4)

Parece paradójico que quien infringe la ley, de forma puntual en este caso al tocar al leproso (“Asimismo el que tocare el cuerpo del que tiene flujo, lavará sus vestidos, y a sí mismo se lavará con agua, y será inmundo hasta la noche.” Lev 15:7), ordene ahora al hombre sanado que cumpla la ley conforme a lo que había ordenado Moisés. Esto significa que tendría que ir hasta Jerusalén a hacer la diligencia requerida.

El Evangelio de Mateo enfatiza que Jesús nunca se opuso a la ley de Moisés (5:17), sino a sus intérpretes escribas y fariseos que más se guiaban por sus tradiciones que por el mismo Moisés (15:3-6). En nuestro relato la enseñanza es clara: el hombre sanado debía cumplir con todo lo que prescribía el libro de Levítico (y luego ser reinsertado a la comunidad). Su sanidad/limpieza sería un gran testimonio de que el Reino de Dios ya había llegado con poder.

PALABRAS Y EXPRESIONES A RESALTAR

“le seguía mucha gente” (v. 1)

Este v. 1 debería en realidad ser el v. 30 del capítulo 7. Tiene sentido si se lee de esa manera y se lo vincula a 7:28-29. Esto significa que el relato del hombre enfermo e impuro debe circunscribirse a los vv. 2-4.

Aunque a Jesús las multitudes lo seguían por varias razones, por el contexto literario se podría decir que estas personas ven a Jesús como un legislador, un nuevo Moisés que baja del monte después de haber desautorizado a los escribas y fariseos (“oísteis que fue dicho… más yo os digo”). Además, el concepto de las multitudes sobre Jesús era muy alto, pues para ellos él tenía una autoridad que lo distinguía de los maestros de la ley a quienes ya conocían (7:28-29).

“se postró ante él” (v. 2)

Con el trasfondo histórico mencionado, el “leproso” carecía de posibilidades reales de sanarse. ¿Habrá sido por eso que buscó a Jesús? La actitud de súplica del hombre enfermo -el postrarse ante alguien que consideraba tal vez su única y última oportunidad de sanidad- es el resultado de su fe en Jesús. Las palabras “Señor, si quieres, puedes limpiarme” implica que sabía de lo que Jesús era capaz de hacer, dado que nadie le suplicaría así si no creyera previamente que tenía un poder extraordinario para sanar. Posiblemente conocía de la fama de Jesús como sanador (4:24).

La súplica, por otro lado, es algo extraña pues pone en Jesús la decisión de limpiarlo o no (“si quieres”). El hombre enfermo se sentía tan disminuido que era incapaz de pedir por su sanidad, sólo esperaba la misericordia de Jesús. Y Jesús quería sanarlo, era su voluntad sanar a este hombre que -además de enfermo- era considerado un “impuro” (con la consecuente marginación social que ello implicaba). Algo que se evidencia en el relato es que el hombre enfermo busca el poder milagroso que acompaña al Reino de Dios. El milagro de Dios, en esta historia, llega a quien ya no tiene otra posibilidad de sanidad.

“Jesús le extendió la mano y le tocó” (v. 3)

Este es el primer relato contado con algunos detalles acerca de Jesús en tanto sanador. Cierto es que antes ya había obrado sanidades, pero Mateo lo había contado de forma general dado que se trataba de un resumen de sus actividades:

    “Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Y se difundió su fama por toda Siria; y le trajeron todos los que tenían dolencias, los afligidos por diversas enfermedades y tormentos, los endemoniados, lunáticos y paralíticos; y los sanó.” (4:23-24).

Llama la atención que las sanidades se vinculen a la presencia del Reino que llega con Jesús el Hijo de Dios. Sobre esto hay que aclarar que, aunque Jesús vino trayendo el Reino de Dios, esto no significaba que todos los enfermos y posesos iban a ser sanados de lo que los aquejaba. Los milagros de sanidad (como los exorcismos) eran una demostración que Dios ya estaba presente en la historia, de manera definitiva, trayendo liberación y salvación. Para algunos -o muchos- sí hubo sanidad física, pero no para todos. 

Sucede que en el Reino de Dios a veces se sirve a Cristo con aguijones en la carne (2 Cor 12:7-9). El ejemplo del apóstol Pablo ilustra bien el tema pues su experiencia es lo opuesto a la del “leproso”. A éste Jesús le dijo “quiero que seas limpio”, mientras que a Pablo le dijo Dios (parafraseándolo) “no quiero que sanes, sírveme con tu dolencia. Que te baste mi gracia”.

Pero lo que Jesús hizo en este relato fue algo inaudito. Le importó poco a Jesús tocar físicamente a un enfermo de tzara'at si con ello limpiaba/sanaba al hombre. Tocarlo tiene un significado profundo, además de simbólico. Jesús traía el Reino de Dios, no su azote. Traía vida plena, no venía a reforzar los estereotipos de impureza/marginación. Un dato del texto es que, dado que no habían testigos del hecho, tampoco nadie podía denunciar a Jesús como “impuro”. (Según Mc 1:40-45 queda claro que estaban solos Jesús y el hombre enfermo).

“Este leproso se acercó mucho a Cristo, pues El extendió su mano y le “tocó” para curarle. Cristo no le apartó ni se comportó como algunos rabinos que huían al divisarlos o les arrojaban piedras para apartarles de su camino y no contaminarse “legalmente”. “Si quieres, puedes limpiarme,” dijo el leproso. Su fe era grande. “Quiero, sé limpio,” le contestó Cristo extendiendo su mano. Y le tocó. La Ley (Lev 15:7) declaraba impuro al que tocase a un leproso. Luego le ordena que cumpla la Ley presentándose en el templo a los sacerdotes, que como personas más ilustradas podrían certificar la curación y aun darle por escrito un certificado de ello.” (Profesores de Salamanca. Biblia comentada. Versión E-Sword).

“no lo digas a nadie” (v. 4)

Cuando sucede este milagro de sanidad -como indicamos- Jesús y el hombre enfermo están solos, no hay nadie más en ese momento. Si hubiera estado presente la multitud que le seguía (8:1), no tendría sentido el mandato de Jesús (“no lo digas a nadie”), pues tendría a todos como testigos y el milagro se divulgaría sin más.

Hay una razón poderosa para esta orden de Jesús al hombre sanado: Jesús quería evitar que sus seguidores lo vieran tan sólo como un sanador. Si bien 4:24 indica que hacía muchas sanidades, y 4:25 que multitudes de diversas regiones le seguían posiblemente a causa de ello, Jesús no quería que lo confundan con otro sanador o taumaturgo más. Eso podía desvirtuar su mesianismo sufriente. Lo mismo se puede decir hoy: a Jesús no se le debe presentar tan sólo como un sanador o milagrero. Esto puede provocar una falsa imagen del Hijo de Dios y una equivocada idea de lo que significa el seguimiento y el “ser cristiano”.

¿CÓMO LOS CRISTIANOS AFRONTAMOS LAS ENFERMEDADES?

“La enfermedad es un proceso natural de la misma vida. Muchos autores sostienen que lo acorde con la dignidad humana consiste en vivir con dignidad el impacto de la enfermedad. Con frecuencia la enfermedad provoca un choque emocional en el paciente. Hay una pérdida de autonomía y control. Altera la imagen de sí mismo. Se genera una pérdida de roles sociales importantes. El paciente se ve en la necesidad de depender de otros y de tomar decisiones estresantes y desconocidas. Si el enfermo está internado en un hospital experimenta aún más la fragilidad de la naturaleza humana. Por eso se hace dependiente. Y necesita sentirse protegido y seguro de peligros imaginarios o reales.

Es necesario, por lo tanto, que las personas sanas comprendan el estado anímico del enfermo, sobre todo si ha entrado en una fase de gravedad. De esta manera podrán acompañarlo debidamente. Las actitudes y emociones del paciente pueden ser muy variadas. Con frecuencia se vuelve hostil o violento con quienes intentan ayudarle; puede entrar en una crisis de ira irracional. Otras veces el paciente considera la enfermedad como un castigo de Dios, por lo que, inconscientemente, tiene un sentimiento de culpabilidad. Puede, asimismo, aislarse y separarse de todos y de todo lo que le rodea. Es la etapa de aislamiento.” (Fernando Bermúdez. La enfermedad, el sufrimiento y la muerte. Visión ética-espiritual. Bilbao: Mensajero, 2012, pp. 20-21).

Históricamente los cristianos han mostrado diversas formas de afrontar las enfermedades (tanto físicas como emocionales). Están los negacionistas (“no existe la enfermedad”), los perfeccionistas (“un buen cristiano nunca se enferma”), los que acuden a la ciencia médica occidental (es decir a los hospitales o clínicas, sin por ello dejar de orar por sanidad), los que acuden a la medicina tradicional y alternativa, etc. Están, incluso, aquellos que en su desesperación -y superstición- han buscado a brujos que aseguraban tener poderes sanadores. 

En nombre de la fe hay cristianos que no cuidan su salud diciendo que “Dios los protege”. Estos relegan a los médicos -y a los psicólogos- debido no a la “gran fe” que dicen tener sino, con frecuencia, a una equivocada idea de lo que es la espiritualidad cristiana y al desconocimiento de las Escrituras. En el actual contexto de pandemia ¡cuántos cristianos no han querido consultar a los médicos! (ni siquiera por teléfono). Esto no es fe, es irresponsabilidad y falsa piedad evangélica. Debo indicar que, por el contrario, sí hay cristianos que han entendido que sus cuerpos son “templo del Espíritu Santo” (1 Cor 6:19), y en base a ello cuidan con responsabilidad y esmero su salud.

IDEA CENTRAL DEL TEXTO

Jesús no rechazó a este hombre enfermo/impuro/marginado. La sanidad física -y la posterior reinserción social del hombre sanado- eran clara evidencia que el Reino de Dios ya estaba presente en la tierra y en medio de las personas. Para Jesús los enfermos/impuros/marginados pueden nuevamente llegar a ser “limpios” en la sociedad, gracias a su poder y su misericordia sanadora. Ese es un testimonio grande para todos.

LECCIONES QUE APRENDEMOS

Acerca de Jesús

Jesús en el ministerio del Reino no evitó relacionarse con personas que religiosa y socialmente estaban marginadas debido a las enfermedades que tenían. Jesús limpió/sanó a un hombre, incluso, rompiendo una norma señalada claramente en la ley (Lev 15:7).

Jesús al traer el Reino de Dios, y sanar a este enfermo, no se contrapuso a la ley de Moisés. Por el contrario, le pidió al hombre ya sanado que cumpla con los rituales exigidos por ella para así ser reincorporado a la vida social en Israel.

Acerca de la naturaleza humana

Es verdad que cuando se tiene problemas con la salud, es decir se está enfermo, las personas buscan más a Dios procurando su sanidad. Pero para muchos “Dios” sigue siendo una idea algo abstracta. El relato nos enseña que se debe buscar de manera específica a Jesús el Mesías -de forma personal- y preguntarle con humildad si quiere sanarnos. 

Lo anterior significa que -como creyentes- debemos someternos a la voluntad de Jesús. Nunca sabremos si quiere sanarnos o no hasta que le preguntemos y escuchemos su respuesta. (Esto no quita, sin embargo, que oremos por los enfermos y los atendamos en sus necesidades).

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