TEXTO BÍBLICO (Mateo 27:32-50)
Entonces crucificaron con él a dos ladrones, uno a la derecha, y otro a la izquierda. Y los que pasaban le injuriaban, meneando la cabeza, y diciendo: Tú que derribas el templo, y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz. De esta manera también los principales sacerdotes, escarneciéndole con los escribas y los fariseos y los ancianos, decían: A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar; si es el Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, y creeremos en él. Confió en Dios; líbrele ahora si le quiere; porque ha dicho: Soy Hijo de Dios. Lo mismo le injuriaban también los ladrones que estaban crucificados con él.
Y desde la hora sexta hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena. Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: “Elí, Elí, ¿lama sabactani?” Esto es: “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has desamparado?” Algunos de los que estaban allí decían, al oírlo: A Elías llama éste. Y al instante, corriendo uno de ellos, tomó una esponja, y la empapó de vinagre, y poniéndola en una caña, le dio a beber. Pero los otros decían: Deja, veamos si viene Elías a librarle. Mas Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu.” (RV 1960).
CONTEXTOS LITERARIO Y SOCIAL
Estamos en un momento humano trágico: Jesús el Mesías, el Hijo de Dios es crucificado y muerto. El que en el Antiguo Testamento se haya profetizado su muerte no le quita dramatismo y dolor humano al acontecimiento. Pero la cruz de Cristo es lo que le da sentido a la historia y a la fe cristiana. La cruz, según los evangelios y el Nuevo Testamento, implica tanto la muerte como la resurrección corporal de Jesús.
“Las siete palabras de Jesús en la cruz”: Las “siete palabras” desde muy temprano en la historia fueron objeto de importantes interpretaciones (los Padres de la Iglesia, por ejemplo). Lo que no hay que olvidar es que dichas palabras fueron expresadas desde el máximo dolor, desde el sufrimiento físico y emocional extremo ocasionados por la crucifixión. Pero antes de que Jesús pronunciara algo ya la misma cruz era “en sí misma una palabra de Dios.” (García 2005:10).
Efectivamente, Jesús colgado en la cruz era ya todo un mensaje que Dios estaba dando a la humanidad. Y es que “mientras Jesús pendía de la cruz debe haber parecido un perdedor, una víctima maltratada y ensangrentada. Aunque pronunció palabras agonizantes desde la cruz, no bajó cuando le desafiaron para que lo hiciera. Permaneció clavado a un madero hasta el momento de morir.” (De Haan II 2004:30). En realidad, en la perspectiva del Reino de Dios, Jesús era victorioso. La cruz era necesaria (16:21) y él se sometió de forma voluntaria a Dios quien estaba reconciliando al mundo con él mismo (2 Cor 5:14-21).
Jesús ante los poderes religioso (Caifás, Sanedrín) y político (Pilato) habló muy poco, casi nada. “En cambio, en la cruz habló y podríamos decir que habló mucho. Con el malhechor arrepentido crucificado junto a él, con su madre y con Juan, su discípulo amado. Pero sobre todo habló con Dios. Unas veces para pedir, otras para expresarle su soledad y abandono y, por último, para encomendarle su alma.” (García 2005:11). Tal vez esto sugiere que ante los poderosos de este mundo no caben palabras ni razonamientos, sobre todo cuando ejercen el poder de una forma desmesurada y sumamente violenta.
“Los Evangelios registran siete dichos distintos que Jesús pronunció desde la cruz. Lucas y Juan consignan tres cada uno de ellos, mientras que Mateo y Marcos presentan uno en común. Establecer el orden exacto en que se produjeron es un asunto muy complejo. La secuencia tradicional es la siguiente: «Padre, perdónales porque no saben lo que hacen»; «Hoy estarás conmigo en el paraíso»; «¡Mujer, he ahí tu hijo!... ¡He ahí tu madre!»; «Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has desamparado?»; «Tengo sed»; «Consumado es»; «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu».” (Stein 2006:293-294).
La cuarta palabra de Jesús: El evangelio de Mateo, efectivamente, registra una de las palabras, la cuarta, y posiblemente es “una de las palabras más duras, más ásperas que se leen en el evangelio.” (Paglia 2013:47). Intentemos entenderla según la narración del mismo evangelista.
La debilidad física de Jesús -después de la tortura recibida, vv. 27-31- no le permitió siquiera cargar el madero horizontal de la cruz, por lo que los guardias obligaron a Simón de Cirene que le ayudase (v. 32). Una vez llegado al Gólgota, el escarnio prosiguió: le ofrecieron para beber no agua sino vinagre mezclado con hiel, una rancia bebida, lo cual rechazó el Señor después de probarlo (vv. 33-34); los desnudaron (v. 35), y pusieron sobre su cabeza un cartel señalando el delito por el que se le crucificaba: “Éste es Jesús, el Rey de los judíos” (v. 37).
Pero al escarnio de los soldados le siguieron más burlas, todo eso después de poner tanto a la izquierda como a la derecha de Jesús a dos revoltosos (lestaí) también crucificados (v. 38). Las injurias (v. 44) vinieron del pueblo que exigió su crucifixión (vv. 39-40), de los principales sacerdotes, los escribas, los fariseos y los ancianos (vv. 41-43) y de los mismos bandoleros crucificados (v. 44). En las ofensas proferidas todo el mundo está representado: los romanos (gentiles), los judíos, tanto “laicos” -el pueblo- como los religiosos mencionados y hasta los revolucionarios de la época. Todos tienen su cuota de culpabilidad.
Las injurias a Jesús fueron de diverso tipo, pero las peores fueron de la clase religiosa. Y aunque los romanos le acusaron de ser “Rey de los judíos” (v. 37), los religiosos sí sabían bien que Jesús era el “Rey de Israel” (v. 42), es decir el Mesías, el “Hijo de Dios” (v. 43). Una vez que todos vituperaron y blasfemaron, la tierra se llenó de tinieblas. Esto fue entre el medio día y las tres de la tarde (v. 45). “¡El sol se negó a brillar en la crucifixión! Por primera y última vez, sin duda, en la historia, se apagó como se apaga una vela, la luz que gobierna el día; mientras que, según las normas humanas, debería haber continuado alumbrando. La razón es que la naturaleza no podía dejar de protestar al contemplar el enorme crimen, el asesinato del Señor de la naturaleza.” (Sheen 1996:21).
PALABRAS Y EXPRESIONES A RESALTAR
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (v. 46)
Estas palabras de Jesús, pronunciadas en arameo (Elí, Elí, ¿lama sabactani?) han provocado diversas interrogantes como aquella que discute el tema del abandono o desamparo. ¿Realmente Jesús quedó desamparado por Dios en la cruz? Junto a ésta hay otras observaciones más.
La soledad de Jesús es importante destacarlo. Ciertamente la soledad física tiene implicancias emocionales. Pero queda claro que “durante sus horas finales sobre la tierra el Señor Jesucristo fue quedándose, gradualmente, cada vez más solo. Fue al aposento alto con sus doce apóstoles. Judas salió y quedaron con él solamente once. Llevó a esos once al huerto de Getsemaní. Tres de ellos entraron al jardín con él, y ¡se quedaron dormidos! Luego Pedro y Juan le siguieron hasta el patio del palacio, en donde Pedro le negó. Entonces todos le abandonaron y huyeron. ¡Fue dejado solo!” (Wiersbe 1987:45-46).
Habría que añadirse la lucha interna, muy humana, que tuvo Jesús para aceptar su destino de cruz. Parte del misterio de Dios y de la cruz pasa por el tema del sufrimiento. La cuarta palabra, por eso, guarda relación con su clamor en el Getsemaní: “no sea como yo quiero, sino como tú” (26:39). “Podemos relacionar la cuarta palabra de la cruz con el momento en el que Jesús acepta definitivamente su propia pasión, para no traicionar a la humanidad entera que ama, siguiendo la voluntad de Dios. En la noche en Getsemaní encontramos en Jesús el sufrimiento dramático por la hora que lo espera. (…) Todos lo han traicionado y abandonado.” (Paglia 2013:48).
Jesús en lengua aramea “clamó a gran voz” (v. 46), es decir fue como un grito de “desesperación y urgencia” (Brown 2006:1238). Elí, Elí, ¿lama sabactani? fueron las palabras exactas que profirió. Por su parte, Mateo narra con detalle cómo continuó la burla contra Jesús (“A Elías llama éste”) a lo que se le añadió el ofrecimiento de vinagre (vv. 47-48). Mucho se ha especulado acerca de por qué esas personas se confundieron e interpretaron que Jesús llamaba a Elías y no a Dios. La verdad es que no hubo confusión alguna, lo que abundó más bien fue sorna, escarnio.
Observe que “los que estaban allí” (v. 47) es una referencia a la multitud que poco antes ha injuriado a Jesús diciendo que se salve a sí mismo y que baje de la cruz (v. 40). Esas personas conocen perfectamente el idioma, es más, lo usaban cada día, por tanto no hay lugar para pensar que hubo confusión. El relato añade que otros, de la misma multitud, siguieron burlándose: “Deja, veamos si viene Elías a librarle” (v. 49). Estas personas no sólo demuestran falta de misericordia ante un moribundo, sino que “deforman la oración de Jesús, a fin de burlarse de él; tanto más si él oraba en arameo, con acento galileo. Ellos ven en ese grito la confesión del fracaso del Mesías. (…) La reacción de los presentes es una manifestación más del odio, significado por el vinagre (Sal 69,21).” (Mora 2009:40).
Una vez aclarada “la confusión lingüística” queda aún la pregunta “¿Por qué me has desamparado?” Hay dos puntos por considerar: la cita que hace el Señor del Salmo 22 y la pregunta en sí misma. “En su deseo de expresar su agonía y su sentimiento de abandono, Jesús citó un salmo de lamento. Igual que el salmista antes que Él, Jesús se sintió completamente solo. Dios le había dejado sin consuelo. Jesús estaba completamente decidido a obedecer la voluntad de Dios y a sufrir la muerte en la cruz, no obstante no pudo dejar de expresar su agonía.” (Stein 2006:296).
Según algunos Jesús al citar el Salmo “no estaría hablando en nombre propio, sino en nombre de la humanidad pecadora: en su persona, los pecadores son abandonados por Dios” (Sobrino 1991:398). Pero esta interpretación, aun sin pretenderlo, le quita humanidad a Jesús. Se debe aceptar lo que dice el Evangelio: Jesús nació, vivió y murió con una plena humanidad como cualquier persona. Fue humano cien por ciento. De ahí el dolor, el sufrimiento, su pasión y muerte. La pregunta de Jesús en la cruz revela toda su humanidad, su encarnación y su fidelidad a Dios Padre puesta a prueba.
Se debe aclarar que “Jesús no está poniendo en cuestión la existencia de Dios ni el poder de Dios (…) lo que cuestiona es el silencio de aquel al que invoca como “Dios mío”. (…) Esa forma de dirigirse a la divinidad es en sí significativa, porque antes nunca ha rogado a Dios como “Dios”. (…) Sintiéndose abandonado como si no fuera oído, ya no se toma la libertad de dirigirse al Todopoderoso como “Padre”, sino que lo llama “Dios mío”, un tratamiento que podría haber utilizado cualquier ser humano.” (Brown 2006:1240).
“Más Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu” (v. 50)
Esta expresión significa sucintamente “Jesús dio nuevamente un fuerte grito y murió” (PDT). Si imaginamos la escena sabremos lo perturbador que debe haber sido escuchar el grito de Jesús justo antes de morir. “Su muerte no fue una «bella muerte». Los sinópticos hablan unánimes de su «temblor y temor» (Mc 14, 34 par.) y de una tristeza mortal del alma. Murió «con un gran grito y lágrimas» (Heb 5, 7). Según Mc 15, 37 murió dando un grito fuerte, inarticulado. (…) Jesús murió, indudablemente, con todos los síntomas de un profundo espanto.” (Moltmann 1975:208).
La muerte de Cristo trajo una serie de acontecimientos sorprendentes: “el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló y las rocas se partieron” (v. 51). Por si fuera poco, los sepulcros se abrieron y resucitaron muchos “santos”, es decir creyentes (v. 52). Los guardias incluso llegaron a reconocer, ante tales hechos, que Jesús era verdaderamente el Hijo de Dios (v. 54). Es notorio en todo esto que el culto judío, representado por los principales sacerdotes y el Sanedrín, fue lo primero en ser afectado.
“La ruptura del velo anuncia que el templo ha perdido su carácter sagrado. (…) La presencia del velo hacía del culto celebrado en el templo un privilegio exclusivo del pueblo judío. Con la muerte de Jesús, esta separación entre judíos y paganos, e incluso entre sagrado y profano, ha quedado abolida. El lugar sagrado del judaísmo, la morada exclusiva de Dios sobre la tierra, ya no es más el lugar por excelencia del encuentro con Dios. La muerte de Jesús abrió el acceso a Dios, antes oculto detrás del velo.” (Levoratti 2007:394).
Por otro lado, hay una referencia a las mujeres a las que se las identifica por sus nombres: María Magdalena, María la madre de Jacobo y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo (vv. 55-56). Todas ellas eran seguidoras (ekoloúthesan) de Jesús desde Galilea, es decir desde que el Señor comenzó su ministerio; además le servían (diakonoúsai). Eran discípulas fieles que incluso permanecieron -dos de ellas- frente al sepulcro (v. 61). Éstas, pocos días después, se encontrarán con Jesús resucitado (28:1, 9).
Jesús es sepultado (vv. 57-61): El personaje que resalta aquí es José, un rico (ánthropos ploúsios) de Arimatea, que había sido un discípulo de Jesús (ematheteúthe, v. 57). José pidió a Pilato que le entregue el cuerpo de Jesús, cosa que sucedió (v. 58). Luego él se encargaría de todo lo que correspondía al sepelio (v. 59). La descripción del sepulcro (v. 60) indica que era una tumba propia de las personas sumamente ricas. Dato irónico: Jesús nació en un lugar donde ni las mujeres más pobres daban a luz -un establo- y fue enterrado en un sepulcro destinado sólo a la gente más acaudalada de la sociedad.
Pilato y la guardia (vv. 62-66): Nuevamente aparecen los principales sacerdotes y los fariseos (v. 62) actuando de forma astuta y ejerciendo cierta presión a Pilato. Le piden al gobernador una guardia que vigile la tumba de Jesús (v. 64) por si los discípulos roban el cuerpo para luego decir que Jesús resucitó. Pilato les concederá la guardia (v. 65). Pilato, en sus dos últimas apariciones en el evangelio de Mateo, aparece complaciendo tanto a un discípulo de Jesús como a los que pidieron su muerte. Quería quedar bien con todos.
IDEA CENTRAL DEL TEXTO
Jesús el Mesías fue muerto mediante crucifixión, acusado políticamente de ser “el Rey de los judíos”. Su cruel muerte fue antecedida de numerosos escarnios, pero seguida, a la vez, de sorprendentes señales. Y aunque su sepultura fue sellada y custodiada, ello no detendría el plan de Dios.
LECCIONES QUE APRENDEMOS
Acerca de Jesús:
Aprendemos que “Jesús es Dios y hombre, y en el madero de la Cruz revelaba su humanidad. Era el Hombre de dolores.” (Trujillo 1995:27). El apóstol Pablo, por eso, dijo que la palabra de la cruz era tanto una locura como poder de Dios (1 Cor 1:18, 23).
Lecciones para todos:
Cuando predicamos acerca de Jesús crucificado debemos recordar el impacto que tuvo este hecho entre los primeros oyentes o lectores del evangelio. Ellos lo entendieron con toda su crudeza. Por lo mismo, debemos cuidarnos de cantar himnos que suavizan la muerte de cruz, además de ser muy crédulos a lo que muestran las películas (que generalmente distorsionan casi todo).
Fuentes usadas:
Brown, Raymond. (2006). La muerte del Mesías. Desde Getsemaní hasta el sepulcro. Tomo II. Navarra: Verbo Divino.
De Haan II, Martin. (2004). La pasión de Cristo. Grand Rapids, MI: RBC Ministries.
García, Pablo. (2005). Las siete palabras de Jesús en la cruz. Salamanca: Sígueme.
Levoratti, Armando. (2007). Evangelio según san Mateo, A. Levoratti, edit., Comentario Bíblico Latinoamericano. Nuevo Testamento. Navarra: Verbo Divino, 2ª edición revisada.
Moltmann, Jürgen. (1975). El Dios crucificado. La cruz de Cristo como base y crítica de toda teología cristiana. Salamanca: Sígueme.
Mora, César. (2009). Las siete palabras de Jesús en la cruz. México D.F.: Paulinas.
Paglia, Vincenzo. (2013). Las siete palabras de Jesús en la cruz. México D.F.: Buena Prensa.
Sheen, Fulton. (1996). The Seven Last Words. New York: The Society of St. Paul.
Sobrino, Jon. (1991). Jesucristo liberador. Lectura histórico teológica de Jesús de Nazaret. San Salvador: UCA Editores.
Stein, Robert. (2006). Jesús, el Mesías: Un estudio de la vida de Cristo. Barcelona: CLIE.
Trujillo, Augusto. (1995). El sermón de las siete palabras. Bogotá: San Pablo.
Wiersbe, Warren. (1987). Las siete palabras. Quito: La Biblia dice.