TEXTO BÍBLICO (Mateo 26:57-68)
“Los que prendieron a Jesús le llevaron al sumo sacerdote Caifás, adonde estaban reunidos los escribas y los ancianos. Mas Pedro le seguía de lejos hasta el patio del sumo sacerdote; y entrando, se sentó con los alguaciles, para ver el fin. Y los principales sacerdotes y los ancianos y todo el concilio, buscaban falso testimonio contra Jesús, para entregarle a la muerte, y no lo hallaron, aunque muchos testigos falsos se presentaban. Pero al fin vinieron dos testigos falsos, que dijeron: Este dijo: Puedo derribar el templo de Dios, y en tres días reedificarlo. Y levantándose el sumo sacerdote, le dijo: ¿No respondes nada? ¿Qué testifican éstos contra ti? Mas Jesús callaba. Entonces el sumo sacerdote le dijo: Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo de Dios. Jesús le dijo: Tú lo has dicho; y además os digo, que desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo. Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo: ¡Ha blasfemado! ¿Qué más necesidad tenemos de testigos? He aquí, ahora mismo habéis oído su blasfemia. ¿Qué os parece? Y respondiendo ellos, dijeron: ¡Es reo de muerte! Entonces le escupieron en el rostro, y le dieron de puñetazos, y otros le abofeteaban, diciendo: Profetízanos, Cristo, quién es el que te golpeó.” (RV 1960).
CONTEXTOS LITERARIO Y SOCIAL
Después de celebrar la cena pascual, el Señor Jesucristo anunció que el pastor sería herido y las ovejas del rebaño dispersadas (v. 31), además que Pedro lo negaría tres veces. Todo eso se verá en la narración de Mateo. Cuando Jesús está orando en Getsemaní (vv. 36-46) anuncia a sus discípulos que ya llegó la hora (hé hóra, tiempo cronológico, v. 45), es decir llegó el momento en que el Hijo del Hombre es entregado por Judas a los enemigos del Reino de Dios.
Judas llega acompañado de gente armada y con el respaldo del poder religioso (v. 57). ¿La contraseña para prender a Jesús? Un saludo conforme a la costumbre: dar un beso al que llama “maestro” (rabí, v. 49). Ante el indudable arresto de Jesús un discípulo sacó una espada e hirió a uno de los atacantes (v. 51), pero el Señor no aprueba esa acción de defensa (vv. 52-53) sino que sus palabras las enmarca en el cumplimiento de la Escritura (vv. 54, 56). Al verse perdidos los discípulos huyen, dejando así a Jesús solo y en manos de sus captores. Pero Pedro le seguirá de lejos para ver qué era lo que estaba sucediendo (v. 58).
PALABRAS Y EXPRESIONES A RESALTAR
“a Jesús le llevaron al sumo sacerdote Caifás” (v. 57)
Una vez prendido Jesús fue llevado ante las más altas autoridades religiosas, los cuales habían preparado una acusación fraudulenta para tener de qué acusarle (vv. 59-61) y, posteriormente, llevarlo ante la autoridad política -el gobernador Pilato- esperando que éste lo lleve a la muerte. ¿Por qué este elaborado plan? La razón estriba en que el poder religioso no podía legalmente matar a Jesús, pues ello traería consecuencias muy serias para Israel.
Sin duda, querían matar a Jesús (v. 4), y hasta “encontraron” en la declaración de Jesús (v. 64) “la prueba contundente” para decir que era “reo de muerte” (v. 66), pero como ya se indicó la clase religiosa tenía las manos atadas, no podían hacerlo. La evidencia es que pudiendo matar a Jesús en el Getsemaní no lo hicieron. Tenían que transitar necesariamente de la acusación religiosa -la supuesta blasfemia- al juicio político que, tampoco, garantizaba la muerte de Jesús. De ahí que las acusaciones posteriores contra Jesús intenten mostrar que era mucho más peligroso que Barrabás.
“En tiempos de Jesús, el Sanedrín estaba integrado por 71 miembros y se componía de tres clases: los ancianos (pertenecientes a la aristocracia laica), los sumos sacerdotes (cf. 2,4) y los escribas (en su gran mayoría de extracción farisea). Al sumo sacerdote en ejercicio le correspondía la presidencia. (…) El proceso tiene lugar en el palacio del sumo sacerdote Caifás (el mismo sitio donde el Sanedrín había decidido arrestar a Jesús y hacerlo morir; cf. 26,3-5).” (Levoratti 2007:389-390).
“nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo de Dios” (v. 63)
El escenario del juicio religioso a Jesús se lleva a cabo en el palacio sacerdotal, el lugar ya elegido para encontrar alguna acusación con la que luego irían donde el gobernador. Lo cierto es que no hallaron nada contra Jesús (v. 60), pero de algo se valieron: algunos falsos testigos tergiversaron las palabras del Señor que Juan cita en su evangelio: “Destruid este templo, y en tres días lo levanto” (Jn 2:19). El Señor nunca dijo que él destruiría nada, por el contrario, dijo que lo levantaría, pero sus calumniadores aseveraron que él derribaría el templo.
Esta acusación falsa es necesario entenderla bien, pues ahora ya no se trata de una blasfemia -acusación religiosa- sino de una acusación política. Destruir el templo, o asegurar que lo haría, equivalía a un acto terrorista contra Roma. Es decir, Jesús resultaba tan peligroso como los revolucionarios zelotes con la pretensión, además, que se hacía pasar por el Mesías (v. 63). Y aunque Jesús nunca aseveró que él destruiría el templo, esta mentira se divulgó entre sus acusadores como entre la población hasta el final (Cf. 27:39-40).
Frente a la acusación política, disfrazada de acusación religiosa, sólo hubo como respuesta el silencio de Jesús (v. 62). ¿Qué sentido tenía que Jesús aclare lo que realmente dijo respecto al templo? Ya estaba condenado de antemano. Ante él tenía una multitud armada con espadas y palos (v. 47), testigos falsos (v. 60) y un juzgado religioso (v. 59) que iba a encontrar cualquier pretexto para condenarlo. Entonces ante la exigencia del sumo sacerdote a que le responda de manera directa si él era el Mesías esperado, es decir el Hijo de Dios, Jesús no se guardó nada.
Jesús aceptó que él era el Cristo, es decir el Mesías o Hijo de Dios. Más aún, que él era el victorioso Hijo del Hombre quien en su Parusía (segunda venida) estaría “sentado a la diestra del poder de Dios” (Cf. 24:30), tal como lo había profetizado Daniel (Dan 7:13). “Jesús declara que no es tan solo un libertador mesiánico humano; es el divino Hijo del hombre anunciado en Daniel 7:13-14 y el objeto de la referencia del salmista a la figura divina que está sentada a la diestra de Dios (Sal 110:1-2) citado anteriormente en sus debates con los fariseos.” (Wilkins 2016:673).
Si alguna incertidumbre tenía la clase religiosa respecto a Jesús, ahora ya no quedaba duda alguna. Lo que continuó fue un show del sumo sacerdote: se rasgó las vestiduras como señal de su indignación y acusó a Jesús de “blasfemia”. La blasfemia es una ofensa fuerte o un gran insulto contra Dios (Lev 24:16), pero ¿en qué momento Jesús insultó u ofendió a Dios? ¿Qué palabra de Jesús pudo ser tomada como blasfemia? ¡Todo lo que dijo era verdad! Mirando objetivamente el proceso contra Jesús, él en realidad ya estaba condenado y sus palabras fueron utilizadas para tan sólo confirmar la decisión ya tomada previamente por el sumo sacerdote y sus secuaces.
“¡Es reo de muerte!” (v. 66)
Ninguno de los acusadores de Jesús podía demostrar que había blasfemado, por tanto nadie podía ética y legalmente condenarlo a muerte. Con todo, lo que prosiguió muestra el abuso y la maldad de aquellos que decían actuar conforme a la ley de Dios. En la golpiza que le dieron a Jesús (vv. 67-68), en medio de las burlas, participaron no sólo los miembros del Sanedrín sino la guardia que capturó a Jesús en el Getsemaní (Luc 22:63).
Todo este ritual de muerte fue previo a la reunión de la mañana siguiente, en realidad una formalidad, nada más. El Concilio o Sanedrín debía ahora elaborar un documento legal contra Jesús “para entregarle a muerte” (27:1). Claro, ellos sabían que “desde el punto de vista de la ley romana (…) la blasfemia no es un crimen que merezca la muerte. Por tanto, tendrán que manipular los cargos y centrarse en Jesús como impostor mesiánico corriente, peligroso para Roma como insurgente que está reuniendo en torno a sí a hombres a los que conducirá a la sublevación contra el gobierno militar.” (Wilkins 2016:673).
El relato termina con la vergonzosa negación de Pedro a Jesús (vv. 69-75). El Señor había anunciado que Pedro le negaría tres veces esa misma noche, antes que el gallo cante (v. 34). La primera negación fue a una criada (v. 69), la segunda fue a otra criada (v. 71) y la tercera fue a los que estaban por allí (v. 73). Las negaciones fueron de menos a más y evidencian la impotencia como el temor de saberse descubierto. Pedro afirmó “no sé lo que dices” (v. 70), “no conozco al hombre” (v. 72) y, después de maldecir y jurar (v. 74), repitió lo que dijo en el v. 72.
Se observa, además, que la identificación de Pedro como discípulo se debe a que lo reconocieron como uno de los que estaban “con Jesús el galileo” (v. 69), quien era “Jesús el nazareno”, es decir de Nazaret (v. 71). ¡Hasta le descubrieron por el acento galileo! (“tu manera de hablar te descubre”, v. 73). Cuando Pedro se vio descubierto, se acordó de lo que había dicho Jesús unas pocas horas antes. De seguro también recordó que había jurado diciendo que estaría con él hasta la muerte (v. 35). Pedro salió de allí y lloró amargamente. “El amargo llanto es el reconocimiento de que no es nada, porque ha tirado por la borda todo lo que le ha dado una nueva identidad como discípulo de Jesús. Sin embargo, el llanto es también, quizás, la primera señal de su arrepentimiento.” (Wilkins 2016:675).
IDEA CENTRAL DEL TEXTO
Jesús llega al momento más triste y doloroso, como es la muerte que debe sufrir a manos de los pecadores (vv. 38, 45). Su arresto y juicio religioso, en base a mentiras, resalta su ministerio redentor en tanto Mesías (Hijo de Dios). La clase religiosa evidencia su odio a la verdad del Salvador. Lo condenan a la muerte esperando que el gobernador ratifique la sentencia (27:2).
LECCIONES QUE APRENDEMOS
Acerca de Jesús:
Frente a su arresto y acusaciones que recibió, Jesús actuó buscando que prevalezca la voluntad de Dios (v. 39) y en conformidad a lo ya profetizado en la Escritura (vv. 54, 56). Sus palabras siempre fueron veraces con las que afirmó su mesianismo (v. 64). Nada de eso, sin embargo, pudo evitar el abuso (vv. 67-68) ni la muerte. Ese era su destino, aunque no su final.
Lecciones para todos:
Pedro nos deja una gran lección a los cristianos de todos los tiempos: hay que saber utilizar las palabras de forma correcta sin dejarnos llevar por las emociones, el afán de figurar o, sencillamente, por lo fácil que es hacer promesas o juramentos (sin medir las consecuencias de ello).
Fuentes usadas:
Levoratti, Armando. (2007). Evangelio según san Mateo, A. Levoratti, edit., Comentario Bíblico Latinoamericano. Nuevo Testamento. Navarra: Verbo Divino, 2ª edición revisada.
Wilkins, Michael. (2016). Mateo: Comentario bíblico con aplicación NVI. Nashville, TE: Vida.
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