Recuerda: ¿Qué inocente se ha perdido? ¿dónde has visto al justo exterminado? Soy testigo: quienes cultivan maldad y siembran desgracia, las cosechan (Job 4:7-8). Dios paga al hombre según sus obras, trata a cada cual según su conducta (Job 34:11) Los amigos de Job.
Planteamiento del tema
En el presente ensayo abordamos el neopentecostalismo en tanto matriz de una nueva teología de la ley (la teología de la prosperidad) que no es sino una teología de la anti-gracia. Sin embargo, la teología de la prosperidad tiene antecedentes históricos. Aparece ya en el Antiguo Testamento como “doctrina de la retribución” y se articula en el contexto del post-exilio, tal vez en relación a la diáspora y/o los intereses de los proyectos monárquicos. El libro de Job sería una fuerte protesta, a partir del sufrimiento del inocente, de dicha doctrina que aparece en boca de los sabios de la época. Por otro lado, a lo largo del ensayo se subraya que la gracia de Dios es Dios mismo actuando a favor de los pobres, liberándolos y dándoles esperanza de una vida plena, aquí y ahora, como parte del shalom o bienestar humano que él quiere para su creación. Se enfatiza también la necesidad de articular un lenguaje teológico de gracia a favor de la vida humana.
Invitados a participar de la gracia de Dios
No es fácil escribir sobre la gracia de Dios. Leemos de ella en las Escrituras, pero también la sentimos, la experimentamos, y la compartimos con otros. Pero ¿cómo podemos definirla? Si nos fijamos en las voces hebreas básicamente son dos los términos que transmiten el concepto de gracia: HeN (del verbo HaNaN) que significa mostrar misericordia, ser generoso, y HeSeD que tiene el sentido de caridad y benignidad.[1] Pero bien miradas las cosas tenemos que decir que no es suficiente observar dichas voces. El concepto veterotestamentario de gracia, siguiendo a F. Kevan, no se obtiene con un mero análisis lingüístico, pues la gracia se revela a través de la acción de Dios.[2] En esta misma línea de pensamiento Gilbert Bilezikian ha observado que “la gracia debe entenderse en términos de una expresión dinámica de la personalidad divina, más que como un atributo estático de la naturaleza de Dios”.[3] Ese es el punto.
Pero si es así, entonces la gracia de Dios es Dios mismo actuando. El asunto es ¿de qué manera? ¿a favor de quiénes? Christopher Shaw lo ha expresado en estos términos “(la gracia) es sin duda una clara expresión del corazón de nuestro Dios, quien tiene una especial compasión por los desvalidos, los desamparados, los desanimados, los pobres y los perdidos”.[4] Y esta expresión de la gracia la vemos desde las primeras páginas de la Biblia. Allí se cuenta la acción graciosa de Dios: creando, salvando, prometiendo, liberando, dando nuevas oportunidades de redención. Y lo maravilloso de este testimonio –que dan cuenta tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento- es que la promesa de vida y gracia sigue abierta hasta nosotros.
Sin embargo, la gracia de Dios no es tan sólo para contemplarla y decir ¡qué bueno es el Señor! Es una invitación a que participemos de ella, siguiendo el ejemplo de nuestro Señor Jesucristo. Es por ello que hacemos nuestra la opinión de Stephen Mott cuando sostiene que “el pensamiento central es que la gracia de Dios hacia nosotros tiene que hallar su expresión en nuestra acción hacia el pobre”.[5]
Teología de la prosperidad: teología de la ley
América Latina es hoy testigo de la aparición de nuevas expresiones religiosas así como de nuevos discursos teológicos. Entre éstas se encuentra el llamado neopentecostalismo. Se trata de una religiosidad que hereda parte del pensamiento difuso del pentecostalismo clásico y de la teología fundamentalista norteamericana, y que se adapta al nuevo contexto signado por la globalización del mercado y de un tipo de cultura. Aparece cercano al discurso del fin de la historia y se fortalece con la actual hegemonía político-militar de los Estados Unidos.
Y aunque el neopentecostalismo tiene un énfasis en lo que llaman la Tercera Ola del Espíritu Santo y el proselitismo (utilizando ciertas técnicas de iglecrecimiento), conviene precisar que teológicamente se diferencia del pentecostalismo clásico en lo siguiente: (1) su pneumatología es instrumental en tanto ayuda a obtener riquezas; (2) su escatología es optimista respecto a la historia presente, creen que se puede lograr algo parecido al cielo en la tierra; y (3) su fuente de autoridad final no es la Escritura. La palabra rhema, las revelaciones de los espíritus demoníacos, las experiencias mágicas, los sueños, las visiones de sus “ungidos” y “apóstoles” tienen en la práctica más autoridad que la Biblia.
Como todo sistema religioso no sólo tiene una particular cosmovisión sino que ha creado una nueva fraseología que hoy invade a las comunidades evangélicas: ministrar, unción, ministerio quíntuple, risa santa, guianza del Espíritu, demonización, ataduras espirituales, oración de guerra, derribar fortalezas, atacar las puertas del infierno, atar al hombre fuerte, expulsar espíritus territoriales, mapear, ungir ciudades, restaurar las alabanzas, confesar sanidad, reclamar prosperidad, hablar en positivo, pacto de bendición, ley de siembra y cosecha, leyes de prosperidad, etc.
Esta nueva religiosidad en verdad es un sistema compacto de ritos, creencias y doctrinas. Hoy se encuentra presente tanto en las grandes ciudades como en el campo. Pretende ser ecuménica: quiere habitar toda la tierra, pero no para servir a los pobres y buscar la vida plena, sino para hablar de la libertad financiera y prometer el disfrute terrenal. Sin embargo, al analizar sus formulaciones teológicas nos deja un sabor amargo. No hay gracia, sólo ley. Nos habla de prosperidad material, pero en términos del actual libre mercado y dirigido sólo a unas minorías privilegiadas. Esta ideología religiosa que exacerba la prosperidad material es conocida hoy como la “teología de la prosperidad.”
¿Qué plantea concretamente esta teología? Que existen leyes de prosperidad a practicar por los cristianos en tanto estos quieran evidenciar su calidad de “hijos del Rey”. En esta perspectiva Dios no sólo estaría dispuesto a bendecir espiritualmente a sus hijos, sino a hacerlos ricos, millonarios. Quienes no logren esta prosperidad será porque carecen de fe, porque no saben “sembrar” dinero a favor del pastor local o sencillamente porque no practican con fe las leyes de prosperidad. Estas leyes en la práctica, sin embargo, finalmente condenan a los pobres. Son leyes que no ofrecen la gracia de Dios sino su condena terrenal.
Nuestra hipótesis es que el neopentecostalismo al desarrollarse en el actual contexto de expansión de un tipo de cultura y economía, encuentra un soporte ideológico acorde a sus propuestas teológicas (teología de la prosperidad y guerra espiritual) y a su religiosidad. Es por ello que asume una ideología que exige el cumplimiento de leyes. Ideología que sostiene, entre otras cosas, que todos los países pueden llegar a ser prósperos o ricos. El novelista y fallido político Mario Vargas Llosa, en un libro que rinde homenaje a Karl Popper ilustra lo que decimos:
Creo que hoy día, por primera vez, los países pueden elegir ser libres o esclavos, y pueden elegir también ser prósperos o ser pobres (...). Hoy día, gracias a la internacionalización de la vida, a la internacionalización de los mercados, de las empresas, de las ideas, de las técnicas, todos los países, aun los más pequeños, aun aquellos que viven en geografías endemoniadas, que carecen totalmente de recursos, que son pequeños o atestados, pueden alcanzar la prosperidad si lo desean y si están dispuestos, por supuesto, a actuar en consecuencia, es decir, a pagar el precio que ello tiene.[6]
Claro, Vargas Llosa no habla por sí mismo solamente. El repite a cada rato lo mismo. Pero no es su discurso. Este ha sido prestado del capital internacional. En otro lugar ha dicho que “el sistema capitalista acerca al mundo a la utopía de la sociedad universal”.[7] Se trata, sin duda, de un discurso ideológico que se reviste de “utopía”. La utopía de un mundo feliz que casi no se diferencia del paraíso. Pero lograr el paraíso tiene un costo: hay que pagar el precio. “Paga el precio” es el lenguaje del mercado globalizado que no conoce de gracia sino de leyes déspotas de exclusión y muerte para las mayorías. Éstas se aplican a los países pobres sin misericordia alguna.
El capitalismo total y su economía de libre mercado se cree portador de gracia, pero en la práctica significa la muerte de millones de seres humanos. La gracia del mercado es la desgracia del mundo. Convierte a ésta en un infierno. Popper fustigaba al socialismo debido a que querían hacer de la tierra el paraíso, pero lo único que lograban –en su opinión- era el infierno. Sin embargo hoy el capitalismo total dice: “sí se puede lograr el paraíso aquí y ahora, porque lo hacemos nosotros”. ¿Cuál es el precio a pagar? Entre otras cosas hay que someterse a las leyes del mercado de forma ciega e irrestricta.
¿Qué tiene que ver todo esto con el neopentecostalismo y la teología de la prosperidad? En que el neopentecostalismo tiene el mismo discurso, pero teologizado. Todos los creyentes, de todo lugar y color, pueden alcanzar la prosperidad material si están dispuestos a pagar el precio. La teología de la prosperidad al hacer la ecuación “bendición de Dios igual a prosperidad material” lo único que demuestra es su lógica de teología de ley, que exige obras (pagar el precio). El lenguaje que utilizan es: “Si quieres ser próspero entonces siembra dinero”, “tienes que saber confesar prosperidad”, “derrota a los demonios de la ruina y la miseria”, “reclama al Señor tu herencia”, etc.
Pagar el precio: la teología de la anti-gracia
Aquí sostenemos que el neopentecostalismo no conoce la teología de la gracia sino que enseña y practica una teología de la ley (la teología de la prosperidad). Además, no evitan el uso de cierto lenguaje que delata su ideología y su utopía social. Uno de sus más destacados líderes, Benny Hinn, es quien mejor ha puesto de manifiesto una teología de la anti-gracia a partir de la exigencia de “pagar el precio”. ¿Quién es Benny Hinn? Es un conocido pastor “ungido” a quien se le conoce por sus campañas de milagros -al estilo de su inspiradora Kathryn Kuhlman-, además de los best-seller BUENOS DÍAS ESPÍRITU SANTO y LA UNCIÓN. ¿Qué apariencia se esfuerza por mostrar este predicador?
Benny Hinn se parece a los anuncios de Ralph Lauren, un verdadero caballero que sabe vivir la vida. (...) acaba de cambiar su Mercedes por un Jaguar y hace poco se ha mudado de la región exclusiva de Heathrow a la región de Alaqua más exclusiva todavía donde vive en una casa de 685,000 dólares. Sus trajes son hechos a medida, sus zapatos son de cuero italiano y sus muñecas y dedos brillan de oro y diamantes (...) y eso él lo considera un estilo de vida moderado, como si todos pudieran vivir así. Lleva su Rolex de diamante, anillos de diamante, pulseras de oro y todos deben verlo. [Hinn ha dicho:] “En el cielo no necesito el oro. Lo necesito ahora”.[8]
Que Benny Hinn vive en prosperidad no se duda. El no necesita insistir en que los creyentes deben buscar la riqueza material, de eso se encargan sus colegas (John Osteen, Gloria Copeland, Kenneth Hagin, Ronny Chaves, Rodolfo Font, etc.). El se ha propuesto avanzar en otros temas relacionados a la teología de la prosperidad. Pero para ello necesita proclamar la ley y no la gracia de Dios. Justamente es en LA UNCIÓN donde más desarrolla su teología de la anti-gracia. Si en BUENOS DÍAS ESPÍRITU SANTO había enfatizado la deidad del Espíritu Santo (argumentado a partir de sus experiencias), es en LA UNCIÓN donde va insistir en la necesidad de que los cristianos busquen el “poder de Dios” (la unción). Dejemos hablar a Hinn:
La unción no es el bautismo del Espíritu Santo, aunque es igual de importante. La unción es el poder, el poder para servir a Dios”. (...) “Es el poder que creó los cielos y la tierra. Es el poder que creó al hombre. Es el poder que levantó a Cristo de los muertos. (...) La unción es obligatoria si has sido llamado a servir al Señor. Sin ella no habrá crecimiento, ni bendición, ni victoria en tu ministerio.[9]
No vamos a discutir acerca de lo que enseña Hinn. Basta señalar que crea su propio concepto a espaldas del Nuevo Testamento (Cf. 1 Jn 2:20,27). Pero ¿por qué necesita Hinn esta “unción”? Nos parece que para justificar su estilo de vida además de apuntalar la religiosidad neopentecostal. Todo lo que es y tiene Hinn se lo debe a la “unción”. Esta, en teoría, no es para los super-creyentes sino para todos los que aman a Dios y quieren servirle (como él, por supuesto). Por eso es que en LA UNCIÓN Hinn se esfuerza por demostrar que esta unción es para los fieles comunes y corrientes. Este poder de Dios, sin embargo, no se otorga sino a aquellos que están dispuestos a pagar el precio. Y si pagan el precio, entonces se hacen merecedores de la confianza en Dios y su bendición material. Ya estamos dentro de la teología de la ley.
Un tema recurrente en LA UNCIÓN es justamente que los cristianos deben “pagar el precio”. Incluso el último capítulo del libro se titula “¿Estás dispuesto a pagar el precio?”. Con ese tema comienza y termina su disertación:
Un día oré: Señor, haz que Tú unción esté sobre mí como lo está sobre él. El Señor me respondió: ‘Paga el precio, y yo te la daré’. (...) Dios debe confiar en ti. El anhela y quiere que experimentemos Su presencia y Su unción. Cuando nos vaciamos de nuestro yo, veremos Su presencia. Sólo entonces podremos experimentar su poder, la unción del Espíritu Santo. Pero el factor confianza es muy importante. Debemos ser fieles a Dios con lo que El tan ricamente nos provee. (...) Poco después de aquel maravilloso encuentro con el Espíritu Santo, volví a otra reunión de Kathryn Kuhlman en la cual trató del precio que tuvo que pagar por la unción en su ministerio, y el secreto del poder del Espíritu Santo. (...) Una vez que comprendí las enseñanzas del Espíritu Santo que Kathryn Kuhlman había estado dando tomé la decisión de pagar el precio. Yo supe al fin que tenía la respuesta de lo que ella hablaba cuando decía: ‘Si encuentras el poder, encontrarás el tesoro del cielo. La decisión de pagar el precio y de orar es algo que cada cristiano debe tomar por sí mismo; nadie puede decidirlo por él’. (...) Comienza a buscar a Dios. Paga el precio. Vira tu vida nuevamente al derecho, y El te ungirá desde la cabeza hasta la punta de los pies. (...) La unción tiene un precio, como escribí en el Capítulo 1, y es muy real. Obtendrías muy poco, o lo peor, si actuaras neciamente o sin sinceridad. El precio es una muerte total al yo.[10]
En este testimonio Dios habla, pero usando el lenguaje del neoliberalismo económico: paga el precio. Sus siervos como Kuhlman, Hinn y otros, por eso, no pueden hablar sino el mismo lenguaje. La salvación es por fe, eso no se duda, pero las bendiciones espirituales y materiales exigen obras de ley (pagar el precio). Pagar el precio, en los textos citados, se relaciona con la oración y la muerte total del yo. ¿Quién puede dar muerte total al “yo” (el ego “carnal”)? Benny Hinn, por supuesto. “Ya no hay rebelión en mí”, dirá al final de libro .[11] Esa es la razón por la cual da el siguiente testimonio: “Por fin entendí que la unción dependía de mis palabras. Dios no se mueve a menos que yo lo diga. ¿Por qué? Porque El nos ha hecho colaboradores suyos. Él lo estableció así”.[12]
Realmente es asombroso el poder de “la unción”. Hace que hasta Dios obedezca a quienes él mismo ungió (Benny Hinn). Pero un Dios que se somete a la palabra y al capricho humano deja de ser Dios y se convierte en un ídolo. Al final nos quedamos sin el Dios de la Biblia y sin su gracia portadora de vida. Nos quedamos tan sólo con una caricatura de Dios hecha a la imagen y semejanza del neopentecostalismo, de los nuevos apóstoles, de la teología de la prosperidad y de Hinn.
El libro de Job y el lenguaje de la gracia
La teología, lo sabemos todos, es un lenguaje sobre Dios. Es una forma de hablar sobre el misterio de Dios. Por eso es que es muy importante ser cuidadosos en nuestro habla o discurso teológico. Creo que no nos equivocamos si decimos que el anhelo –y desafío a la vez- de toda teología es hablar de Dios de una forma correcta, sin traicionarle a El, a su revelación escrita, y al pueblo que anhela vivir una vida plena conforme a la gracia de Dios. Por lo mismo, el lenguaje teológico debe alimentar la esperanza y no imponer leyes que condenan a los pobres.
Esta es la razón por la cual nos llama la atención que exista hoy una teología de la anti-gracia que exige que los cristianos paguen el precio para obtener la bendición material de Dios. La teología de la prosperidad también habla de Dios, pero le traiciona no sólo a El, sino a su creación y los seres humanos. Al asumir el lenguaje del libre mercado esta teología vacía de contenido la gracia de Dios, a tal punto de transformarla en algo completamente distinto. El libre mercado dice que todo tiene precio. Los predicadores de la prosperidad también. En el libre mercado como en las agrupaciones neopentecostales no hay gracia excepto para los que pueden pagar el precio.
Aquí queremos recordar que en el Antiguo Testamento existe un libro que no podemos pasar por alto. Se trata del libro de Job. Y aunque no pretendemos hacer un estudio del libro, sí queremos orientar un tipo de lectura en relación a nuestro tema. Comenzaremos diciendo que al libro de Job se lo puede ubicar dentro de la literatura sapiencial cuya
fecha de composición parece que hay que colocarla en torno al 400 a.C., como se desprende del análisis del vocabulario y del conocimiento que tiene de Jeremías y Lamentaciones. Como lugar de origen se han propuesto Egipto, Edom o Arabia. Sin embargo, hay que preferir la ubicación de Palestina: es aquí donde mejor encajan todos los detalles y objetos mencionados en las intervenciones de Dios. El libro no se acomoda a un género literario definido. Tiene rasgos de las disputas de sabios, propias de la instrucción sapiencial, y de los esquemas legales con que los litigantes se presentan ante el tribunal.[13]
En el Israel del post-exilio existían diversos proyectos políticos, contradictorios entre ellos, con el propósito de restaurar la nación. También existían diversas expresiones teológicas que respondían a dichos proyectos. El templo se había convertido en el proyecto más importante para la nación. La justicia social exigida por Dios se había transformado en algo individual. El Dios que había actuado graciosamente en la historia de Israel, ahora se torna legalista: es necesario observar rígidamente la Ley. Los extranjeros son un obstáculo para la “pureza” y la santidad.
A la par de todas estas mutaciones reaparece con fuerza la doctrina de la retribución, que hereda en gran medida las propuestas de Proverbios, Deuteronomio y Levítico 26. Esta doctrina -o teología- de la retribución tal vez estaba ligada a la diáspora pero tenía gran arraigo en Palestina, sobre todo en los sectores dominantes. Mizzotti y Marchand explican que en ese contexto comenzó a tomar fuerza la teología de la retribución, “por la cual el justo será recompensado, siempre, con el bien, y el impío, que no cumple la ley, verá desmoronarse todos sus planes y encontrará la ruina”.[14]
¿Qué enseña, pues, esta teología? ¿cuál es su lógica? Que Dios es justo, y si es justo tiene que mostrar su justicia. ¿Cómo? Premiando a los buenos y castigando a los malos. La bendición (salud y riqueza) o la maldición terrenal (enfermedades y miseria) son la evidencia de la justicia de Dios. Dios retribuye a cada uno según sus obras. Ahora, no vayamos a pensar que esta teología no encontró resistencia en los sectores populares contestatarios a los proyectos monárquicos. Los libros de Rut y Job evidencian que habían sujetos políticos que reflexionaban teológicamente en contra de los intereses de los poderosos. Se trata, por supuesto, de literatura teológica de resistencia expresada en distintos géneros literarios.
Comúnmente se lee Job como un libro que aborda el tema del sufrimiento humano. En términos generales esto es cierto pero insuficiente. Se trata de entender, más bien, el sufrimiento de Job en el contexto de la teología de la retribución. El libro de Job es un cuestionamiento profundo de dicha teología. No apareció por casualidad en ese contexto. Literariamente el libro de Job está dividido como si se tratara de una obra teatral. Después de un prólogo que inicia la historia (1:1 – 2:13) aparecen ciclos de diálogos y discursos: la discusión de Job con Elifaz, Bildad y Zofar (3:1 – 31:40); el discurso de Eliú (32:1 – 37:24); y la voz de Dios (38:1 – 42:6). Finalmente hay un epílogo (42:7-17) que cierra el libro. Dios está presente en labios de todos los personajes del drama. Todos hablan de Dios y parecen tan piadosos. El asunto de fondo es qué imagen se tiene de Dios, cómo se habla de él, y cómo se interpreta su acción en la historia de los hombres.
El libro parece haber sido escrito por un sabio que parte de la experiencia de un hombre íntegro, sabio y próspero –Job- que de pronto se encuentra enfermo, en la ruina y abandonado por la esposa, después de haber perdido a sus hijos así como sus bienes materiales. Job es interpretado por sus amigos como justo merecedor de lo que le sucede. Pero este juicio brota de cierta tradición teológica acorde a los intereses dominantes. Se trata, sin duda, del lenguaje teológico de un grupo de “sabios” de la época con quienes debate el autor de Job. Pero es una teología que usa la mentira y el fraude para defender su teología, su idea de Dios (13:7). Es el mismo lenguaje de Satán (que había aparecido en el capítulo 1), según el autor de Job.
Para “el Satán” (con artículo en el texto hebreo) el virtuoso Job es un hombre que ha servido a Dios sólo porque le había retribuido en la vida terrenal con grandezas. Si no hubiera sido así –según Satán- nunca Job hubiera sido tan agradecido a Dios y misericordioso con sus semejantes. Gustavo Gutiérrez ha explicado esta parte de modo magistral. Citamos ampliamente:
Para el satán la actitud religiosa no se explica sin la expectativa de la recompensa, pronto sabremos que ésa es también la posición de los amigos de Job. Considerar justo a Job –aunque no hubiese otro en la tierra como él- sería un mentís a esa teoría; la inocencia de Job abriría la posibilidad histórica de otras inocencias, la injusticia de sus sufrimientos la de otras injusticias, su actitud desinteresada la de otros desprendimientos. En esto reside la potencial universalidad de Job; es clara en efecto la intención del poeta de hacer de Job un paradigma. El satán, el obstáculo, quiere cerrar el paso a esta eventualidad, ella significa el encuentro amoroso y gratuito de dos libertades: la divina y la humana; desde él adquiere pleno sentido el lazo, la religión, entre el ser humano y Dios como entrega desinteresada y no como conveniencia manipuladora del Señor. Consciente de esto el enemigo lanza su apuesta: ‘Tócalo y te maldecirá en la cara’. Desde el punto de partida se plantea pues la cuestión central del libro de Job: el sentido de la retribución y de la gratuidad en la fe en Dios, y el actuar consiguiente. Dios cree en la gratuidad de la rectitud de Job, por eso acepta el lance. El autor nos advierte de este modo que una religión utilitaria carece de profundidad y autenticidad; es más, ella tendría –primer asomo de la ironía que el autor maneja con tanta destreza- algo de satánica. En efecto, en el marco de la doctrina de la retribución, la expectativa del premio vicia el proceso y juega –demoníacamente- como un obstáculo en el camino hacia Dios. En una religión interesada no se da un verdadero encuentro con Dios, hay más bien construcción de un ídolo (...) El Señor no está preso del esquema ‘tú me das, yo te doy’. Nada, ninguna obra humana por valiosa que ella sea merece la gracia, si así fuese ésta dejaría de serlo. Ese es el corazón del mensaje de Job.[15]
Se equivocan Satán, los amigos de Job y la ideología de la retribución, cuando suponen que la enfermedad y la miseria es la justa retribución del pecado. El asunto no es si Job era pecador o no. Eso está fuera de toda discusión. El asunto es sí merece o no esos sufrimientos. Por eso es que afirmamos, junto a Marchand y Mizzottti,[16] que el libro de Job desenmascara a la doctrina de la retribución, a sus teólogos y su respectivo lenguaje ausente de la gracia de Dios. El Dios presente en la historia del pueblo de Dios se revela liberando a los pobres de la opresión, la enfermedad y la muerte, mostrando así su soberana gracia.
Aquí es importante recordar sucesos de la reciente historia peruana. El 25 de agosto del 2003 la Comisión de la Verdad y la Reconciliación evacuó su informe final respecto a la época de la guerra subversiva y la represión del Estado por medio de las fuerzas armadas (1980-2000). Entre las sorpresas que tuvimos fue el saber que los muertos de la “violencia política” no fueron 25,000 personas como se suponía sino casi 70,000, la mayor parte de ellos indígenas. En esa época Gustavo Gutiérrez preguntó ¿cómo hacer teología después de Ayacucho? (siguiendo a ¿cómo hablar de Dios después de Auschwitz). Pregunta que desafiaba a los cristianos a tomar posición a favor de la vida humana y a repensar el lenguaje teológico.
En esa misma línea nosotros podemos preguntarnos ¿Cuál es el lenguaje para hablar de Dios en ese contexto? ¿el lenguaje de la retribución? ¿el lenguaje de la ley? ¿o será necesario, más bien, articular bíblicamente el lenguaje de la gracia de Dios? “El derramamiento de sangre en el Perú se debe a que somos un país pagano”, “Nuestros ancestros nos han heredado maldiciones, hay que terminar con la idolatría”, “La gente del campo son idólatras, tienen lo que en realidad merecen”, “Estamos pagando los pecados de nuestros padres”, “Salados pues, qué se va a hacer”. Esto lo he escuchado muchas veces, no en la calle sino a los pastores ungidos como a sus fieles. No lo estoy inventando.
Ese es el lenguaje de la anti-gracia que se enseña en las agrupaciones neopentecostales y que “madura” sus propuestas con los temas de los espíritus territoriales y las maldiciones generacionales. Si existen enfermedades, sufrimiento, miseria y muerte injusta en el Perú y América Latina, es porque lo merecemos. Somos justos merecedores de lo que nos sucede. Así lo dice el neopentecostalismo y el libre mercado. Pero ya antes lo habían dicho -en nombre de su Dios- los amigos de Job.
Al final del libro habla nuevamente Job a Dios: “Sólo de oídas te conocía. Pero ahora te han visto mis ojos” (42:5). Job sólo había conocido la tradición, la doctrina de la retribución. Y por ratos hasta cayó en la trampa que le tendieron los amigos. Como observa Jorge Pixley: “Job había dicho que Dios lo perseguía inmisericordemente y sin razón. Había también afirmado que ante Dios la suerte del perfecto y del injusto era igual. Había afirmado que los injustos prosperaban sin que Dios hiciera caso”[17]. Pero luego Job rectificó su habla. De allí su arrepentimiento (42:6). Llegó a “conocer” a Dios, a “verlo”. Job por fin interpretó su experiencia a partir de los ojos y el corazón de Dios.
Luego Jehová habló a Elifaz temanita en estos términos: “Estoy enfadado contigo y con tus dos amigos, pues no habéis hablado bien de mí, como mi siervo Job” (42:7), o como dice la versión Reina-Valera “no habéis hablado de mi lo recto”. Éstos “habían tergiversado el carácter de Dios al hacer de la prosperidad una señal inequívoca del favor divino, y de la aflicción una indicación segura de la ira de Dios”.[18] Dios desaprueba la teología de los amigos de Job. Ese discurso estaba cimentado en la sangre de los inocentes y en la indolencia hacia el pobre. Discurso ciego que no conocía de amor, de misericordia, ni de ningún tipo de gracia. Por ello, quien habla de Dios y su presencia en la historia no puede sino optar por los pobres, por los que sufren injustamente como Job. Los cristianos tenemos que hablar de Dios pero de forma recta, como El quiere. ¡Qué desafío para los predicadores! ¡Qué desafío para la teología!
El lenguaje de la Biblia es el lenguaje de la gracia. Y la esencia de la gracia es que Dios libremente está a favor de los seres humanos, para salvarlos y llevarlos a una vida plena, que comienza aquí y ahora y se proyecta a la eternidad. Sin Dios este mundo es una desgracia. Dios es un Dios de gracia y El se ha propuesto que su creación y los que habitan en ella gocen de bienestar integral, acaso como anticipo y arras de una salvación plena. La gracia de Dios empodera a los pobres, levanta a los enfermos, dignifica al ser humano.
A modo de conclusión
Vivimos en una época en que los creyentes quieren respuestas rápidas para todo. Y con franqueza el neopentecostalismo les está diciendo lo que quieren escuchar, no lo que dice la Palabra de Dios (Job 13:4). “¿Quieres salir de la pobreza? Paga el precio”. “¿Quieres hacerte rico? Practica las leyes de la prosperidad”. Nos parece que las agrupaciones neopentecostales tienen una propuesta teológica que hay que mirarla con cuidado.
Más de una vez me han dicho “yo no le veo muchos problemas a la teología de la prosperidad”. Pero me lo han dicho quienes viven en prosperidad y creen –abierta o encubiertamente- en el libre mercado como dogma de fe. Es cierto que también me lo han dicho un montón de fieles que viven en la pobreza. Pero no conozco a ninguno de ellos que lea la Biblia con los ojos y el corazón de Dios, que es la gracia actuando a favor de los pobres. ¿Cómo estamos hablando de Dios? ¿cómo estamos articulando respuestas ante el sufrimiento de la gente? ¿desde qué lugar? ¿desde la ley o desde la gracia? Los pastores y los teólogos debemos articular una teología evangélica que anuncie y viva la gracia de Dios, aunque el mundo todavía esté plagado de desgracias. Ese es nuestro desafío de cara al presente y futuro de América Latina.
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PIE DE PÁGINA
[1] Johannes Sandved. EL DIOS DE LOS HOLOCAUSTOS. Arequipa, Perú: Siembra, 2001, pp. 130-136.
[2] Francisco Lacueva. DOCTRINAS DE LA GRACIA. Barcelona: CLIE, 1980, p. 38.
[3] “Grace” in: Walter Elwell, edit., BAKER ENCYCLOPEDIA OF THE BIBLE, VOL. 1. Michigan: Baker Book House, 1988, p. 898.
[4] “Celebrando la gracia de Dios”, en: APUNTES PASTORALES VOL. XX, 3, 2003, p. 8.
[5] ÉTICA BÍBLICA Y CAMBIO SOCIAL. Buenos Aires: Nueva Creación, 1995, p.31.
[6] “Mi deuda con Karl Popper”, en Pedro Schwartz, edit., ENCUENTRO CON KARL POPPER. Madrid: Alianza Editorial, 1993, pp. 227-228.
[7] Gustavo Guerra “Capitalismo acerca al mundo a utopía de la sociedad universal”, en: Diario LA REPÚBLICA, Lima, 26 de marzo de 1994.
[8] Wolfgang Bühne. EXPLOSIÓN CARISMÁTICA. Barcelona: CLIE, 1996, p. 185.
[9] LA UNCIÓN. Miami, FL: UNILIT, 1992, pp. 6, 75, 76, 81.
[10] Ibid., pp. 11, 32, 41, 49, 178.
[11] Op. Cit., p. 180.
[12] Op. Cit., p. 83.
EL EXILIO Y LA RECONSTRUCCIÓN. Lima: CEM,
1993, p. 142.
[15] HABLAR DE DIOS DESDE EL SUFRIMIENTO DEL INOCENTE: UNA REFLEXIÓN SOBRE EL LIBRO DE JOB. Lima: Centro de Estudios y Publicaciones – Instituto Bartolomé de las Casas, 1986, pp. 194-195. Las cursivas son del autor.
[16] DOMINACIÓN HELENÍSTICA Y RESISTENCIA DEL PUEBLO. Lima: CEM, 1993, p. 131.
[17] EL LIBRO DE JOB. San José: SEBILA, 1982, p. 215.
[18] Matthew Henry. COMENTARIO BÍBLICO DE MATTHEW HENRY (Traducido y adaptado al castellano por Francisco Lacueva). Barcelona: CLIE, 1999, p. 545.