TEXTO BÍBLICO (Mateo 15:1-20)
Respondiendo él, les dijo: ¿Por qué también vosotros quebrantáis el mandamiento de Dios por vuestra tradición? Porque Dios mandó diciendo: Honra a tu padre y a tu madre; y: El que maldiga al padre o a la madre, muera irremisiblemente. Pero vosotros decís: Cualquiera que diga a su padre o a su madre: Es mi ofrenda a Dios todo aquello con que pudiera ayudarte, ya no ha de honrar a su padre o a su madre. Así habéis invalidado el mandamiento de Dios por vuestra tradición. Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, cuando dijo: Este pueblo de labios me honra; Mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres.
Y llamando a sí a la multitud, les dijo: Oíd, y entended: No lo que entra en la boca contamina al hombre; más lo que sale de la boca, esto contamina al hombre.
Entonces acercándose sus discípulos, le dijeron: ¿Sabes que los fariseos se ofendieron cuando oyeron esta palabra? Pero respondiendo él, dijo: Toda planta que no plantó mi Padre celestial, será desarraigada. Dejadlos; son ciegos guías de ciegos; y si el ciego guiare al ciego, ambos caerán en el hoyo.
Respondiendo Pedro, le dijo: Explícanos esta parábola. Jesús dijo: ¿También vosotros sois aún sin entendimiento? ¿No entendéis que todo lo que entra en la boca va al vientre, y es echado en la letrina? Pero lo que sale de la boca, del corazón sale; y esto contamina al hombre. Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias. Estas cosas son las que contaminan al hombre; pero el comer con las manos sin lavar no contamina al hombre”. (RV 1960).
CONTEXTOS LITERARIO Y SOCIAL
El relato sucede en Genesaret (14:34), un pueblo situado en una llanura muy fértil llamada Gennesar, que limitaba al norte con Cafarnaun y al sur con Magdala. Jesús había hecho allí milagros (14:35-36), lo cual llamó la atención de escribas y fariseos quienes llegaron desde Jerusalén con ánimo inquisidor (15:1-2).
“Jesús se encuentra en el mismo territorio donde ha estado curando. «Fariseos y letrados de Jerusalén» [son la] comisión llegada del centro de la institución judía, con objeto de censurar la actitud y conducta de Jesús. Jerusalén daba las normas para toda la comunidad judía, tanto en Palestina como en la diáspora”. (Mateos & Camacho 1981:153).
El relato (15:1-20) está en continuidad con el texto anterior en el cual aparecen varios personajes y momentos, los cuales interactúan y dejan lecciones sobre dos temas sensibles en la población: las tradiciones de los ancianos y lo que realmente contamina -o ensucia- a las personas.
Los personajes de la historia son: escribas y fariseos (v. 1) a los que Jesús acusa de ser tradicionalistas (v. 3), además de llamarlos “hipócritas” (v. 7) y “ciegos guías de ciegos” (v. 14). También aparece una multitud, a quienes Jesús instruye (vv. 10-11), y que son los mismos que le buscaron por sanidad (14:35-36). Finalmente están los discípulos, que fueron mencionados al inicio (v. 2), y que ahora reciben una amplia instrucción de parte del Señor (vv. 12-20).
Se observa también que en el relato la crítica o acusación a Jesús ocupa tan sólo dos versículos (vv. 1-2), mientras que la respuesta y comentario de Jesús va desde el v. 3 al 20. La respuesta de Jesús es áspera tanto para los escribas y fariseos (v. 7) como para sus discípulos (v. 16). Los ánimos del Señor estaban caldeados.
El relato tiene un desarrollo o movimiento. Comienza con un tema (la crítica de los escribas y fariseos) y termina con otro: lo que contamina a las personas. Es decir, el Señor Jesucristo orienta una crítica cínica y sin sentido a un tema más profundo y con sentido. No es que evita la crítica (“no se lavan las manos cuando comen”, v. 2), es que la corrige: “el comer con las manos sin lavar no contamina al hombre” (v. 20).
PALABRAS Y EXPRESIONES A RESALTAR
Las lecciones de este pasaje no son difíciles de entender, pero hay que mirarlos en su conjunto pues guardan relación entre sí. Todo comenzó con una crítica cínica (v. 2), frente a la cual el Señor Jesús les respondió con la centralidad del mandamiento de Dios (v. 3). Como había que zanjar bien el asunto respecto a la crítica hecha (v. 2), el Señor lo extendió al tema de lo que realmente contamina o ensucia (vv. 11, 20). Estos tres puntos nos orientarán en la lectura del relato.
“la tradición de los ancianos” (v. 2)
“La referencia a la tradición (…) toca un punto fundamental de la doctrina farisea. (…) los maestros fariseos reconocen como palabra de Dios no solo la Escritura sino también la tradición recibida y transmitida oralmente (la «Torá oral»). (…) La ley oral es para los fariseos tan sagrada y obligatoria como la Torá escrita; más aún, es su complemento indispensable, porque de otro modo la letra de la ley les resultaría incomprensible”. (Levoratti 2007:351).
Entonces, diríamos hoy, los escribas y fariseos no creían en “la suficiencia de la Escritura”. A la Escritura había que añadírsele algo más. Esta forma equivocada de lectura de la Escritura existe hasta hoy. A lo largo de la historia algunos le han añadido a la Biblia su propia “tradición”: un teólogo famoso, un pastor ungido y sus revelaciones especiales, la palabra “rhema”, incluso han utilizado el nombre del Espíritu Santo para decir que éste les da la interpretación correcta de la Biblia.
En nombre de la tradición -no en base a la Escritura- es que los escribas y fariseos hacen la crítica a Jesús y sus discípulos, usando como pretexto que “no se lavan las manos cuando comen pan” (v. 2). Para éstos “Lavarse las manos no se hacía por mera limpieza, sino por pureza legal. Había de hacerse según un complicado ritual cada vez que iban a llevarse alimentos a la boca. Si las manos estaban «impuras» por el contacto con el mundo exterior, impurificaban los alimentos y estos, al entrar en el hombre, causaban a su vez su impureza”. (Mateos & Camacho 1981:153).
¿Qué es lo que hace el Señor frente a esta incómoda situación? “Jesús no defiende a sus discípulos, sino que ataca a los censores. Ellos cometen una transgresión mucho más grave, al poner la tradición por encima del mandamiento divino. Jesús la llama «vuestra tradición», negándole con ello todo valor revelado”. (Mateos & Camacho 1981:154). Pero en ese ataque Jesús encuentra en los escribas y fariseos tres “lógicas” o formas de pensar. La lógica del legalista (vv. 4-6), del hipócrita (vv. 7-9) y la del ciego espiritual (vv. 12-14).
A los escribas y fariseos, en tanto legalistas, les interesaba más conservar la tradición de los ancianos que la vida de los propios padres (vv. 4-6). En su hipocresía aparentaban honrar a Dios, pero en realidad les interesaba más los mandamientos de los hombres que los de Dios (vv. 7-9). Y en su ceguera espiritual se llenaron de orgullo creyéndose incuestionables. Se sentían ofendidos cuando los corregían (vv. 12-14).
“el mandamiento de Dios” (v. 3)
El Señor Jesús plantea el tema de fondo sin ambigüedades. Si los escribas y fariseos acusan a sus discípulos de quebrar la tradición de los ancianos, pues ellos quiebran algo peor: el mandamiento de Dios. Es decir, los respetables maestros de la ley estaban mucho peor que aquellos a quienes acusaban. Para el Señor Jesús el mandamiento de Dios -o Palabra de Dios- es lo único que cuenta. No hay nada, ninguna tradición, que la pueda sustituir. En el comentario del v. 20 (“el comer con las manos sin lavar no contamina al hombre”) está su desautorización de “la ley oral” o tradiciones de los ancianos.
No hay que olvidar que Jesús, hasta ese momento, había usado la Escritura contra Satanás (4:3-11), la había citado para comenzar su ministerio (4:15-16), había indicado claramente que él no había venido para abrogar la Ley (5:17), le había dado su verdadero sentido (5:21-48), la citaba con autoridad (12:17-21) y encontraba que ella se cumplía (13:14-15). ¿Por qué tendría que permitir que se pisotee la Escritura y se le dé primacía a la tradición de los ancianos?
“lo que sale de la boca, esto contamina al hombre” (v. 11)
Ahora el Señor pasa a instruir a la multitud y particularmente a sus discípulos (vv. 12, 15). Si los maestros de la ley se preocupan por el fiel cumplimiento de la tradición, pues Jesús enseña qué es lo que realmente contamina o ensucia a las personas. No les contamina lo que se llevan a la boca (y que finalmente va a la letrina, v. 17). Lo que contamina es lo que sale de la boca, es decir lo que sale desde lo más profundo, del corazón (v. 18). Como dice la DHH: “Pero lo que sale de la boca viene del interior del hombre; y eso es lo que lo hace impuro”.
En la Biblia “el corazón no es, como en nuestro universo cultural moderno, el órgano o la sede de la afectividad o del sentimiento, por oposición a la razón. Es más bien la raíz profunda de toda la vida psíquica y moral, la fuente de donde brotan no solo los sentimientos, sino también, y sobre todo, los pensamientos, los proyectos y las decisiones fundamentales”. (Levoratti 2007:352).
A los maestros de la ley les interesaba el estricto cumplimiento de las tradiciones. Quebrarlos traían “impureza”. Eso decían. Pero Jesús tiene otra enseñanza: “Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias” (v. 19). Curiosamente “los dirigentes religiosos son culpables de casi todos esos pecados: malas intenciones (9,4), asesinato (12,14; caps. 26-27), adulterio (12,38; 16,4), falso testimonio (26,60-61), calumnia (9,34; 11,18-19; 12,24)”. (Carter 2007:469-470).
Una sociedad -como la del tiempo de Jesús o la nuestra- no se ensucia, no se degrada, no se hace peor por el incumplimiento de las tradiciones (y sus rituales). Eso es estar ciegos frente a la realidad (v. 14). Lo que ensucia, lo que corrompe la sociedad y la vida humana, son esas malas acciones mencionadas –pecados flagrantes en realidad- que se originan en el corazón de las personas.
IDEA CENTRAL DEL TEXTO
Jesús confronta a los tradicionalistas maestros de la ley oponiéndoles el mandamiento de Dios (v. 3). No hay “tradición oral” de los ancianos que esté sobre la Escritura. El Señor enseña también que las impurezas que salen del corazón -las cuales adquieren formas destructivas en el plano de las relaciones personales- son las que en realidad contaminan o ensucian a las personas.
LECCIONES QUE APRENDEMOS
Acerca de Jesús:
Jesús se enfrenta a los maestros que basan sus enseñanzas en las tradiciones antes que en la Escritura. No permite que se acuse a sus discípulos en base a criterios o fundamentos equivocados.
Jesús acusa a los maestros de la ley de quebrantar el mandamiento de Dios (contenido en la Escritura o Ley). Más aún, los desautoriza ante las multitudes y sus discípulos, invalidando las tradiciones a las que consideraban una fuente de autoridad.
Jesús enseña lo que verdaderamente contamina o ensucia a las personas. Los terribles pecados no desaparecen, o se superan, con el ritual del lavamiento de manos. Los pecados se originan en el corazón de las personas. La limpieza real de las personas, por tanto, pasa por el corazón.
Lecciones para todos:
Debemos cuidarnos de las tradiciones que hemos heredado. No está mal tenerlas, el problema es caer en el tradicionalismo, es decir dejarnos guiar por las tradiciones como si fueran la Palabra de Dios. Nos debe preocupar más el obedecer los mandamientos de Dios que el cumplir tradiciones sólo por el hecho de que “hay que hacerlo”.
Debemos afinar el discernimiento espiritual. Cumplir con ciertas tradiciones (acompañados de sus ritualismos) no es garantía de “pureza” alguna. A veces se pueden esconder en el tradicionalismo una serie de pecados cuyo origen radica en el corazón. Hay que cuidar o guardar nuestro corazón (Prov 4:23).
Fuentes usadas
Carter, Warren. (2007). Mateo y los márgenes. Una lectura sociopolítica y religiosa. Navarra: Verbo Divino.
Levoratti, Armando. (2007). Evangelio según san Mateo, A. Levoratti, edit., Comentario Bíblico Latinoamericano. Nuevo Testamento. Navarra: Verbo Divino, 2007, 2ª edición.
Mateos, Juan & Fernando Camacho. (1981). El evangelio de Mateo. Lectura comentada. Madrid: Cristiandad.
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